Hoy me desperté cantando “Amor clasificado”, de Rodrigo. En mi celular había veintitrés llamadas perdidas de
mi primo Luján, de Luján, todas ellas realizadas entre las siete y las nueve de
la mañana. Me había dejado, además, dos mensajes en el buzón de voz. Con desesperación,
me pedía que ni bien los oyera fuera al conventillo, que estaba desbordado, que
los Pelotudos estaban fuera de control y que si no hacíamos algo pronto, todo
el asunto del Centro de Contención y Reinserción se nos iba a ir a la mismísima
mierda.
Me lo tomé con calma, porque
para asumir el control sobre situaciones delicadas es conveniente estar
tranquilo. Bajé a la calle, fui a comprar el diario, pasé por la panadería,
compré media docena de facturas, preparé café con leche, la desperté a Vicky
llevándole una bandeja a la cama, me di un baño de inmersión, escuché música, almorzamos
y, entonces sí, fui hasta el conventillo al rescate de Luján. En el camino, me
llamó la atención el que hubieran reemplazado uno de los afiches de Daniel
Amoroso por el de una fundación cuyo logo no me resultó para nada familiar. En
la canción que había despertado cantando, el diario que luego había comprado y el
cartel de la fundación encontré la clave para armar el equipo
interdisciplinario que nos permitiría reencausar la rehabilitación de los
Pelotudos del Centro.
Estacioné frente a la puerta
y llamé a Luján desde mi celular para que bajara. Estaba despeinado, tenía
sobre la ropa manchas de, por lo menos, cinco comidas diferentes, sus ojeras
abarcaban casi la mitad de sus mejillas y caminaba como si lo hubieran molido a
palos.
—Vení, subí, vamos —le dije.
—¿Adónde? —me preguntó— No
podemos dejar solos a los Pelotudos.
—¿Cómo que no? —le dije y
solté una carcajada— ¡Tampoco somos los padres! ¡Son adultos, che!
Me costó convencerlo, pero
finalmente lo logré. Con Luján a bordo, manejé hasta la redacción de uno de los
diarios de mayor tirada del país y pedí que me informaran el costo de un
anuncio de doble página en la sección principal. Estaba fuera de nuestro
alcance, por lo que consulté por uno más pequeño en la contratapa. Tampoco estábamos
en condiciones de pagarlo. Pregunté por uno muy, muy pequeño en un punto
recóndito de la sección de Turismo, pero seguía siendo demasiado caro. No tuvimos
más remedio que acudir al semanario de nuestro barrio. ¡Buenas noticias! El
domingo, en su edición semanal de diecisiete páginas, saldrá, en la parte
inferior de la página ocho del semanario “La Tos de la Recoleta”, un hermoso
anuncio con letras azules en el que la FUNASIGENPROPEL convoca a jóvenes
profesionales de todas las áreas de la salud para colaborar en la
rehabilitación de sus asistidos. Tuvimos la intención de poner el nombre
completo (Fundación de Asistencia a Gente con Problemas Pelotudos), pero, para
abaratar costos, nos vimos obligados a resumirlo.
Reconozco que no somos una
fundación propiamente dicha, pero no creo que una pequeña mentira vaya a
meternos en problemas.
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