Hoy me desperté cantando “Otro jueves cobarde”, de Los Caballeros de la Quema. Cuando me levanté, mi primo
Luján, de Luján, ya tenía preparado el desayuno, pero de todos modos seguía
cocinando. Supuse que estaría preparando un plato muy elaborado para el
almuerzo y que ese era el motivo por el que había comenzado tan temprano. Sin
embargo, una vez que la comida estuvo lista, la puso en un tupper y guardó el
tupper en el frízer. Después lavó los elementos que había utilizado y se puso a
cocinar de nuevo. Samuel y yo lo veíamos hacer mientras tomábamos el desayuno.
—Luce como que alguien se
levantó con las gallaretas voladas —me dijo el hombre sin “p”.
—Si sigue así, en dos días
abrimos un restorán —le dije.
Para la hora del almuerzo,
el frízer estaba repleto de tuppers en cuyas tapas mi primo había pegado
papelitos en los que nos indicaba qué era lo que había dentro de cada uno y
cuánto tiempo teníamos que meterlo en el microondas para descongelarlo. ¿Acaso
tenía pensado irse? ¿Habría adelantado su gira veraniega la murga itinerante “Los
Piantavotos de Ituzaingó”?
Mientras Samuel y yo
disfrutábamos del almuerzo, Luján hizo una limpieza profunda en el baño, lavó
la ropa sucia que se había acumulado, colgó la ropa que había lavado y planchó la
ropa que había colgado.
—Luce como que alguien
necesita mantener la mente trabajando con el fin de no razonar acerca de
ciertas cosas que lo tienen nervioso —dijo Samuel.
—Si sigue así —le dije—, en
dos días lo internamos en un loquero.
Como si todo lo que había
hecho no hubiera sido suficiente, Luján nos preparó tortas fritas para la
merienda y nos cebó unos mates. Entre uno y otro aprovechaba para cambiar algún
foco quemado, coserle un botón caído a algún pantalón o a una camisa y hacer
reparaciones en el monoambiente.
—Luce como que alguien tiene
muchas energías acumuladas —dijo Samuel y le dio un sorbo al mate.
—Si sigue así —le dije—, en
dos días va a pesar veinte kilos menos.
Terminamos el segundo termo
y Luján dio por concluida la ronda de mates. Tomó del ropero una mochila
grande, de esas de mochilero, guardó todas sus cosas ahí, se paró frente a nosotros
y nos dijo:
—Bueno, esto fue todo.
Se colgó la mochila y se
fue.
—Luce como que alguien se
fue a vivir al conventillo —dijo Samuel.
Si sigue así —le dije, pero
no completé la frase, porque Samuel se fue corriendo al baño.
No sé si fue a encerrarse a
llorar porque la partida de Luján le había producido tristeza o si su urgencia
se debía a la necesidad de evacuar parte de los dos termos de mate que nos
habíamos tomado.
Me parece que el primo Luján, de Luján, estuvo algo desconsiderado. Debería haber dicho "me voy al conventillo" después de anuncia, tan lacónico, "eso fue todo", y no dejar a la adivinación su destino.
ResponderEliminarEs cierto, Fernando, aunque quizá estuviera homenajeando a Porky y su famoso "Eso es todo, amigos". Tengamos en cuenta que no hace mucho que abandonó la niñez.
EliminarSaludos!
¡Ah! Claro. No lo noté porque faltaba el clásico tartamudeo del cerdito.
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