Hoy
me desperté cantando “Llueve sobre mojado”, de Fito Páez y Joaquín Sabina. Anoche
Vicky y yo fuimos al teatro a ver la obra “Derrotero o las ausentes”. Entramos
a la sala y nos hicieron subir al escenario, porque ahí estaban los asientos
para el público. La escenografía simulaba un barco encallado en el que alguien
vivía, aunque por el momento no había nadie en escena.
En
lo que va del año, Vicky y yo habíamos ido al teatro en dos oportunidades, y en
ambas ocasiones la ausencia del padre de alguno de los personajes había ocupado
un lugar central. Esta vez, el título de la obra y la escenografía me invitaban
a ilusionarme con la idea de que sería distinto. Sin embargo, a poco de haber
aparecido los tres personajes femeninos que protagonizaban la obra, una de
ellas dirigió la mirada a un cuadro que pendía de la pared y comenzó a hablarle
¡a su padre!
¿Qué
es lo que sucede entre el teatro y los padres ausentes? ¿Será que los
dramaturgos son seres que fueron abandonados por su padre durante la niñez? Lo
desconozco. Lo cierto es que ya no pude prestar atención ni seguir el hilo de
la obra. De tanto en tanto los efectos de luces y sonidos o el grito de algún
personaje captaban mis sentidos, pero no por mucho tiempo, porque el recuerdo
de mi padre y el misterio de su paradero ocupaban todos mis pensamientos.
La
función concluyó en la representación de una tormenta perfecta. Entre
relámpagos y truenos, Vicky se puso de pie y, desempolvando sus guantes de
cocina, dio inicio a lo que se convertiría en un aplauso cerrado y
multitudinario. Yo no entendía nada. En el trayecto rumbo a la furgonetita no
hizo más que hablarme de la identificación que había sentido en relación a los
tres personajes femeninos, de la sensación de violencia reprimida que había
experimentado en varios momentos de la obra, de la riqueza poética del texto,
de la increíble escenografía… Estaba embelesada, pero yo no tenía oídos para
ella. Mientras manejaba rumbo a su departamento, no hacía más que pensar en mi
padre ausente.
Por
alguna razón, cuando, tras llevarla a Vicky, llegué al monoambiente, me invadió
la sospecha de que mi madre sabía algo que no me había dicho. Aprovechando que
era viernes, y que ella ama discutir los viernes, la llamé.
—¡Hola!
¿Quién es? —preguntó su voz al otro lado del teléfono.
—Soy
yo, Natalio —le respondí.
—Natalio,
querido, qué raro que hayas llamado a tu pobre madre.
—Más
raro me parece el que hayas atendido —le dije.
—Sí,
es que se me rompió el identificador de llamadas. ¿Qué necesitás? ¿Para qué
llamás? ¿Qué me vas a pedir?
—¡Nada!
¿Cuándo te pedí algo?
—No
sé. ¿Te acordás aquella Navidad en la que me pediste el auto de Barbie?
—¡No!
¡No me acuerdo! —le grité, ya irritado—. Además, si era Navidad, no te lo pedí
a vos, se lo pedía a Papá Noel.
—¿Y
quién te pensás que compraba los regalos?
—No
sé. Algún malnacido, porque nunca me traían lo que yo pedía… Sabés qué, mejor
no hablemos más. Te llamaba por algo puntual, pero me hacés poner tan nervioso,
que ya ni me acuerdo. Hagamos una cosa, el domingo voy a almorzar con vos. ¿Te
parece? Voy con tres amigos.
—¿Tres?
—me preguntó, horrorizada—. Está bien, pero vos te encargás de traer la comida
y de lavar los platos y del postre, el pan y la bebida, y de poner la mesa…
—No
hay problema, ma. Nos vemos el domingo.
—Sí,
sí, el domingo, el lunes, es lo mismo. Chau.
La
verdad es que no tengo muchas ganas de comer con mi vieja. Menos expectativas me
produce el hecho de presentársela a mis convivientes, pero estoy convencido de
que cuantos más seamos más chances habrá de que revele información relevante en
relación al paradero de mi padre. Esperemos que así sea y que no me haga pasar
vergüenza delante de mis compañeros.
Vaya, parece que se abre otro hilo de investigación, esto cada vez está más interesante.
ResponderEliminarAh, portaros bien con vuestra madre, sólo tenéis una.
Saludos.
Muchas gracias, Francisco. La verdad es que necesito saber qué fue de la vida de mi padre desde se fue, allá, a mediados de los ´90. Respecto a mi madre, sí, gracias a Dios es la única que tengo.
EliminarSaludos!
¡Madre hay una sola! ¡Y justo me vino a tocar a mí! (Decía Facundo Cabral) Es bastante improbable que pueda probarlo, pero yo dije esa frase tiempo antes de habérsela escuchado decir a Cabral. En fin, coincidencias.
ResponderEliminar¡Suerte con tu madre!
No te hagas problema, Fernando. Si ese tal Facundo Cabral te aprecia realmente como amigo, va a reconocer que vos inventaste esa frase.
EliminarSaludos!
Natalio, no es por cargar las tintas contra tu vieja, pero es una bruja, si querés te adopto, es formal, siento que nos querríamos, saludos
ResponderEliminarPero, Anó! Vos sos hombre o mujer? Tenés edad para ser la madre de alguien que está próximo a cumplir los 30? De todos modos, los acontecimientos de las últimas semanas me tienen un poco paranoico. Prefiero, por el momento, no ser adoptado por nadie.
EliminarMuchas gracias por el ofrecimiento.
Saludos!