domingo, 21 de julio de 2013

Día 202 - ¿Cuál es su problema?

Hoy me desperté cantando “Escaleras”, de Las Pelotas. Estaba tan entusiasmado por llevar a los primeros Pelotudos a nuestro nuevo Centro de Contención y Reinserción que por primera vez en muchos días me levanté de la cama sin preocuparme por el nivel de atención que me estuviera prestando mi amada. No habían pasado diez minutos y ya no recordaba si habíamos pasado la noche o si nos habíamos dado la espalda. Ya me disponía a salir a la calle para hacer una recorrida por la ciudad cuando Vicky me preguntó a dónde estaba yendo.
—A buscar Pelotudos —le dije.
—¿Y por qué no me invitás? —me preguntó— Ya no te importo, ¿no?
—¡Cómo no me vas a importar! No te invité porque es domingo y supuse que ibas a preferir quedarte descansando. Podés venir si querés.
—No, porque no me invitás porque quieras que vaya —dijo en tono quejoso—. Me invitás por compromiso.

—¡No! ¡Qué pavadas decís! ¡Cómo te voy a invitar por compromiso! Me encantaría que vinieras.
—Está bien. Esperame a que me cambie y te acompaño —me dijo—. Y podemos ir a almorzar a los puestitos de la costanera.
En realidad, no necesitaba recorrer la ciudad para encontrar Pelotudos. Me bastaba con ir hasta la esquina de la Avenida Corrientes en la que hay un cartel gigantesco de Daniel Amoroso. Hasta ahí fuimos. Sentados en el piso en torno a un fuego discreto, Pascual, el Pelotudo Irónico, y Baldomero, el Pelotudo Superficial, trataban de combatir el frío junto a un tercero. La garúa amenazaba con apagarles el fuego. Me acerqué, frené la furgonetita junto a ellos, le pedí a Vicky que bajara el vidrio y les pregunté si les gustaría vivir bajo techo.
—No —dijo Pascual—, preferimos quedarnos acá, cagándonos de frío bajo la lluvia.
—Bueno, avísenme si cambian de opinión —les dije.
Antes de que hubiera arrancado, los tres se subieron a la parte trasera de la furgonetita. Camino al conventillo, les conté en qué consistía el Centro de Contención y Reinserción para Gente con Problemas Pelotudos y les dije que podrían quedarse allí hasta que estuvieran preparados para retomar sus vidas anteriores; que encontrarían el marco y las personas necesarios para sobreponerse a las limitaciones inherentes a sus Problemas Pelotudos. Llegamos y, tal como les había pedido, Samuel, mi primo Luján, de Luján, y el mimo nos recibieron en la puerta. Subimos hasta la planta más alta y les mostramos las instalaciones. La conversación fluyó, Pascual y Baldomero se presentaron, cada uno a su estilo, ante los demás. El otro había salido de la habitación y, parado al borde de las escaleras, miraba hacia abajo con una expresión sumamente grave.
—¿Qué te pasa? —le pregunté.
—Nada —respondió él.
—¿Y entonces? ¿Qué hacés acá solo?
Como toda respuesta, se encogió de hombros.
—¿Cómo te llamás? —le pregunté.
—Me dicen Nando —dijo.
—Y decime, Nando, y no te tomes a mal mi pregunta. La hago con la mejor intención. ¿Cuál es tu Problema Pelotudo?
—Las escaleras —dijo y agachó la cabeza.
—¿Las escaleras? —le pregunté.
—Sí, las escaleras. No tengo inconvenientes para subirlas, pero no puedo bajarlas. ¿Acá hay ascensor?

¡La puta madre! A partir de ahora, antes de invitar a un Pelotudo al Centro de Contención y Reinserción, le voy a preguntar cuál es su Problema.

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