sábado, 22 de junio de 2013

Día 173 - El golpe bajo

Hoy me desperté cantando “Té para tres”, de Soda Stereo. No sé si la canción lo habrá inspirado o si fue algo fortuito, pero mi primo Luján, de Luján, nos deleitó con una gran variedad de tés en hebras para el desayuno. Había un clima especial. Comíamos en silencio. Entre sorbo y sorbo, Samuel y Luján intercambiaban miradas, que no fui capaz de descifrar, por encima del borde de las tazas, y reían, a cada rato reían, como si fueran dos purretes que acababan de hacer una travesura. No sé qué es lo que les sucede. Se la pasan cuchicheando y comportándose como dos marmotas. ¿Estarían tramando algo? No tenía tiempo para averiguarlo. Necesitaba tener una charla con Vicky para convencerla de suspender la pelea.
Estacioné la furgonetita frente a su casa y toqué timbre. Me atendió el padre, un poco enojado porque lo  hubiera molestado durante la mañana de un sábado, pero ansioso por presumirme, una vez más, su tasa de mejor padre del mundo.
—¿Está Vicky? —le pregunté.

—Buen día —me dijo, hablándome con el mismo tono con el que lo hacía mi maestra de primer grado cada vez que me hacía una corrección.
—Buen día —le dije—. ¿Está Vicky?
—No. Salió hace unos minutos. Me dijo que te avisara que fueras directo, que ella se iba corriendo.
¿Corriendo? Todo parece indicar que Vicky está obsesionada con su forma física. Ahora, tendría que consultarlo con Arnoldo, pero dudo que el exceso de ejercitación sea algo positivo en esta etapa de su entrenamiento.
El mismo tipo que me había recriminado el no haberlo saludado, cerró la puerta sin despedirse. Subí a la furgonetita y arranqué rumbo al gimnasio. A las siete cuadras, la encontré a Vicky. Estaba reclinada hacia delante, con las manos posadas en las rodillas, sumamente agitada.
—Vení, subí que te llevo —le dije.
Pretendía oponerse y quiso decirme algo, pero la agitación que le impedía hablar hizo que recapacitara y entendiera que no estaba en condiciones de correr hasta el gimnasio. En el camino, hice un comentario pretendidamente casual respecto al tamaño de “La Mole Moni”.
—Cuanto más grande sea, más ruido va a hacer al caer —me dijo—. Ya le gané una vez y puedo volver a vencerla.
—Sí, de eso no tengo dudas, pero olvidamos incluir en el contrato una cláusula relativa al consumo de sustancias prohibidas y tengo la impresión de que ha estado consumiendo algo para volverse más fuerte y más grande.
—Que tome lo que quiera. No me importa. Igual le voy a ganar.
—Vicky… —le dije, instándola a recapacitar.
—Mirá, Natalio, si lo que te proponés es persuadirme para suspender la pelea, no te gastes. Si cada vez que se aproxime un combate vas a dejar que tus inseguridades se apoderen de vos, lo mejor va a ser que no seas mi entrenador. Yo necesito que las personas que trabajen conmigo me transmitan confianza, como hace Arnoldo.

Uffff. La comparación con Arnoldo fue un golpe bajo del que me costará reponerme. Para colmo, luego me pasé el día entero viendo cómo entrenaban, sin tener ningún tipo de participación, pensando que si la pelea iba a desarrollarse de todas formas, tendría que encontrar la manera de neutralizar las ventajas ostensibles que, dadas las condiciones actuales, favorecerían a nuestros adversarios.

4 comentarios:

  1. Don Natalio, yo estoy incondicionalmente con vos en esta lucha por desactivar la crisis de los 30.
    Pero en este caso, Vicky tiene razón. Tenés que inspirarle confianza.

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    1. Sí, lo sé, Fernando, pero los celos me nublan el juicio y me es muy difícil pensar con claridad y actuar en consecuencia.
      Saludos!

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  2. Natalio, tendrías que ver un buen terapeuta, te va ayudar a desactivar la paranoia,con todo respeto, saludos

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    1. No sé, Anó. ¿Y qué pasa si el terapeuta que visito es parte de la conspiración de Amoroso, o conoce a Bicicleta y me usa para obtener información respecto al entrenamiento de Vicky? No, no me parece buena idea.
      Saludos!

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