Hoy me desperté en la
comodidad de mi celda cantando “Vos sos un botón”, versión de Damas Gratis. El
dj en mi cabeza debe pensar que su vida no depende de la mía. Eso o es el más
radical de los sadomasoquistas. Ni bien me oyeron cantar ese himno del
desprecio hacia la policía, los oficiales Sánchez y González se metieron en mi
celda y, al ritmo de la música, comenzaron a molerme a palos. La cosa se puso
peor cuando notaron que, en lugar de detenerme, yo seguía cantando a pesar de
sus golpes. ¿Cómo iba a explicarles que no tengo ningún control sobre ese
asunto, que es una maldición, si no podría hablar hasta que terminara y, además,
así hubiera hablado, no me habrían creído? Como represalia, utilizaron sus
radios para llamar a todos los oficiales que estuvieran en la zona. A medida
que iban llegando, pasaban y formaban fila esperando turno para seguir
castigándome.
—¡Así que soy un botón! —gritaba
González mientras me daba cachiporrazos en la zona de las costillas.
Entre ellos, había una mujer
policía. Su presencia amenizó el dolor y el impacto de sus nudillos con mi
mandíbula me permitió abstraerme en el recuerdo de aquel cross de derecha con
el que Vicky me durmió luego de nuestro primer beso.
¡Ay, ay, ay! Me duelen hasta
los huesos. Para colmo de males, el exabrupto hizo que perdiera todos los
privilegios que había conseguido. Me quitaron el televisor, la computadora, la
calefacción, las frazadas, la almohada, me pusieron a régimen de pan y agua y
hasta cubrieron la ventana para que no pudiera contemplar el amanecer. Ahora
estoy incomunicado y ninguno de los oficiales me dirige la palabra. Les pedí
que me dejaran hacer una llamada, y me acercaron un teléfono, pero no me
permitieron buscar el número de Vicky en mi celular. El único número que me sé
de memoria es el de mi casa, pero no quiero pedirle ayuda a mi vieja. Antes prefiero
pasar la vida acá. ¿Qué le pasa a Vicky? ¿Dónde está mi primo Luján, de Luján,
cuando más lo necesito? ¿Y Samuel, el mimo y Arnoldo?
—¡Soy inocente! ¿Por qué me
tienen acá? —grité aferrándome, como Diego Torres, a las barras de la celda.
Los oficiales actuaban como
si nadie hubiera hablado.
—¡Tengo derecho a un
abogado, a una llamada, a recibir comida digna, a conectarme a internet, a
salir a tomar aire puro, a recibir visitas, a tener una mascota, a fumar un
cigarrillo, a que me vea un doctor, a tocar la pandereta, a comer garrapiñadas,
a bailar un bolero con Gustavo Garzón! —seguí gritando, al borde de un ataque
de nervios.
—A lo único que tenés
derecho —me dijo el oficial González, haciendo sonar, de modo intimidatorio, su
cachiporra contra las barras de la celda— es a guardar silencio.
Después, se alejó unos pasos, apagó las luces y se fue
de ahí. Me quedé solo, tratando de dormirme a pesar del dolor, el frío, el
silencio y la oscuridad.
¡Don Natalio! ¡Qué momentos te está tocando vivir! Ojalá mañana el dj de tu cabeza te haga cantar "Sangre Azul", de los Twist, para recomponer la situación.
ResponderEliminarOjalá, Fernando. O podría despertarme cantando "Ojalá". De todos modos, del dj en mi cabeza no espero nada bueno.
EliminarSaludos!