domingo, 9 de junio de 2013

Día 160 - Tan poco vos, tan elegante

Hoy me desperté cantando “Volver a casa”, de Viejas Locas. Cerca del mediodía, me despedí de los Pelotudos con los que estuve compartiendo calle estos últimos días y emprendí el regreso al monoambiente. En el camino me di cuenta de que tenía muchas ganas de volver a ver a mi primo Luján, de Luján, y por qué no admitirlo, también a Samuel. Estacioné la furgonetita en la vereda y subí. Cuando entré el mimo, que estaba sentado en la mesa frente a un plato de ravioles que no tenían muy buen aspecto, se sobresaltó.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Me respondió torciendo la boca hacia abajo y sacudiendo la cabeza de un costado a otro. Interpreté su gesto como un “no pasa nada”.
—¿Estás con Luján? —le pregunté.
Sacudió la cabeza negativamente.
—Y entonces, ¿quién preparó esos ravioles?
Se señaló a sí mismo.
—¿Y el otro plato? ¿De quién es? ¿Estás con Samuel?
Volvió a sacudir la cabeza negativamente.
—¿Con quién estás entonces? ¿Por qué hay velas encendidas? ¿De dónde sale ese perfume? ¿Por qué la música romántica?

No hizo ningún gesto. Estaba a punto de repetir la pregunta cuando escuché que alguien abría la puerta del baño. Era mi vieja, que vestida de gala y muy maquillada salió acomodándose el pelo.
—¿Qué haces acá? —le pregunté.
—¡Natalio! ¡Estás vivo! —me dijo y se acercó a abrazarme— Estaba muy preocupada por vos. Tus amigos me contaron que habías desaparecido y vine a ver si habían tenido novedades. Como ya estaba acá y hace varios días que prácticamente no pruebo bocado porque la angustia me cerró el estómago, Ricky me invitó a comer.
—¿Quién carajo es Ricky? —le pregunté.
—¡Ricky! Ricardo. El mimo. El colega de tu padre. Menos mal que volviste, Natalio. Tu padre me abandonó una vez y no creo estar preparada para un nuevo abandono.
—Y decime una cosa. ¿Que hayas venido tan arreglada es otra consecuencia de la angustia o era por si te decían que me había muerto, para ya estar preparada para el funeral? Digo, porque me parece raro primero que hayas venido a visitarme, pero sobre todo que estés vestida así.
—¿Así como? —me preguntó haciéndose la desentendida.
—Así, tan poco vos, tan elegante —le dije.
—¿Por esto me lo decís? —me dijo, y mientras miraba de soslayo al mimo esbozó una sonrisa cargada de incomodidad— Si es la ropa que uso todos los días, Natalio. Me puse lo primero que encontré.
—¿Y vos? ¿Qué tenés para decir? —le pregunté al mimo y ni bien terminé de pronunciar la pregunta me di cuenta que estaba pidiéndole que hablara a ese payaso que era mudo por propia elección.
No podía concebir el descaro de ese ser humano que había aprovechado mi ausencia para invitar a mi vieja a comer.
—Dejen. No hace falta que me expliquen nada. Que tengan buen provecho —dije, dejé mis cosas y volví a irme.

Ahora estoy haciendo tiempo en una plaza, esperando a que mi vieja se vaya para volver. Por más que lo intente, no logro pensar con claridad. Sólo sé que, sea cual sea la relación que tenga con mi madre en la actualidad, necesito encontrar la manera de averiguar qué incidencia tuvo el mimo en el alejamiento de mi padre.

6 comentarios:

  1. Yo, que si llego a un lugar cualquiera y veo un pucho digo "aquí han fumado", creo que el mimo se está tomando atribuciones con tu vieja que dan una punte de qué tu viejo se escapó, como el unicornio. Suponiendo que es mejor ser unicornio que multicornio.

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    1. No lo sé, Fernando. No creo que lo importante sea la cantidad de cuernos, sino la calidad de los que uno tenga.
      Saludos!

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  2. Jajaja,bien porCentajes, comparto, con todo respeto, saludos

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    1. Perdón, Anó, pero no conozco a ningún Centajes.
      Saludos!

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  3. no todo lo que brilla es oro, dicen...

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    1. Eso que decís que dicen, Anó, se parece mucho a una frase que solía repetir mi abuelita: "No todo lo que chilla es loro", decía.
      Muchas gracias por despertar el recuerdo.
      Saludos!

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