viernes, 7 de junio de 2013

Día 158 - Enfermo de celos

Hoy me desperté cantando “Celoso”, de Cienfuegos. Ayer pasé el día con Vicky. Paseamos por toda la ciudad, un poco para seleccionar nuevos puntos de interés para futuras excursiones de nuestro proyecto turístico “El Pasea Porros”, pero sobre todo para estar juntos. Estábamos estacionados frente a la Torre Monumental cuando me dijo que le gustaría que volviera al monoambiente, que los demás me extrañaban y que no creía que estuvieran preparados para arreglárselas sin mí. Al parecer mi negativa no le gustó demasiado, porque se mostró ofendida y me pidió que la llevara a la casa. Yo me había ilusionado con que volviéramos a pasar la noche juntos, pero se excusó diciéndome que su padre se preocuparía.

Hoy, después del mediodía, pasé a buscarla y fuimos al gimnasio para una jornada de arduo entrenamiento. Ni bien llegamos, Arnoldo la recibió como si en lugar de conocerse hace apenas unos días, fueran amigos de toda la vida: tomándola por la cintura con ambas manos, la levantó, le dio un beso en la mejilla y volvió a dejarla en el piso. A mí me saludó con indiferencia. Tuve ganas de hacerle saber que la mujer a la que había tomado por la cintura era mi novia, pero estaba seguro de que Vicky se enojaría si revelaba nuestro amor secreto, por lo que no tuve más remedio que reprimir el impulso.
—Andá a ponerte los guantes que hoy vamos a empezar con la bolsa —le dije.
—Primero tenemos que hacer la entrada en calor —dijo Arnoldo y, tomándola de la mano, la llevó al sector de las máquinas.
Cada vez que le indicaba un nuevo ejercicio, le colocaba la mano sobre el músculo que estaba ejercitando y le daba una explicación resumida acerca de cómo funcionaba esa parte de la anatomía humana. A mí me ponía sumamente nervioso ver a esa montaña de músculos metiéndole mano a mi novia, pero qué se suponía que hiciera, si a Vicky parecía no molestarle y Arnoldo desconocía la relación que había entre nosotros.
Finalmente terminaron con los ejercicios de calentamiento, hicimos unos minutos de bolsa y después, con la intención de vengarme de Arnoldo, le dije que existía la posibilidad de una revancha contra “La Mole Moni” y que como él tenía una contextura física similar a la de la última rival de Vicky sería de mucha ayuda si se colocaba unos guantes y hacía las veces de sparring. Mi intención era que Vicky le pusiera una buena mano en la mandíbula; que lo castigara por haberse sobrepasado durante la explicación de sus ejercicios, pero el plan no resultó, porque Arnoldo aprovechó el entrenamiento para abrazarla una y otra vez, y Vicky, que ya se había encariñado con él, se rehusó a pegarle con el peso habitual de sus golpes. Desesperado al borde del cuadrilátero, le grité que le pegara, que pusiera en práctica las combinaciones que veníamos ensayando. No hubo caso. Ellos no hacían más que abrazarse y reírse. Fue tan grande mi frustración, que tuve que suspender el entrenamiento.
—Es todo por hoy —les dije.

Necesito que los demás sepan acerca de mi relación con Vicky, porque si las cosas siguen como hasta ahora, los celos van a terminar por enfermarme.

4 comentarios:

  1. No quisiera estar en tus zapatos, Don Natalio.

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    1. Yo tampoco, Fernando. Por eso ando en pantuflas.
      Saludos!

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  2. mejor pajaro en mano que cien volando

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    1. Temo que no estoy de acuerdo, Anó. Salvo que sean palomas con diarrea, creo que cien pájaros volando componen un espectáculo más lindo que un pájaro en la mano, que además puede transmitirte enfermedades.
      Saludos!

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