Hoy me desperté cantando “Septiembre del ´88”, de
Cacho Castaña. Me levanté y, sin bañarme, me puse la misma ropa que había usado
ayer. En uno de los bolsillos del pantalón encontré un papel plegado que
contenía un mensaje. No sabía cómo había llegado hasta ahí, ni cuándo, ni quién
me lo había dejado. Comencé a leer.
“Querido
Natalio…”. Si decía
“querido” podía descartar a mi vieja como posible autora de la carta. “… si estás leyendo estas palabras es porque
encontraste el papel que puse en tu bolsillo”. Por la inclusión de palabras
que contenían la letra “p” supe que tampoco había sido Samuel. “Habría preferido que, como tantas otras
veces, habláramos personalmente, pero los sucesos recientes me hacen sospechar
que tal vez estén espiándonos y, en ese caso, al conversar estaríamos
exponiéndonos a un riesgo muy grande”. Si la persona que había escrito la
carta había hablado conmigo, entonces no había sido el mimo. “Por precaución, te pido que no leas en voz
alta. Nunca se sabe dónde puede haber un micrófono”.
—¿Qué decís? ¿Qué te pasa? —me preguntó Luján, algo
desconcertado.
—¿Por qué? ¿Qué… qué… qué… qué dije? —le pregunté.
—No sé, algo de un micrófono —me dijo, muy
sonriente.
—¡Ah!, no, nada. Estaba pensando en que sería buena
idea incorporar un micrófono a la furgonetita para que Samuel no tenga que
forzar la voz en las excursiones. ¿No te parece? —le dije y seguí leyendo, pero
en silencio. Las preguntas de Luján me permitían descartarlo como sospechoso.
“Tenías
razón. Todo lo que dijiste era cierto y lamento no haberte creído. Me habría
ahorrado mucho tiempo y algún que otro disgusto”. ¿Habría escrito esas palabras aquel compañerito de
la escuela primaria al que le expliqué cómo era el asunto de los reyes magos y
Papá Noel? “Pero bueno, ahora ya sé todo.
Sé cuál es el verdadero objetivo del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas
Pelotudos; sé lo que sucede en el sitio cuyo nombre no debe ser mencionado, y
entiendo lo que intentaste explicarnos acerca del rostro de Daniel Amoroso. No
sé cómo vamos a hacer para enfrentarnos a esto, pero confío en que algo se te
va a ocurrir. Por favor, quemá esta carta ni bien termines de leerla. Un beso
grande. Vicky”.
Vovlí a plegar el papel y lo guardé dentro del
guante de cocina que colgaba de mi cuello. Por más peligroso que fuera, no iba
a deshacerme de la primera carta que me había escrito mi amada. Ahora entiendo
todo. Tal como yo hice alguna vez, Vicky está simulando una crisis para que no
sepan que ella sabe lo que yo también sé y ahora sé que sabe.
Natalio Corazón de León, suerte que Vicky te tiene,saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó.
EliminarSaludos!
A veces, las casualidades nos llevan a momentos increíbles.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. Me intriga saber qué sucede las veces que las casualidades no nos llevan a momentos increíbles.
EliminarSaludos!