Hoy me desperté cantando “Se me olvidó todo al verte”, de Alejandro Sanz. Anoche, luego de cargar al mimo y a Luján escaleras arriba desde la planta baja hasta el monoambiente, lo desperté a Samuel, que se había pasado el día entero durmiendo, y fuimos a una nueva sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Desde que encontré el guante de Vicky en el piso del cuartito del Lugar Especial, lo llevo conmigo a todas partes. Me avergüenza un poco confesarlo, pero le puse un hilo y lo colgué de mi cuello para llevarlo cerca de mi corazón.
Llegamos y ahí estaban Hernán, Julio y Pato ocupando sus respectivas sillas sobre el escenario, aguardando en silencio al moderador. Tras saludar tímidamente, Samuel y yo nos sentamos. La única silla vacía era la de Vicky. Verla me llenó de tristeza y reforzó en mí la idea de presionar al moderador para saber cuánto sabía y cuánto ocultaba respecto a su desaparición.
Unos minutos más tarde, el moderador salió al escenario desde uno de los costados. Detrás de él, una mujer caminaba con la cabeza gacha y las manos ocultas tras la espalda. Supuse que se trataría de una Pelotuda nueva y me indignó el que ya hubieran reemplazado a mi amada. Para colmo tendríamos que oír su historia, ayudarla a pensar en un Problema Pelotudo, contenerla, consolarla… ¡Y todo para encubrir la farsa mediante la cual un político ignoto pretende llegar a la presidencia! Me puse de pie dispuesto a gritarle al turro del moderador unas cuantas verdades, pero, mientras buscaba debajo de mis ropas el guante de cocina para exponerlo como una evidencia de que algo raro estaba sucediendo, la Pelotuda nueva tomó asiento y dejó ver sus manos, que, al igual que las de Vicky, eran cubiertas por sendos guantes de cocina.
¡Era Vicky! ¡La Pelotuda nueva era Vicky! Pero, ¿por qué se la veía tan diferente? Tenía el pelo planchado, el rostro apagado, había perdido dos o tres kilos y estaba algo pálida.
—Queridos Pelotudos —dijo el moderador—, el domingo nuestra compañera Vicky sufrió una pequeña recaída. Les pido que seamos más solidarios que nunca y que la acompañemos en su reincorporación.
Al finalizar la sesión, en la que Hernán expuso las ventajas y desventajas del botoncito de los controles remotos que sirve para volver al canal anterior, me acerqué a Vicky para saludarla. La abracé con fuerza, pero ella no reaccionó de ninguna manera. Se quedó quieta, con los brazos pegados al cuerpo, y sentí que no estaba abrazando a una mujer, sino una bolsa de boxeo.
—¿Qué pasó? ¿Dónde estabas? —le pregunté entre susurros.
—Hola, me llamo Vicky —me respondió como si no me conociera.
Iba a preguntarle si quería que la llevara, pero el padre, que acababa de estacionar su auto a unos metros de distancia, se interpuso entre nosotros y, sin saludarme, se la llevó. Mis ojos no daban crédito de lo que veían. ¿Qué le habían hecho a Vicky? ¿A qué clase de torturas la habrían sometido para que luciera tan desmejorada y no me reconociera? Mientras mi mente seguía formulando preguntas para las que no tenía respuestas, Samuel, de quien tengo la sospecha de que vive adentro de un raviol, se paró junto a mí, posó su brazo sobre mi hombro y me dijo:
—¡Qué bueno que haya vuelto Vicky!, ¿no? Se la ve muy bien.
Me divierte mucho leerte. Pasé un rato agradable leyendo este capítulo. Quedo pendiente. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, María Eugenia.
EliminarSaludos!