miércoles, 26 de junio de 2013

Día 177 - El poroto en el frasco

Hoy me desperté cantando “Miércoles”, de Panda. Aunque no sea valiosa la contribución que está haciendo, me alegra que, en lugar de fastidiarme, el dj en mi cabeza esté intentando prestar un servicio a través de las canciones que elige para que cante. Al menos ahora no tengo la necesidad de ponerme a pensar qué día es el que estamos viviendo. Son veinte minutos diarios que puedo dedicar a otra cosa. Esta mañana, por ejemplo, los aproveché para desayunar tranquilo. Me tomé mi tiempo para untar manteca en las tostadas y tomé el té con absoluta calma.
Al parecer, a Samuel y a mi primo Luján, de Luján, los ponía nerviosos mi parsimonia. Por algún motivo, estaban impacientes. No había terminado de revolver mi té y ellos ya estaban parados junto a la puerta y con sus camperas puestas.
—¿Qué pasa? ¿Adónde van? ¿Qué esperan? ¿Por qué tienen tanta prisa? —les pregunté.

—¡El mimo! —dijo Samuel.
—¿No te acordás? —me preguntó Luján— ¡Vamos a ir a visitarlo para conseguir cannabis a buen precio.
¿Por qué estaban tan apurados estos turros? ¿Realmente tendrían tantas ganas de ver al mimo o sería que habían estado fumándose el cannabis de “El Pasea Porros” y estaban desesperados por ir a comprar? Esta última hipótesis explicaría el cuchicheo, las risitas y las miradas cómplices que intercambian permanentemente. Por miedo a que la abstinencia los pusiera violentos, tomé una tostada con cada mano y fuimos a buscar al mimo.
A medida que nos aproximábamos al barrio del conventillo, el rostro de Luján iba transformándose y sus gestos se mudaban de la ansiedad a una ilusión cargada de nostalgia. Para disimular (porque quería que supieran que el mimo estaba viviendo en el conventillo, pero prefería que pensaran que lo habían deducido por sus propios medios), estacioné a dos cuadras y les pedí que esperaran mientras iba a buscar a nuestro amigo.
—¿Acá es la pensión? —me preguntó Luján.
—Sí, acá a dos cuadras —le dije.
En la puerta del conventillo, el hombre de la última vez me detuvo.
—Disculpe, señor, pero no puede ingresar al recinto sin autorización del encargado —me dijo.
—No hay problema. Vine a buscar al mimo. ¿Le dice que lo estoy esperando?
—¡Jairo, Braian, suban y díganle al cara pintada que el boludo de la escaladora vino a buscarlo! —gritó con la cabeza ladeada en dirección al interior de la casa—. Aguarde un momentito que en seguida viene —me dijo.
A los dos minutos el mimo apareció en la puerta y levantó las cejas como preguntándome que estaba haciendo ahí. En lugar de explicarle, hice un gesto para que me siguiera y regresé a la furgonetita. Cuando doblamos en la esquina, Samuel y Luján, que habían bajado del vehículo y esperaban, impacientes, sobre la vereda, corrieron hacia nosotros y, como en las películas de Hollywood, se fundieron con el mimo en un abrazo. En la furgonetita, los tres quisieron sentarse en la parte trasera. En el camino rumbo a la casa del vendedor de cannabis vi en las profundidades del espejo retrovisor cómo gesticulaban con gran entusiasmo. Me cuesta comprender el lenguaje de señas, pero me dio la impresión de que Samuel no gesticulaba palabras que contuvieran la letra "p".

Compramos cannabis como para el campeonato del mundo. Si estos turros no se lo fuman, tenemos recursos suficientes para lo que queda del año. En cuanto a mi Plan Maestro, creo que Luján se dio cuenta de que el mimo está viviendo en el conventillo. El poroto ya fue puesto en el frasco. Ahora, sólo resta esperar a que germine.

4 comentarios:

  1. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, saludos

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    1. No lo sé, Anó. A mí, por ahora, solamente disgustos.
      Saludos!

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  2. Don Natalio, si lo que parece que hacen Samuel y Luján es cierto, además del poroto, te va a convenir poner semillas de cannabis a germinar.
    ¡Salud!

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