Hoy me desperté a las tres
de la mañana cantando “Viernes 3 AM”, de Serú Girán. Le agradezco al dj en mi
cabeza por permitirme saber qué día de la semana estamos viviendo, más ahora
que no está Luján, que era el que manejaba ese tipo de información, pero no
creo que fuera necesario despertarme tan temprano por el tonto capricho de que
la hora del comienzo de la canción coincidiera con el título. Por más que lo
intenté, y a pesar de que el verlo trabajar a Luján durante todo el día
anterior me había producido mucho cansancio, no conseguí volver a dormirme.
Como no tenía nada que hacer (ni siquiera podía ponerme a contemplar el afiche
de Daniel Amoroso, porque para hacerlo habría tenido que encender la luz y
habría despertado al último de mis convivientes), dediqué las horas que me
separaban del amanecer a estudiar a Samuel, que dormía en la parte baja de la
cama marinera que compartimos.
Me llamó la atención que
durmiera tan plácidamente cuando la persona con la que compartía tantas cosas
se había ido a vivir al conventillo cuyo encargado era el mismo hombre que lo
había privado de su libertad. ¿Sería que este tipo no quería a Luján tanto como
aparentaba, sino que se había dedicado a alimentar esa idea en mi primo nada
más que para aprovecharse de su bondad y del sinnúmero de talentos que
componían su personalidad?
El transcurrir del día no
hizo más que confirmar mis sospechas. Samuel se comportó como si nada hubiera
sucedido. Actuaba con la misma parsimonia de los días anteriores. Para él
bastaba con que hubiera comida en el frízer.
Su actitud viene a complicar
la consumación de mi Plan Maestro. Es extraño, porque siempre estuve convencido
de que lo más difícil habría de ser deshacerme de mi primo; que una vez que
Luján se hubiera ido este turro se iba a ir corriendo detrás de él. Pero no, no
fue así. ¿O será que Samuel adivinó mis verdaderas intenciones, que sabe que
quiero que liberen el departamento para lograr que Vicky venga a vivir conmigo?
No lo creo. Se supone que, aparte de Vicky y yo, nadie sabe que somos novios. A
veces me da la impresión de que Vicky tampoco lo sabe. Porque, está bien,
reconozco que está muy nerviosa, viviendo los días previos de una pelea
importante, y que yo decidí, por propia voluntad, ausentarme de la etapa física
de sus entrenamientos para no entorpecer el trabajo de Arnoldo, pero ya pasaron,
¿cuántos?, ¡seis días desde la última vez que nos vimos y no fue capaz ni de
llamarme por teléfono para contarme cómo le está yendo!
Convencido de que estaría
riéndose de mí a mis espaldas, a los besos con Arnoldo Jorge Negri, manejé la
furgonetita hasta el gimnasio. Era tarde y ya había cerrado para el público. Para
evitar que el ruido del motor los alertara, estacioné en la esquina. Tal como
había imaginado, las luces estaban encendidas y las cortinas, bajas. Procurando
que no chirriara, abrí la puerta con suma delicadeza y caminé sobre la punta de
mis pies hasta el fondo del gimnasio.
—¡Ajá! —grité ni bien atravesé
una abertura y aparecí frente a ellos.
—¿Ajá qué? —me preguntó
Vicky.
Mi grito había hecho que la
soga que estaba saltando se le enganchara en las piernas.
—A Javier, un amigo, le sale
muy bien eso de saltar la soga —le dije, para salir del paso.
—A mí también me estaba
saliendo bien hasta que vos me asustaste. ¿Qué hacés acá? —me preguntó.
—Nada. Vine a ver cómo
estabas y a llevarte a tu casa.
El gesto la ablandó un poco
y, de repente, dejó de mirarme con dureza. Arnoldo dijo que ya habían entrenado
suficiente, que seguirían mañana y Vicky me pidió que la esperara, que se iba a
duchar y volvía. Arnoldo salió caminando en la misma dirección y a mí me vino
el miedo de que hubieran ido a ducharse juntos. Me dije que era un delirio mío,
un producto de mi imaginación; que no tenía derecho a sospechar de Vicky, que
nunca me había dado motivos, pero no lo pude controlar y entré al vestuario de
hombres para corroborar que el Gigante estuviera bañándose solo. El haberlo
comprobado me permitió recuperar la calma, aunque todavía me pregunto por qué
en lugar de espiarlo a él no entré al vestuario de mujeres a fijarme si Vicky
estaba bañándose sola; por qué entre ver desnuda a la mujer de mi vida y ver
desnudo a un pichón de Schwarzenegger habré elegido la segunda opción. No lo
sé, pero prefiero no pensar en eso y matar las dudas con la negación.
Camino a su casa, invité a
mi amada a un almuerzo romántico el domingo. La enfadó un poco que no quisiera
decirle adónde la llevaría, porque según parece, y aunque suele reprocharme que
nunca la sorprenda, no le gustan las sorpresas. De todos modos, tras pensarlo
un buen rato, aceptó la invitación.
Extrañó personajes Samuel, es realmente un pelo...intrigante, saludos
ResponderEliminarYa lo creo, Anó.
EliminarSaludos!
felicitaciones por el noviazgo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lumy.
EliminarSaludos!
¡Qué bueno que no le dijiste adónde la llevabas!
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. Es bueno generar misterio de tanto en tanto.
EliminarSaludos!