Hoy me desperté cantando “Sábado a la noche”, de Juana la Loca y, como el dj en mi cabeza se pasó la semana
haciéndome cantar una canción relacionada con el día en el que estábamos
viviendo, di por hecho que era sábado. Me levanté cerca del mediodía,
descongelé comida para Samuel y para mí, y lo desperté para que almorzáramos. A
las trece y cuarenta y siete sonó mi celular. Era Vicky. Atendí.
—Decime una cosa, pelotudo —me
dijo— ¿pensás hacerme esperar mucho tiempo más?
—¡Epa! ¿Qué pasa? ¿Por qué
tan enojada? —le pregunté.
—¡Ah! ¿Encima de que te
olvidás del almuerzo me tomás el pelo?
—¿Eh? ¡No! ¿Qué? ¿Cómo me
voy a olvidar, corazón? Pero habíamos quedado para mañana, domingo.
—¡Corazón las pelotas! ¡Hoy
es domingo, pelotudo! ¡Vení rápido a buscarme u olvidate de mí! —dijo y me
cortó.
Mientras pensaba que quizá
Juana no fuera la única loca, me duché a toda velocidad, saqué del frízer uno
de los tuppers que nos había dejado mi primo Luján y salí. Ya en la
furgonetita, me lamenté por haber caído en la trampa del dj en mi cabeza, quien
seguramente había estado paladeando este momento durante toda la semana.
A las catorce y veintinueve
estacioné frente a la puerta de la casa de Vicky. Antes de que pudiera tocar
timbre, ella abrió la puerta y, sin siquiera saludarme, subió a la furgonetita.
Mi plan inicial consistía en llevarla a comer a algún restorancito de San Telmo
o Puerto Madero para, después de almorzar, caminar un rato por cualquiera de
los dos barrios, pero la confusión me había quitado tiempo para prepararme y
tuve que improvisar: manejé hasta la plaza más cercana, puse una manta en el
piso y le pedí a Vicky que se sentara mientras yo buscaba la comida. Saqué el
tupper de la guantera y entré en pánico al notar que el contenido seguía congelado.
Por suerte, me sobrevino la imagen de alguna película o dibujito animado en la
que alguien cocinaba un huevo frito en el motor de un auto y seguí el ejemplo:
encendí el motor de la furgonetita y a los quince minutos la comida estaba
lista. En un supermercado chino que había frente a la plaza, compré platos,
vasos y cubiertos descartables, una gaseosa y un vino de caja. Cuando llegué a
donde había dejado la manta, Vicky estaba haciendo sombra frente a un árbol
cercano. Le pedí que olvidara la pelea por unas horas, nos sentamos y serví la
comida.
—¿Quién preparó esto? —me
preguntó.
—¿Por qué? ¿Qué tiene? —le
dije algo asustado.
—Nada. Está muy rico.
—Ah. Lo preparé yo. Es una
vieja receta familiar.
Con el correr de las horas,
su enojo fue cediendo. Hablamos, como hacía mucho no lo hacíamos, durante toda
la tarde y a la tardecita la llevé hasta su casa. Si bien no estábamos
oficialmente peleados, es muy positivo que nos hayamos amigado, porque la etapa
exclusivamente física de su preparación ya terminó y mañana comenzaremos con el
entrenamiento boxístico.
¡Qué lindo cuándo la mujer te recuerda las cosas amablemente!
ResponderEliminar¡Salud! Y buena semana con el entrenamiento.
PD: Me gusta el término frizer. Pero me gustaría que también se dijera táper.
Será "táper" de ahora en adelante. Muchas gracias, Fernando.
EliminarSaludos!
Natalio, te doy un consejo como si fueras mi hijo, no te dejes maltratar, saludos
ResponderEliminarAnó, no te contesto como si fueras mi madre, porque temo que Don Google decida sancionarme.
EliminarSaludos!