viernes, 28 de junio de 2013

Día 179 - Pichón de Schwarzenegger

Hoy me desperté a las tres de la mañana cantando “Viernes 3 AM”, de Serú Girán. Le agradezco al dj en mi cabeza por permitirme saber qué día de la semana estamos viviendo, más ahora que no está Luján, que era el que manejaba ese tipo de información, pero no creo que fuera necesario despertarme tan temprano por el tonto capricho de que la hora del comienzo de la canción coincidiera con el título. Por más que lo intenté, y a pesar de que el verlo trabajar a Luján durante todo el día anterior me había producido mucho cansancio, no conseguí volver a dormirme. Como no tenía nada que hacer (ni siquiera podía ponerme a contemplar el afiche de Daniel Amoroso, porque para hacerlo habría tenido que encender la luz y habría despertado al último de mis convivientes), dediqué las horas que me separaban del amanecer a estudiar a Samuel, que dormía en la parte baja de la cama marinera que compartimos.
Me llamó la atención que durmiera tan plácidamente cuando la persona con la que compartía tantas cosas se había ido a vivir al conventillo cuyo encargado era el mismo hombre que lo había privado de su libertad. ¿Sería que este tipo no quería a Luján tanto como aparentaba, sino que se había dedicado a alimentar esa idea en mi primo nada más que para aprovecharse de su bondad y del sinnúmero de talentos que componían su personalidad?

El transcurrir del día no hizo más que confirmar mis sospechas. Samuel se comportó como si nada hubiera sucedido. Actuaba con la misma parsimonia de los días anteriores. Para él bastaba con que hubiera comida en el frízer.
Su actitud viene a complicar la consumación de mi Plan Maestro. Es extraño, porque siempre estuve convencido de que lo más difícil habría de ser deshacerme de mi primo; que una vez que Luján se hubiera ido este turro se iba a ir corriendo detrás de él. Pero no, no fue así. ¿O será que Samuel adivinó mis verdaderas intenciones, que sabe que quiero que liberen el departamento para lograr que Vicky venga a vivir conmigo? No lo creo. Se supone que, aparte de Vicky y yo, nadie sabe que somos novios. A veces me da la impresión de que Vicky tampoco lo sabe. Porque, está bien, reconozco que está muy nerviosa, viviendo los días previos de una pelea importante, y que yo decidí, por propia voluntad, ausentarme de la etapa física de sus entrenamientos para no entorpecer el trabajo de Arnoldo, pero ya pasaron, ¿cuántos?, ¡seis días desde la última vez que nos vimos y no fue capaz ni de llamarme por teléfono para contarme cómo le está yendo!
Convencido de que estaría riéndose de mí a mis espaldas, a los besos con Arnoldo Jorge Negri, manejé la furgonetita hasta el gimnasio. Era tarde y ya había cerrado para el público. Para evitar que el ruido del motor los alertara, estacioné en la esquina. Tal como había imaginado, las luces estaban encendidas y las cortinas, bajas. Procurando que no chirriara, abrí la puerta con suma delicadeza y caminé sobre la punta de mis pies hasta el fondo del gimnasio.
—¡Ajá! —grité ni bien atravesé una abertura y aparecí frente a ellos.
—¿Ajá qué? —me preguntó Vicky.
Mi grito había hecho que la soga que estaba saltando se le enganchara en las piernas.
—A Javier, un amigo, le sale muy bien eso de saltar la soga —le dije, para salir del paso.
—A mí también me estaba saliendo bien hasta que vos me asustaste. ¿Qué hacés acá? —me preguntó.
—Nada. Vine a ver cómo estabas y a llevarte a tu casa.
El gesto la ablandó un poco y, de repente, dejó de mirarme con dureza. Arnoldo dijo que ya habían entrenado suficiente, que seguirían mañana y Vicky me pidió que la esperara, que se iba a duchar y volvía. Arnoldo salió caminando en la misma dirección y a mí me vino el miedo de que hubieran ido a ducharse juntos. Me dije que era un delirio mío, un producto de mi imaginación; que no tenía derecho a sospechar de Vicky, que nunca me había dado motivos, pero no lo pude controlar y entré al vestuario de hombres para corroborar que el Gigante estuviera bañándose solo. El haberlo comprobado me permitió recuperar la calma, aunque todavía me pregunto por qué en lugar de espiarlo a él no entré al vestuario de mujeres a fijarme si Vicky estaba bañándose sola; por qué entre ver desnuda a la mujer de mi vida y ver desnudo a un pichón de Schwarzenegger habré elegido la segunda opción. No lo sé, pero prefiero no pensar en eso y matar las dudas con la negación.

Camino a su casa, invité a mi amada a un almuerzo romántico el domingo. La enfadó un poco que no quisiera decirle adónde la llevaría, porque según parece, y aunque suele reprocharme que nunca la sorprenda, no le gustan las sorpresas. De todos modos, tras pensarlo un buen rato, aceptó la invitación.

6 comentarios:

  1. Extrañó personajes Samuel, es realmente un pelo...intrigante, saludos

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  2. ¡Qué bueno que no le dijiste adónde la llevabas!

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    1. Muchas gracias, Fernando. Es bueno generar misterio de tanto en tanto.
      Saludos!

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