—¡Qué músculos que tiene Arnoldo!
¿Quién carajo es Arnoldo? Rechazo la sopa y, con un
hilo de voz, le pregunto si no puede traerme una galletita.
—Acabo de comerme la última —me dice.
Vicky se levanta da una silla, se detiene junto a
Luján, le quita con suavidad la bandeja y, con irónica dulzura, dice:
Se sienta en la cama y me da la sopa en la boca,
cucharada por cucharada. ¿Quién carajo es Arnoldo? Samuel habla, pero no lo
veo. Debe estar acostado en la parte de debajo de la cama marinera que comparte
conmigo. Su voz retumba en mi cabeza como el rebote de una cancha de pádel
cubierta con techo de chapa.
—Arnoldo es un genio —dice—. Me encantó cuando te
agarró de la cintura.
¿Quién carajo es Arnoldo? ¿Y a quién mierda había
agarrado de la cintura? ¿A Vicky o a Luján? El mimo sale del baño. Lo cagaría a
trompadas. Pedazo de turro que traicionó mi confianza y fue a almorzar con mi madre
a mis espaldas.
Hablando de Roma… Detrás del mimo, mi madre sale del
baño. ¿Qué hace acá, en el monoambiente? Mi salud debe haberse deteriorado.
Debo estar por morir para que haya venido a visitarme. Se acerca a mí y me mira
comprimiendo los labios y moviendo la cabeza suavemente en signo negativo. Con
un hilo de voz, le pregunto:
—¿Qué hacías encerrada en el baño con el mimo?
—Mimitos —me responde.
Su respuesta me provoca nauseas. Ella ríe, da media
vuelta, se desviste y, en ropa interior, se pone a limpiar el departamento. No
lo tolero. La cabeza está a punto de explotarme. Para distraerme, trato de
reponer el contorno del rostro de Daniel Amoroso sobre la persiana americana
que me impide verlo, pero no hay caso. Mi atención se dispara nuevamente hacia
mi madre que, no conforme con limpiar en bolas, se pone a cantar. El mimo la
acompaña haciendo ademanes de director de orquesta. Me pongo de pie. Mis
piernas vacilan, mi visión se nubla y, al mismo tiempo, da vueltas. Avanzo como
puedo, caigo al piso de rodillas, gateo. Necesito llegar al baño como sea. Me cuelgo
del picaporte, levanto la tabla del inodoro y vomito interminablemente.
¡Mamá, mamá, el inodoro da vueltas!
Salgo del baño y me sorprendo. Estoy solo en el
monoambiente. ¿Se fueron todos o estaba alucinando? Levanto la persiana y, algo
recompuesto, me acuesto a contemplar el rostro del Amoroso.
¿Fiebre, solamente, Don Natalio?
ResponderEliminarY un pequeño dolor de cabeza. Muchas gracias por preocuparte, Fernando.
EliminarSaludos!