viernes, 31 de mayo de 2013

Día 151 - ¿Quién carajo es Arnoldo?

Hoy me desperté cantando “Que vengan los bomberos”, versión de Daniela Romo. Siento fuego en mi cabeza. Mi fiebre debe haber superado los 40 grados. Luján se acerca hasta mi cama con un plato de sopa, gira la cabeza y exclama:
—¡Qué músculos que tiene Arnoldo!
¿Quién carajo es Arnoldo? Rechazo la sopa y, con un hilo de voz, le pregunto si no puede traerme una galletita.
—Acabo de comerme la última —me dice.
Vicky se levanta da una silla, se detiene junto a Luján, le quita con suavidad la bandeja y, con irónica dulzura, dice:
—Arnoldo tiene esos músculos porque siempre toma la sopa.
Se sienta en la cama y me da la sopa en la boca, cucharada por cucharada. ¿Quién carajo es Arnoldo? Samuel habla, pero no lo veo. Debe estar acostado en la parte de debajo de la cama marinera que comparte conmigo. Su voz retumba en mi cabeza como el rebote de una cancha de pádel cubierta con techo de chapa.
—Arnoldo es un genio —dice—. Me encantó cuando te agarró de la cintura.
¿Quién carajo es Arnoldo? ¿Y a quién mierda había agarrado de la cintura? ¿A Vicky o a Luján? El mimo sale del baño. Lo cagaría a trompadas. Pedazo de turro que traicionó mi confianza y fue a almorzar con mi madre a mis espaldas.
Hablando de Roma… Detrás del mimo, mi madre sale del baño. ¿Qué hace acá, en el monoambiente? Mi salud debe haberse deteriorado. Debo estar por morir para que haya venido a visitarme. Se acerca a mí y me mira comprimiendo los labios y moviendo la cabeza suavemente en signo negativo. Con un hilo de voz, le pregunto:
—¿Qué hacías encerrada en el baño con el mimo?
—Mimitos —me responde.
Su respuesta me provoca nauseas. Ella ríe, da media vuelta, se desviste y, en ropa interior, se pone a limpiar el departamento. No lo tolero. La cabeza está a punto de explotarme. Para distraerme, trato de reponer el contorno del rostro de Daniel Amoroso sobre la persiana americana que me impide verlo, pero no hay caso. Mi atención se dispara nuevamente hacia mi madre que, no conforme con limpiar en bolas, se pone a cantar. El mimo la acompaña haciendo ademanes de director de orquesta. Me pongo de pie. Mis piernas vacilan, mi visión se nubla y, al mismo tiempo, da vueltas. Avanzo como puedo, caigo al piso de rodillas, gateo. Necesito llegar al baño como sea. Me cuelgo del picaporte, levanto la tabla del inodoro y vomito interminablemente.
¡Mamá, mamá, el inodoro da vueltas!
Salgo del baño y me sorprendo. Estoy solo en el monoambiente. ¿Se fueron todos o estaba alucinando? Levanto la persiana y, algo recompuesto, me acuesto a contemplar el rostro del Amoroso.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Y un pequeño dolor de cabeza. Muchas gracias por preocuparte, Fernando.
      Saludos!

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