Hoy me desperté cantando “Sally can wait”, de Oasis. Llegó el frío a Buenos Aires y, como somos cuatro viviendo en un monoambiente, decidimos no encender la calefacción, porque ya bastante viciado está el aire y si abrimos la ventana es mayor el frío que entra que el calor que irradia el calefactor. Para colmo, con las ventanas cerradas, el olor de la basura que desparramé ayer hace que sea muy difícil respirar. Sí, ya sé que tendría que haberle pedido a mi primo Luján que la juntara y limpiara un poco, pero la desaparición de Vicky me tiene tan preocupado, que no tengo fuerzas ni para dar indicaciones.
Para no tomar frío, me quedé en la cama y desde ahí, tapado hasta la frente, organicé una revolución. Hablando entre susurros, le pedí a Luján que se acercara y le dije que fuera a buscar al mimo. No quería que Samuel se despertara, porque sería un problema que él supiera lo que estaba planeando. Cuando Luján volvió con el mimo les pedí que buscaran la ropa negra y los pasamontañas que habíamos usado en nuestra invasión al conventillo y que me esperaran en la furgonetita. Después de que se fueron, traté de levantarme, pero el frío me disuadía y, de tanto dudar, me quedé dormido.
Desperté, por segunda vez en el día, una hora más tarde, cantando “Vuelve”, de Ricky Martin. Me levanté exaltado, caminé hasta el baño sorteando los desechos, me di una ducha, me vestí con ropa negra y abrí la puerta con sumo cuidado procurando, inútilmente, que no chirriara.
—¿A dónde vas? —me preguntó Samuel desde su cama.
—A pintar palomas en el palo de una plaza —le respondí sin saber exactamente lo que estaba diciendo, pero tratando de encadenar la mayor cantidad posible de palabras con “p”—. ¿Querés venir?
—No, no. Andá vos. Yo me quedo durmiendo —me dijo y volvió a apoyar la cabeza en la almohada.
Sentados en la parte trasera de la furgonetita, el mimo y Luján me esperaban como dos soldados fieles.
—Disculpen la demora, caballeros —les dije en tono solemne—. Estaba ultimando detalles de los que dependerá el éxito de nuestra operación. La misma consistirá en ingresar clandestinamente a las instalaciones del boliche Amerika, también conocido como El Lugar Especial, y recabar información que nos permita seguir el rastro de Vicky.
Ambos asintieron con la cabeza y se cubrieron el rostro con el pasamontañas. Estacioné frente al tapial que nos daría acceso a la puerta trasera del boliche. Cuando estuvimos ahí, quitamos los restos de vidrios que había en la circunferencia de la ventana rota para que el mimo ingresara y nos abriera la puerta desde adentro. Entramos al depósito en el que guardaban las bebidas, atravesamos la puerta que nos condujo hasta la pista de baile, caminamos a través del pasillo y abrimos la puerta del cuartito en el que suelen lavarnos la cabeza. Salvo por un afiche de Daniel Amoroso que colgaba desde el techo hasta el piso en el centro de la pared opuesta, el lugar estaba vacío. Me quedé paralizado y contemplé largamente la amorosa cara de Daniel. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, sacudí la cabeza y, mirando hacia otro lado, me acerqué hasta el afiche y lo arranqué para que el carisma hipnótico del político ya no me distrajera. Fue así como descubrí que el afiche estaba ahí para cubrir una puerta. Por algún motivo imaginé que por esa misma puerta se habrían llevado a Vicky y traté de abrirla, pero estaba cerrada con llave. Desbordado por la frustración, agaché la cabeza y vi, entre los restos de afiche, un pedazo de tela chamuscada. ¡Era uno de los guantes de Vicky! Cabían dos posibilidades: que se lo hubiera quitado para dejarle una pista a quien, como nosotros, quisiera encontrarla o que se lo hubieran quitado por la fuerza. Tomé el guante y me di vuelta para compartir el hallazgo con Luján y el mimo, pero no pude atraer su atención, porque no hacían más que reír como dos descerebrados mientras se pasaban una botella que habían tomado del depósito.
—¿Qué hacen? —les dije y les quité la botella— ¿Acaso no les advertí que las bebidas de este lugar están adulteradas, que tiene una droga que hace que pierdan la conciencia?
Era tarde. Ya la habían perdido. En honor a la verdad, debo admitir que nunca les hice la advertencia.
Fue muy difícil convencerlos para que nos fuéramos, no tan difícil como hacer que pasaran al otro lado del tapial ni tan difícil como convencerlos para que no se quitaran el pasamontañas y se metieran en la furgonetita. Los corrí durante un buen rato en la calle en la que habíamos estacionado, por lo que es muy probable que algún vecino nos haya visto. Sólo espero que nadie nos delate.
A mí también me gustaría que alguien me dé latte. O un frapucchino.
ResponderEliminarCómo no, Fernando. Cuando quieras, date una vuelta por el monoambiente. Temo pecar de presumido, pero mi primo Luján, de Luján, prepara los mejores frapucchinos de la ciudad.
EliminarSaludos!
Tu abusas del pobre Luján, de Luján.
ResponderEliminarNo es cierto, Rompecabezas y Matices. La dueña del departamento del que me desalojaron acudió a las autoridades con la misma acusación, pero la denuncia no prosperó... Al menos no por ahora. Soy inocente!
EliminarSaludos!