Hoy me desperté cantando “Mentiroso”, de Ricardo Arjona. De manera arbitraria y unilateral, el dj en mi cabeza puso fin a la tregua que nos impedía a él hacerme cantar canciones de Arjona y a mí comer pegamento para, de alguna forma, hacerle daño. Como Edward Norton en el final de “El club de la pelea”, pensé en ponerle fin a mi vida nada más que para terminar con la suya, pero desistí. La muerte es un juego de niños comparada con la ignominia de despertar cantando las rimas de Ricardo. Por vergüenza, desayuné sin apartar la vista del café con leche.
Después de almorzar, mientras mi primo Luján, de Luján, y el mimo de Plaza Francia se preparaban para salir, junté valor y, mirándolos a los ojos, les pregunté a dónde estaban yendo. El mimo respondió encadenando una serie de señas que no pude comprender. El desconcierto que expresaban mis gestos llevó a Luján a oficiar de traductor.
—Nos vamos a la plaza así, mientras él trabaja, yo promociono “El Pasea Porros” entre los turistas… ¿Querés venir?
Sentí que me estaban invitando de compromiso. Hubiera ido de todos modos, pero, teniendo en cuenta que mañana me reuniré con Daniel Amoroso, preferí aprovechar la ausencia de estos dos para juntarme con Vicky y Samuel e intentar abrirles los ojos respecto a todo lo que se esconde detrás del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos y el Lugar Especial.
La llamé a Vicky y, esgrimiendo la excusa de una sesión sorpresiva de entrenamiento, le pedí que viniera. Para (con el fin de) retener a Samuel, le dije que proseguiríamos (continuaríamos) con su rehabilitación. Media hora más tarde Vicky ingresó al monoambiente vestida para entrenar, usando los guantes de cocina que yo le había reglado y cargando un bolso en el que llevaba la ropa que luego usaría para ir a la sesión del Grupo de Ayuda.
—Antes de comenzar con el entrenamiento —le dije— necesito que nos sentemos a hablar unos minutos. Vos también, Samuel.
Cuando todos estuvimos sentados, les conté todo desde el principio: las sospechas que había despertado en mí la conducta del moderador del Grupo, el rostro que invadía mis sueños y mis pensamientos luego de cada visita al Lugar Especial, la presunción de que nos estaban drogaban mediante las bebidas, el lavado de cerebro al que nos sometían en el cuartito al final del pasillo y la vinculación de todo esto con la interrupción abrupta de la primera excursión oficial de nuestro proyecto turístico.
En una pausa de mi relato, noté que se miraban con incredulidad. Cuando finalicé, soltaron al unísono una carcajada estridente.
—¡Qué imaginación! —dijo Vicky y continuó riendo.
—Está bien. Entiendo que les cueste creerme —les dije con el orgullo un tanto herido—, pero hagamos una prueba. Busquemos en Youtube alguna escena de una película de Nicolas Cage. Yo me voy a quedar de este lado. Ya saben el efecto que producen en mí esas imágenes. Si todo lo que les dije fuera cierto, a ustedes tendría que sucederles lo mismo.
Sumamente divertida, Vicky corrió en busca de la computadora. La encendieron, buscaron un video cualquiera y… ¡nada! ¡No les pasó nada! No es que les desee el mal a mis socios, pero ¿dónde estaban las convulsiones, los ojos en blanco, la espuma en la boca? ¿Cuál sería el motivo por el que la figura de Nicolas Cage no les producía efecto alguno? ¿Sería que nos habían investigado antes de llevarnos al Lugar Especial y que a cada uno le lavaban el cerebro con imágenes que le resultaban placenteras? Porque está claro que para mí no hay nada más placentero que una película de Nicolas. Ahora, me pregunto: ¿qué utilizarían para lavarle la cabeza a Vicky? ¿Y a Samuel? Tendré que averiguarlo. Por las dudas, para que no me consideraran un lunático y evitar que mi conducta entorpeciera la sesión de esa noche del Grupo de Ayuda, les dije que todo el asunto de la conspiración había sido un invento mío para corroborar que Samuel estuviera respondiendo de manera satisfactoria a una situación estresante.
—Le hubieses escondido el papel higiénico —dijo Vicky—, para ver cómo se las arreglaba para avisarte que no había papel sin usar la letra “p”.
Le dije que tenía razón, que no se me había ocurrido. Como ya no nos quedaba tiempo para entrenar, porque en menos de una hora teníamos que partir rumbo a la sesión del Grupo, le propuse a Samuel un nuevo ejercicio: que reprodujera una vez más la película de Nicolas Cage en la computadora y me contara, con lujo de detalles, todo lo que sucedía. Sí, ya sé que el relato de una película a cargo de un hombre que se rehúsa a pronunciar palabras que contengan la letra “p” no es lo mismo que verla, pero bueno, era eso o nada, y tratándose del actor de mis sueños, no podía darme el lujo de desaprovechar la oportunidad.
Don Natalio, ¡qué habilidad para salir del mal momento!
ResponderEliminarAhora, esto se está poniendo cada vez más difícil.
Esperemos que el encuentro con Amoroso sea un punto de inflexión.
Esperemos que así sea, Fernando.
EliminarSaludos!
He estado unos días fuera y la verdad es que me había quedado sin leer estos episodios. Como siempre intrigantes y divertidos.
ResponderEliminarUn saludo.
Muchas gracias, Francisco.
EliminarSaludos!