martes, 2 de julio de 2013

Día 183 - Un verdadero equipo

Hoy me desperté cantando “El ángel de la bicicleta”, de León Gieco. Con cada día que pasa, crece la admiración que me despierta la eficiencia con la que mi primo Luján, de Luján, se ocupaba de todos y cada uno de los quehaceres de la casa sin chistar ni reclamar la colaboración de nadie. Desde que se fue, soy yo el que debe ocuparse de descongelar la comida y llevar la ropa a la tintorería más cercana. Seguramente, también va a recaer en mí la responsabilidad de llamar a la agencia de servicios de limpieza a domicilio para que nos manden a la falsa Lucrecia. Tantas obligaciones, sumadas a las inherentes a mi rol de promotor y entrenador de Vicky, me tienen al borde de un pico de estrés.
Hoy, para el desayuno, descongelé unos bifecitos a la criolla y, antes de irme, cargué en la mochila dos táperes más para cubrir el almuerzo y la cena con Vicky y Arnoldo. Sí, decidí incluir a Arnoldo, porque recordé un consejo que me dio mi viejo en esos días anteriores a marcharse durante los cuales procuró transmitirme la sabiduría que me permitiría defenderme en todos los aspectos de la vida.
—Natalio —recuerdo que me dijo—, una mujer siempre terminará eligiendo al hombre que no la obligue a elegir.
Y me doy cuenta de que, tal como me anticipó mi querido padre, mi propensión a poner distancia entre Arnoldo y nosotros no está haciendo más que apartarme de mi amada. Como si no hubiera preocupaciones más importantes, noté que en el frízer quedó un solo táper. Mañana tendré que hablar con Samuel para que nos organicemos, porque si espero a que él tome la iniciativa, me temo que ambos moriremos de hambre.
Efectivamente, mi viejo estaba en lo cierto cuando me dijo lo que me dijo, porque después de que le di participación a Arnoldo en algunos aspectos relacionados con la estrategia de la pelea, Vicky se mostró mucho más afectuosa conmigo. Ni hablar cuando propuse una pausa en el entrenamiento y cubrí la lona del cuadrilátero con toallas para improvisar un picnic. Vicky comió más que Arnoldo y yo juntos, y está bien, porque tiene que ganar peso de cara a la pelea para achicar la diferencia con La Mole.
Terminamos de entrenar cerca de la medianoche y llevé a Arnoldo y a Vicky a sus respectivas casas. El Gigante Musculoso me agradeció el gesto con su voz aflautada. Luego, en la siguiente parada, mi amada y yo nos despedimos con un beso digno de una película de Hollywood, de bajo presupuesto, puede ser, pero con buenos actores.
El cansancio se acumula, los nervios crecen, la ansiedad aumenta, pero estoy contento, porque poco a poco vamos convirtiéndonos en un verdadero equipo.

4 comentarios:

  1. buenísimo Natalio!!! hace ya varios días que no te leía!! sos un capo!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Anó. Ahora entiendo por qué parecías tan enigmático estos últimos días. Estabas comentando sin leer.
      Saludos!

      Eliminar
  2. Don Natalio, no te dejes agobiar por la carga de tareas domésticas que se te vinieron como consecuencia de la salida del primo de Luján. Acá lo importante es que puedas poner el foco en el entrenamiento de Vicky.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Fernando. Es un sabio consejo. La prioridad es Vicky.
      Saludos!

      Eliminar