Hoy me desperté en la parte trasera de mi furgonetita Volkswagen cantando “Perro andaluz”, de Serú Girán. Anoche, después de arrojar bajo la puerta de la casa de Vicky la carta de despedida que le había escrito, me senté un rato en la vereda para calentarme en torno al fuego que habían encendido los demás Pelotudos. Por un momento me ilusioné con la idea de que pasaríamos un rato muy ameno, porque uno tenía consigo el estuche de una guitarra, pero luego, cuando se fue a dormir a una galería cercana, supe por los demás que su Problema Pelotudo consistía, justamente, en que siempre se quedaba con la capa más superficial de las cosas.
—Hacé la prueba de darle un caramelo —me dijo uno de los Pelotudos—. Vas a ver que lo tira y se queda con el papel.
—Desde chico, para su cumpleaños, sin importar cuál sea el regalo, lo desecha y conserva el envoltorio —agregó otro.
—Con las minas se le complica —insistió el primero.
—¿De verdad? —le pregunté— ¡Qué raro! Parece fachero.
—Sí, para levantar no tiene problemas, pero una vez que consigue que la mina se desnude, se interesa por la ropa y no le da más bola.
—Entonces —les dije— lo que tiene no es una guitarra, sino un estuche vacío.
—Exactamente —me dijo uno.
—¡Pero qué conclusión tan brillante! No me digas nada, vos sos detective —me dijo un tercero que hasta ese momento no había intervenido en la charla.
Me sentí halagado. Mi velocidad mental había impresionado a ese desconocido. Le agradecí por el elogio y, para no pecar de soberbia, le dije que mi razonamiento habría sido producto de la casualidad.
—¡Ah, pero qué maravilla! —dijo poniéndose de pie— Rara vez la brillantez y la humildad conviven con la armonía con la que lo hacen en tu genio.
Pensé que finalmente había encontrado a una persona capaz de valorarme. Me habría gustado que mi madre hubiera estado ahí para escucharlo. Ella, que nunca confió en mis posibilidades, tendría que haberse rendido ante la admiración que había despertado en un desconocido.
—Bueno —dijo mi nuevo admirador—, me voy a mi mansión, porque me está esperando la pendeja por la que abandoné a mi esposa y, ahora que se operó las tetas, me pide que llegue a casa temprano así se las voy ablandando de a poco. La verdad: estoy un poco cansado de ponerla. Tal vez le diga que me duele la cabeza.
—¿Adónde dijo que va? —le pregunté en voz baja a uno de los Pelotudos cuando mi admirador ya se había ido.
—A ningún lado —me dijo—. Duerme ahí en la galería con nosotros. Pasa que su Problema es que no puede dejar de hablar con ironía. Con el tiempo te terminás acostumbrando, pero al principio te va a parecer pesado y bastante ofensivo.
Algo confundido, volví a la furgonetita preguntándome si mi nuevo admirador realmente me admiraba o si en realidad había sido irónico conmigo.
Don Natalio,no te dejes impresionar por el presumido ese.
ResponderEliminarLas tetas operadas no se ablandan. Resultan como las pelotas pulpo que se usaban en el barrio a cambio de la pelota de trapo, y es más factible que se ablande todo el resto del cuerpo que las tetas de siliconas.
Y, si encima es un fabulador, ¡que se frunza!
Muchas gracias, Fernando, por el consejo. Trataré de cuidarme de este as de la ironía.
EliminarSaludos!
Natalio sos tan ingenio que duele, saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó, pero no creo ser tan ingenio como vos decís.
EliminarSaludos!