domingo, 5 de mayo de 2013

Día 125 - Los domingos en familia

Hoy me desperté cantando “Mi vieja”, de Norberto “Pappo” Napolitano. Presumo que el dj en mi cabeza y yo no somos hijos de la misma madre. Después de desayunar le pregunté a mi primo Luján si podía amasar unos tallarines y preparar alguna salsa para llevar a lo de mi vieja.
—¿Cuántos comen? —me preguntó.
—“¿Cuántos comemos?” querrás decir —le respondí—. Somos nosotros cuatro y mi vieja.
Aceptó sin presentar objeciones. Desde que tuve el gesto de llamar a la falsa Lucrecia para que lo ayudara con la limpieza, su trato hacia mí volvió a ser el de antes. Ya no me mira con desprecio ni refunfuña cuando paso cerca de él, y de tanto en tanto me hace algún comentario casual nada más que para entablar una conversación.
Media hora antes del mediodía, mi primo Luján de Luján, Samuel, el mimo de Plaza Francia y yo subimos a la furgonetita para ir a la casa de mi madre. Llevábamos con nosotros los tallarines, tres variedades de salsa, el queso rallado, una botella de vino, tres botellas de gaseosa, un kilo de pan, un flan, crema, dulce de leche y una isla flotante. En algún momento consideré la posibilidad de invitarla a Vicky, pero desistí, porque temía que, fiel a su costumbre, mi vieja quisiera regalarle un perro.
A las doce menos cuarto toqué el timbre de la casa de mi infancia. Dos minutos más tarde volví a insistir. Lo mismo hice tres minutos después.
—Quédense tranquilos —les dije a mis convivientes—. Mamá es así. Seguro que estaba durmiendo y ahora nos atiende, toda despeinada, en camisón y pantuflas…
Mientras hablaba, sentí el chirriar de la puerta a mis espaldas y vi que tanto Samuel como Luján y el mimo abrían lentamente sus bocas hasta quedar inmovilizados en un gesto de profundo asombro. Di media vuelta y tuve la impresión de que me había confundido de casa. Desde el vano de la puerta, una mujer sumamente elegante, muy bien maquillada y mejor vestida, nos invitaba a pasar. ¡Era mi madre! ¿Qué había sucedido? ¿Por qué se habría producido con tanto esmero?
Luján fue el primero en pasar. Por un momento temí que los otros dos descubrieran que no era mi primo, porque mi madre y él se saludaron como lo que eran, dos completos desconocidos. Afortunadamente, Samuel y el mimo la contemplaban tan embobados que ni siquiera repararon en lo que había sucedido. Samuel franqueó la puerta con la cabeza gacha y la tez sonrojada. Sin pronunciar palabra, a modo de saludo, se limitó a apenas agitar una de sus manos. El mimo se acercó, la miró a los ojos larga y detenidamente e improvisó un gesto que arrancó de mi madre una carcajada descomunal. Luego, todavía riendo, lo abrazó como se abraza a un amigo al que no se ha visto en mucho, mucho tiempo. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Acaso mi madre y el mimo se conocían de las épocas en las que mi padre y él pertenecían al mismo grupo? ¿Sería posible que la visita del mimo fuera el motivo por el que mi madre se había producido de esa manera?
Entramos y mamá le indicó a Luján dónde estaba la cocina. Por fortuna, nadie tomó ese dato como un indicador de que Luján no conocía la casa en la que un familiar tan cercano había vivido su infancia y su adolescencia. Durante todo el almuerzo, mi madre se comportó como lo que nunca había sido: una mujer amable, atenta, afable, generosa, afectuosa, empática, altruista, desprejuiciada, comprensiva, moderada, idealista, cariñosa y una lista interminable de etcéteras que no viene al caso enumerar. Como Samuel perdió el habla durante la traumática excursión inaugural de nuestro proyecto turístico y el mimo se rehúsa a hablar por cuestiones profesionales, el peso de la conversación recayó en Luján, mi vieja y yo. Con el objetivo de evitar que mi madre le hiciera preguntas que revelaran que no somos familia, me expuse al ridículo y le pedí que le contara a mis amigos algunas anécdotas de mi infancia, como aquella ocasión en la que fabriqué un colgante con el preservativo que me había dejado mi padre antes de marcharse.
A lo largo del día, el mimo y mi madre cruzaron miradas que despertaron en mí la sospecha de que entre ellos había habido más que una simple amistad. Ahora, mientras regresamos a nuestro monoambiente en la furgonetita, se me ocurre preguntarme si no habrá sido este turro el tercer vértice del triángulo; el responsable de que mi padre haya decidido marcharse.
¡Ah, no! ¡Que nadie se atreva a tocar a mi vieja...!

5 comentarios:

  1. Como a ti, supongo, me ha encantado esta reunión familiar, por fin un poco de paz y tranquilidad, que supongo que no durará mucho. Estoy a la espera de las nuevas novedades. Saludos.

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    1. Sí, Francisco. Estuve un poco tenso por el miedo a que descubrieran que mi primo Luján, de Luján, ni se llama Luján ni vive en Luján ni es mi primo. Por suerte, todo salió relativamente bien.
      Saludos!

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  2. Muchas gracias, Angela. Sí, las pastas estaban muy buenas. Luján tiene muy buena mano para la cocina.
    Saludos!

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  3. Don Natalio, si llevaban un flan, crema, dulce de leche y una isla flotante, creo entender que llevaban, también, los distintos variateles de cannabis.
    El capítulo no lo dice explícitamente. Pero no me jodan, ¡qué flash tu vieja producida, loco! ¡JA JA JA JA JA JA!

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    1. No, Fernando, pero nos trajimos las sobras para comerlas en casa. La verdad es que prefiero no fumar en presencia de mi vieja. No por pudor, sino porque temo que ella quiera probar.
      Saludos!

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