Hoy me desperté empapado de pies a cabeza cantando “Qué calor”, de Pibes Chorros. ¿Qué había pasado? ¿Me había meado? No, por suerte
eso no ocurre desde hace quince años, dos meses, diecinueve días, quince horas,
treinta y ocho minutos y cincuenta y dos segundos. Recuerdo que había superado
el problema un par de años antes de que se fuera mi padre, pero resurgió cuando
se fue. Cansada de tener que lavarme las sábanas, mi vieja probó todo tipo de
soluciones. En verano me mandó a dormir a la bañera, pero teníamos un solo baño
y era muy incómodo cuando uno de mis ocho hermanos necesitaba usarlo. Después
no dejó que mis accidentes alteraran los tiempos del ciclo del lavado e hizo
que durmiera sobre sábanas meadas hasta que llegara el día de cambiarlas.
Con el transcurrir del tiempo, nuestro olfato se
acostumbró al olor; no así el de los vecinos de la casa contigua, que
presentaron, en el juzgado más cercano, una demanda por contaminación aromática
y, tras tres meses de disputa, consiguieron que la justicia nos obligara a
lavar las sábanas meadas en un plazo inferior a las doce horas.
Recuerdo que antes de ir a las audiencias mi vieja
me maquillaba moretones y me vestía con ropa rota y sucia con la esperanza de
que Asistencia Social le quitara la tenencia y me diera en adopción, pero al
parecer ya estaba grande para que el Estado se fijara en mí. Estoy convencido
de que mi madre lo hacía por mi bien y de que me había elegido a mí en lugar de
a cualquiera de mis hermanos porque consideraba que era más fuerte que
cualquiera de ellos. El caso sentó precedentes en conflictos de sábanas mojadas
y, gracias a la difusión, todos en el colegio supieron que yo tenía ese pequeño
problemita de incontinencia. Desesperanzada y exhausta, mi vieja decidió no
hacer nada más, pero me dijo que en adelante sería yo quien se encargaría de
lavar a mano las sábanas meadas. Fue la solución. Jamás volví a sufrir una
pérdida.
Hoy desperté empapado de pies a cabeza, pero sólo
era transpiración. La fiebre cedió; también cedieron las nauseas y el dolor de
cabeza, y lo mejor de todo es que Luján lavará las sábanas. Mientras yo me daba
una ducha, tendió mi cama con un juego limpio.
En algún momento de la tarde, Vicky vino al monoambiente. Esta acá desde hace un
rato y desde que llegó no hizo más que hablar con los demás en voz baja.
Supongo que lo hacen por consideración a mi dolor de cabeza. Parece que están organizando
algo, porque se la pasan dándose indicaciones unos a otros y juntando cosas. Creo
que, para completar mi recuperación y no sufrir una recaída, permaneceré el día
entero en cama mientras ellos se van vaya uno a saber adónde.
Sí, lo de las sábanas meadas es una cagada.
ResponderEliminarDecímelo a mí, Fernando, que lo sufrí en carne propia.
EliminarSaludos!