Hoy me desperté cantando “Volver a casa”, de Viejas
Locas. Cerca del mediodía, me despedí de los Pelotudos con los que estuve
compartiendo calle estos últimos días y emprendí el regreso al monoambiente. En
el camino me di cuenta de que tenía muchas ganas de volver a ver a mi primo
Luján, de Luján, y por qué no admitirlo, también a Samuel. Estacioné la
furgonetita en la vereda y subí. Cuando entré el mimo, que estaba sentado en la
mesa frente a un plato de ravioles que no tenían muy buen aspecto, se
sobresaltó.
—¿Qué
pasa? —le pregunté.
Me
respondió torciendo la boca hacia abajo y sacudiendo la cabeza de un costado a
otro. Interpreté su gesto como un “no pasa nada”.
—¿Estás
con Luján? —le pregunté.
Sacudió
la cabeza negativamente.
—Y
entonces, ¿quién preparó esos ravioles?
Se
señaló a sí mismo.
—¿Y
el otro plato? ¿De quién es? ¿Estás con Samuel?
Volvió
a sacudir la cabeza negativamente.
—¿Con
quién estás entonces? ¿Por qué hay velas encendidas? ¿De dónde sale ese perfume? ¿Por qué la música romántica?
No
hizo ningún gesto. Estaba a punto de repetir la pregunta cuando escuché que
alguien abría la puerta del baño. Era mi vieja, que vestida de gala y muy
maquillada salió acomodándose el pelo.
—¿Qué
haces acá? —le pregunté.
—¡Natalio!
¡Estás vivo! —me dijo y se acercó a abrazarme— Estaba muy preocupada por vos.
Tus amigos me contaron que habías desaparecido y vine a ver si habían tenido
novedades. Como ya estaba acá y hace varios días que prácticamente no pruebo
bocado porque la angustia me cerró el estómago, Ricky me invitó a comer.
—¿Quién
carajo es Ricky? —le pregunté.
—¡Ricky!
Ricardo. El mimo. El colega de tu padre. Menos mal que volviste, Natalio. Tu
padre me abandonó una vez y no creo estar preparada para un nuevo abandono.
—Y
decime una cosa. ¿Que hayas venido tan arreglada es otra consecuencia de la
angustia o era por si te decían que me había muerto, para ya estar preparada
para el funeral? Digo, porque me parece raro primero que hayas venido a
visitarme, pero sobre todo que estés vestida así.
—¿Así
como? —me preguntó haciéndose la desentendida.
—Así,
tan poco vos, tan elegante —le dije.
—¿Por
esto me lo decís? —me dijo, y mientras miraba de soslayo al mimo esbozó una
sonrisa cargada de incomodidad— Si es la ropa que uso todos los días, Natalio.
Me puse lo primero que encontré.
—¿Y
vos? ¿Qué tenés para decir? —le pregunté al mimo y ni bien terminé de
pronunciar la pregunta me di cuenta que estaba pidiéndole que hablara a ese
payaso que era mudo por propia elección.
No
podía concebir el descaro de ese ser humano que había aprovechado mi ausencia
para invitar a mi vieja a comer.
—Dejen.
No hace falta que me expliquen nada. Que tengan buen provecho —dije, dejé mis
cosas y volví a irme.
Ahora
estoy haciendo tiempo en una plaza, esperando a que mi vieja se vaya para
volver. Por más que lo intente, no logro pensar con claridad. Sólo sé que, sea
cual sea la relación que tenga con mi madre en la actualidad, necesito encontrar
la manera de averiguar qué incidencia tuvo el mimo en el alejamiento de mi
padre.
Yo, que si llego a un lugar cualquiera y veo un pucho digo "aquí han fumado", creo que el mimo se está tomando atribuciones con tu vieja que dan una punte de qué tu viejo se escapó, como el unicornio. Suponiendo que es mejor ser unicornio que multicornio.
ResponderEliminarNo lo sé, Fernando. No creo que lo importante sea la cantidad de cuernos, sino la calidad de los que uno tenga.
EliminarSaludos!
Jajaja,bien porCentajes, comparto, con todo respeto, saludos
ResponderEliminarPerdón, Anó, pero no conozco a ningún Centajes.
EliminarSaludos!
no todo lo que brilla es oro, dicen...
ResponderEliminarEso que decís que dicen, Anó, se parece mucho a una frase que solía repetir mi abuelita: "No todo lo que chilla es loro", decía.
EliminarMuchas gracias por despertar el recuerdo.
Saludos!