martes, 26 de marzo de 2013

Día 85 - Los espías

Hoy me desperté cerca del amanecer cantando “Beds are burning”, de Midnight Oil, y, como si mi colchón estuviera ardiendo en llamas, me levanté de un salto. Lo que me quemaba, en realidad, no era mi colchón, sino mi conciencia, la culpa por haber embarcado a Vicky, la loca de los guantes de cocina, en una pelea de boxeo de la que muy probablemente no saldría ilesa. Ni bien terminé de cantar, la llamé por teléfono y, como de costumbre, atendió su padre. Si bien el moderador del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos había dado muestras de aceptación respecto a mi persona y hasta había anunciado que me llevaría a conocer “El Lugar Especial”, una vez más, por pura precaución, había decidido hacerme pasar por Samuel, el Pelotudo que se niega a pronunciar la letra “p”. No hizo falta. El padre de Vicky estaba tan dormido que le pasó el teléfono sin inquirir mi identidad.
—¿Qué pasa, Don Natalio? —me preguntó Vicky, con voz de dormida.
—Nada, no te lo puedo decir por teléfono. Venite urgente para el conventi… eh… para mi gimnasio, así hablamos tranquilos.
Cuarenta minutos más tarde, tres horas antes del entrenamiento que habíamos pautado, Vicky ingresó exaltada a mi gimnasio-dormitorio. Como consecuencia de haberse vestido a las apuradas con los guantes de cocina puestos, tenía las ropas corridas y estaba muy despeinada.
—¿Qué pasó? —me preguntó, visiblemente exaltada.
—Voy a suspender la pelea —le dije yo—. No quiero que te hagan daño.
—¿Para decirme eso me sacaste de la cama a las seis de la mañana? ¿Vos te volviste loco? ¡Se supone que sos mi entrenador, no mi dueño! ¡La pelea se hace aunque vos no quieras! ¡Si querés seguir siendo mi entrenador, mejor; si no, me busco otro!
La determinación de mi pupila me conmovió. Para que no me viera como a un cobarde, le dije que nunca había pensado en suspender la pelea; que solamente quería comprobar que estuviera convencida y que la había hecho venir con urgencia para que empezáramos a entrenar lo antes posible.
—¡No hay tiempo que perder! —concluí y le pedí que me acompañara a la bolsa para que corrigiéramos algunos detalles técnicos.
En varias ocasiones, durante las primeras horas de entrenamiento, Vicky me advirtió acerca de un ruido extraño que, según creía, provenía del ropero.
—Debe estar desnivelado —le decía yo—. ¡Seguí entrenando! ¡Que nada ni nadie te distraiga!
Si la hubiera escuchado, me habría ahorrado un disgusto, porque cerca del mediodía, cuando llevábamos más de cinco horas de entrenamiento ininterrumpido, noté que por debajo de la puerta del ropero comenzaba a brotar un líquido amarillento. Con pasos sigilosos, caminé hasta el mueble y lo abrí de un manotazo. Los dos purretes que me habían robado la escaladora, los mismos que luego la habían armado, llevaban varias horas escondidos ahí dentro. Al verme, salieron del ropero de un salto y escaparon corriendo a toda velocidad. Sin detener su marcha, uno de los dos trataba de abrocharse el pantalón. Al parecer, no había podido contener las ganas y había orinado en un rincón del mueble.
Nos vimos obligados a interrumpir el entrenamiento. El olor a pis nos impidió seguir. Algo me dice que esos mocosos no estaban ahí por voluntad propia. Sospecho que Héctor “Bicicleta” Perales, quien es el encargado del conventillo y el entrenador de nuestra rival, los envió para que nos espiaran. Este lugar dejó de ser seguro. Tendremos que buscar un gimnasio en el cual entrenar.

5 comentarios:

  1. Ha sido un corto pero entretenido paseo por tu blog. Creo que estare al pendiente.

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    1. Muchas gracias, Fam. Me alegra el contar con tu ayuda para desactivar la crisis.
      Saludos!

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  2. No estamos destinados a ser menos creativos con la edad. Si seguimos encontrando nuevos desafíos, seguiremos pensando como jóvenes aunque peinemos canas. (Puse una peluquería al lado de una comisaría)

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    1. Buen emprendimiento, Fernando. Supongo que si algún día retomo el proyecto del salón de belleza en los velorios, podrías ser mi socio.
      Saludos!

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    2. Si, es un buen emprendimiento. Pero es difícil cobrar. Digamos que tuve que poner una pizzería en el local anterior, para que ya les diera un poco de vergüenza manguear la pizza y el corte también. Pero no sé cuánto les va a durar el pudor.
      En cualquier caso, será un orgullo ser tu socio, si es que se diera tan honrosa situación.

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