jueves, 28 de marzo de 2013

Día 87 - Los hijos de Onán

Hoy me desperté cantando “La marcha de la bronca”, de Pedro y Pablo. Bronca es lo que siento en este momento. Antes de las ocho de la mañana ya estaba bañado y afeitado, y caminaba rumbo a la estación de GNC en la que trabajo los domingos y los feriados. Llegué y el encargado nos reunió a mí y a mis dos compañeras para anunciarnos las que según su parecer eran dos grandes noticias.
—En primer lugar —nos dijo—, les voy a hacer entrega de los nuevos uniformes.
Tras hacer el anuncio, hizo una pausa. No sé si esperaba que tiráramos cañitas voladoras o que hiciéramos una ola por una novedad para nada beneficiosa.
—Pero eso no es todo. Además —agregó—, van a tener la oportunidad de hacer unas horitas extra.
¿Qué le pasa a este tipo? ¿Se le subió la plata a la cabeza? ¿Lo enloqueció la codicia? Trabajamos doce horas corridas ¿y todavía pretende que hagamos “unas horitas extra”? Después de darnos las dos buenas noticias, fue hasta la piecita en la que suele pasar la mayor parte del tiempo, viendo televisión y tomando mate, y volvió con tres bolsas transparentes dentro de las cuales estaban nuestros nuevos uniformes: una remera amarilla y unas calzas rojas mucho más ceñidas que las azules que teníamos puestas. Es muy incómodo trabajar así, porque son de las que se te meten hasta el fondo del culo.

Anoche asistí a una nueva sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Por primera vez, nadie habló acerca de sus pelotudeces, sino que la hora completa fue dedicada al repaso de las normas de conducta que debíamos respetar una vez que estuviéramos en el Lugar Especial, lugar al que iban a llevarme por primera vez en la noche de hoy, jueves. El moderador remarcó una, dos, tres y hasta mil veces que era fundamental que fuéramos puntuales. No debíamos llegar ni un minuto antes ni un minuto después de las diez de la noche.
Como la pelea de Vicky contra “La Mole Moni” es el sábado y nos queda poco tiempo para entrenar, al concluir la sesión le pedí que viniera a la estación después de almorzar así pulíamos algunos detalles y luego íbamos juntos al lugar especial. La sola idea de que Vicky me viera usando calzas de mujer me avergonzaba, pero debía priorizar su salud y, así como mi conciencia me impedía dejar que perdiéramos un día de entrenamiento, mi situación económica me impedía perder un día de trabajo. Cuando llegó Vicky y le informé al encargado el motivo por el cual estaba ahí, me dijo que podía hacer lo que quisiera, que no le molestaba que continuara usando los guantes de cocina, pero si quería estar en la estación debía, como las demás, ponerse las calzas rojas. ¡Ah!, que me miren el culo a mí lo tolero y hasta he aprendido a disfrutar de un buen piropo, pero que los hijos de Onán que, con la excusa de cargar gas, vienen a la estación a recrear la vista, posaran sus ojos libidinosos en las nalgas de mi amada Vicky… No podía tolerarlo. Para preservarla, le indique que ensayara las distintas combinaciones de golpes que le había enseñado, pero sin despegar la espalda de la pared.
—Así aprendés a no perder el equilibrio mientras atacás —le dije a modo de excusa.
Alrededor de las ocho de la noche se acercó y me preguntó si tenía para mucho más ahí, porque se hacía tarde y ambos teníamos que prepararnos para asistir al Lugar Especial.
—No te olvides de que tenemos que ir vestidos con una túnica y una capucha blancas —me dijo.
Me acerqué al encargado y le pregunté si había pasado algo con nuestros reemplazos, porque mis compañeras y yo ya habíamos cumplido nuestros turnos y todavía seguíamos ahí.
—No hay reemplazos este fin de semana —me respondió—. Ya les dije que iban a tener la oportunidad de hacer unas horitas extra.
Al ver mi gesto adusto y antes de que pudiera poner un pero, agregó:
—Quien se vaya antes de las doce, puede considerarse despedido, así tenga el culo de Catherine Fulop o de Jessica Cirio.
Desbordado por la bronca, le expuse a Vicky la situación y le pedí que se fuera.
—Bueno, voy a ver qué puedo inventar para justificarte —me dijo antes de irse.
—¡Tené cuidado! —le grité a la distancia—, ¡que no es bueno que sepan que estuviste conmigo!
—¡Quedate tranquilo, Don Natalio! —respondió— ¡Algo se me va a ocurrir!
¡La puta que lo parió al encargado de la puta estación de GNC! Por culpa suya perdí la oportunidad de conocer el Lugar Especial y dar un paso más hacia el desmantelamiento de la secta que se esconde detrás del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Vaya a saber si alguna vez tendré una nueva oportunidad.
—Ey, mostri —le dije al encargado—, por lo menos preparame un chegusán de milanga, porque tengo una lija tremenda.
—Sí —se sumó una de mis compañeras—, a mí también. Dale, que me pica el bagre.
—¡Marcha, 1, 2! —gritó, desde su piecita, el encargado y salió caminando rumbo a la cocina.

6 comentarios:

  1. Túnica blanca, capucha blanca, tendrán tendrán antorchas? no sé pero me recuerda a algo tenebroso, brrrrr

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    1. Sí, Anó, a mí también me da un poco de miedo el klub del klan, pero los tiempos cambiaron.
      Saludos!

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  2. Pensé q sabría cual es el lugar especial...

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    1. Yo también, Fam, pero no puedo arriesgarme a perder mi única fuente de ingresos. De todos modos, no pierdo la fe. En una de esas, la semana que viene... Quién sabe.
      Saludos!

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  3. Yo tengo la sospecha de que el encargado de la estación de GNC tiene alguna vinculación secreta con el líder del GAGPP.

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    1. Esperemos que así no sea, Fernando. Serían dos rivales muy poderosos como para enfrentarlos juntos.
      Saludos!

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