Hoy me desperté en la
comodidad de mi celda cantando “Pensé que se trataba de cieguitos”, de Los
Twist. No creo haber sido el primer preso al que se le dio por cantar una
canción; si imagino que mis antecesores habrán optado por canciones más
emparentadas con la tristeza, la melancolía o la nostalgia y me atrevo a creer
que el carácter festivo de la que seleccionó el dj en mi cabeza fue el motivo
por el que los oficiales Sánchez y González me miraron debatiéndose entre la
sorpresa y el desconcierto. Cuando terminé de cantar me ofrecieron, por la
módica suma de doce pesos, trasladarme a una celda desde la que podía verse el
amanecer. Tenía algún que otro metro cuadrado menos que aquella en la que
estaba, pero valió la pena. La imagen me llenó de energía, pero me recordó,
también, lo duro que es esto de estar privado de la libertad.
Después de desayunar, González
me puso las esposas y me sentó sobre una silla en un cuartito oscuro. Salió,
cerró la puerta y me dejó solo ahí. ¿O había alguien conmigo? No podía saberlo;
no veía nada por delante de mi nariz. De repente, una luz potentísima se
encendió y dio de lleno en mi cara. Una voz similar a la de Pancho Ibáñez me
preguntó mi nombre. El encandilamiento me impidió responder.
—¡Apellido y nombre! —insistió
la voz.
—Eh… ¿A mí? Eh… Gris, Don
Natalio —dije.
—¿”Don”? “Don” no es un
nombre —dijo.
—¿Cómo no? ¿Y Don King, Don
Johnson, Don Omar? —le pregunté en tono de protesta.
—Gris, Natalio —dijo
mientras presionaba las teclas de una máquina de escribir—. Edad.
—Veintinueve años.
—Estado civil.
—Soltero.
—Ocupación.
—Empresario turístico y
entrenador de boxeo.
—Gustos de helado preferidos.
—Eh… ¿Cuántos puedo elegir?
—Dos.
—¿No pueden ser tres?
—No, dos.
—Bueno. Eh… Dulce de leche
granizado y melón.
—Identifique la opción
correcta. Usted golpea a las mujeres porque: a) sufre de complejo de
inferioridad; b) la violencia le produce placer; c) tiene un Edipo mal resuelto;
d) sufre de eyaculación precoz; e) no se atreve a asumir su homosexualidad; f)
todas las opciones anteriores son ciertas.
—¡No! ¡Yo no golpeo a las
mujeres! ¡Nunca golpeé a una! Por el contrario, varias veces fui víctima de la
violencia de género. Opción “g”: ninguna opción es correcta —le dije.
—No sea infantil, señor. Esa
opción no está en la lista.
—Bueno, entonces déjelo en
blanco. No sabe / no contesta.
—Mire, esto es sencillo, si
no elige tengo que marcar la que yo considere más apropiada y para mí usted
tiene cara de “c” con un poco de “a” y otro poco de “d”.
—¡No! Bueno, márqueme la “e”,
pero que quede claro que me obligaron a elegir una opción.
Después de cuatro horas de
interrogatorio, durante el cual respondí a infinidad de preguntas de opción
múltiple, fui devuelto a mi celda. ¿Cómo estará Vicky? Todavía no recibí respuesta
del mail que le envié. ¿Se habrá levantado? ¿Estará buscándome? Lamentablemente,
no lo sé.
Que carcelero, pero al parecer no la pasas tan mal. Saludos, y sigue encantàndome tu escritura. Nos vemos
ResponderEliminarMuchas gracias, María Eugenia.
EliminarSaludos!