Hoy me desperté cantando “Sr. Cobranza”, versión de Bersuit Vergarabat. Anoche, tras una nueva sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos, el moderador nos comunicó que este sábado volveremos a visitar el sitio cuyo nombre no debe ser pronunciado. Por lo que pude deducir de lo que luego, sin hacer referencia al Lugar Especial, comentaron Vicky y Samuel en la furgonetita, las visitas están siendo cada vez más frecuentes. En consonancia con eso, cada día aparecen varios nuevos afiches con el rostro de Daniel Amoroso en la vía pública de la ciudad. Ayer, en el regreso, nos topamos con uno gigantesco en una esquina de la Avenida Corrientes. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, contuve el deseo irrefrenable de detenerme a contemplarlo, aceleré a fondo y di un volantazo que nos permitió esquivar, de milagro, un puesto de diarios hacia el que nos dirigíamos como consecuencia de la distracción que había significado el afiche.
Hoy, después de desayunar, bañarme, afeitarme y almorzar, fui hasta el edificio en el que se encuentra la oficina de Amoroso. Me anuncié en la recepción como “Samuel Samuel”, que era el nombre que, un poco condicionado por los nervios, había dado al momento de solicitar la entrevista. Haciendo caso al pedido de la secretaria, había llegado a tiempo, cinco minutos antes de la hora que me habían asignado.
—Señor Samuel, acompáñeme —me dijo un hombre corpulento, vestido de traje, con aspecto de guardaespaldas.
Subimos por ascensor hasta el último piso y uno más por escaleras hasta la terraza. El guardaespaldas abrió una puerta, me invitó a pasar y se quedó vigilando del otro lado. En el trayecto, había temido que estuvieran llevándome hasta la cima para arrojarme al vació; ya en la terraza, temí que el objetivo fuera dejarme ahí encerrado hasta que muriera de hambre, pero tras acostumbrar mis ojos a la claridad del día vi la silueta de un hombre que me mostraba la espalda. ¡Era Daniel Amoroso! Lo comprobaría unos minutos más tarde, porque en ese momento no pude apartar la mirada de los afiches que, elevándose varios metros, cubrían toda la circunferencia de la terraza. Mientras los contemplaba, entre absorto y embelesado, alcanzó mis oídos el sonido de una voz que repetía: “Señor Samuel… Señor Samuel… Señor Samuel…”. Bajé la vista y descubrí que, parado frente a mí, Daniel Amoroso me extendía la mano. Desconozco si será un efecto más del lavado de cerebro, pero su rostro me cautivó desde el primer momento. Si me hubiera pedido que saltara al vació y que antes escribiera una carta eximiéndolo de toda responsabilidad, lo habría hecho sin dudarlo.
—¿Cómo le va? ¿Cómo está yendo su Grupo? —me preguntó mientras estrechaba mi mano.
—Bien, bien. Todo marcha sobre ruedas —le respondí.
—Sabe que no recuerdo haber visto su rostro en la última reunión de moderadores. ¿Qué zona tiene a cargo? —me preguntó.
—La diecisiete —le dije sin dudar y rogando que las zonas tuvieran identificación numérica. Como asintió con la cabeza, proseguí—. No vine a la reunión porque tuve un inconveniente con uno de mis Pelotudos, pero quédese tranquilo porque me puse al tanto de los temas tratados.
—Perfecto. Usted dirá, entonces, cuál es el motivo por el que solicitó esta reunión.
—Más que nada —le dije— porque quería tener la oportunidad de hablar con usted personalmente y felicitarlo por haber diseñado este gran sistema de lavado de cerebro.
—Bueno, muchas gracias, pero preferiría que lo llame “Sistema de Persuasión Automatizante y Masiva”, o simplemente “SPAM”. Y, si bien le agradezco por el reconocimiento, debo admitir que no soy yo el creador del SPAM. Este sistema ha sido utilizado por Merkel, Sarkozy, Rajoy, Bush padre e hijo, y un montón de políticos más en todos y cada uno de los continentes que conforman nuestro querido planeta. Hay quienes dicen, incluso, que lo que llevó a Mónica Lewinsky a intimar con el ex presidente Clinton no fue el lustre del poder, sino la persuasión a la que había sido sometida antes de conseguir el cargo. Por eso, cuando en 2015 asuma la presidencia, mi círculo de confianza va a estar integrado sólo por personas que no hayan sido persuadidas.
Hablamos unos minutos más, volví a felicitarlo, salí de la terraza y el guardaespaldas me acompañó hasta la puerta del edificio. Mientras lo tuve enfrente, todo lo que me dijo Amoroso me pareció genial, increíble, fantástico, maravilloso… Ahora que me encuentro lejos de la influencia de su imagen, creo que todo este asunto del Sistema de Persuasión Automatizante y Masiva es lo más infame que he escuchado en los veintinueve años que llevo en este mundo. Ahora, si como dice Amoroso, esta red tiene alcance mundial, cómo voy a hacer yo, un simple ser humano, para desbaratarla.
Tranquilo… tranquilo Don Natalio. Vayamos paso a paso. Ya habrá tiempo para idear un plan. Al menos ahora sabemos lo que es un SPAM.
Don Natalio, ¡qué increíble lo de este muchacho Amoroso!
ResponderEliminarYo te sugeriría seguir un viejo consejo de Confucio: No te metás en quilombos.
Ahora bien, si esto fuera inevitable, se me hace que vas a tener para desactivar la crisis de los 30, los 40 y algunos más también.
¡Salud!
Muchas gracias, Fernando, por el consejo. Imagino que mi padre habrá conocido a ese tal Confucio, porque antes de marcharse me dijo algo similar: que no vaya a quilombos.
EliminarSaludos!