domingo, 17 de marzo de 2013

Día 76 - El gremio de las calzas azules


Hoy me desperté cantando “Camarón”, de Ricky Maravilla. Algunos inquilinos del conventillo, que unos minutos antes habían vuelto del baile y estaban en la cocina charlando y comiendo algo para reponer energías, subieron las escaleras a toda velocidad y aprovecharon la ocasión para, en parejas, continuar bailando. Al concluir la canción, se negaban a abandonar mi habitación y me pedían que siguiéramos con la fiesta. Para que se fueran no tuve más remedio que recurrir al arma infalible que utilizaban en los boliches cuando, en mis épocas de adolescente, querían echarnos: por fuera de la maldición de todos los despertares, valiéndome de mi voz desafinada, me puse a cantar la versión de JAF de “Maravillosa esta noche”. El plan dio resultado. Los bailanteros huyeron despavoridos antes de que hubiera terminado la primera estrofa. Sin perder tiempo, me di una ducha de agua fría, me puse la remera blanca ajustada y las calzas azules ceñidas que conforman mi uniforme y partí rumbo a la estación de GNC para, como cada domingo, afrontar una nueva jornada de trabajo.

Estaba un poco cansado de que mis compañeras hablaran mal de mí a mis espaldas. Yo no tenía la culpa de que las calzas se ajustaran con más gracia a la forma de mi culo femenino y no iba a tolerar que siguieran difamándome por lo bajo. Llegué a la estación y el encargado me recibió desbordado por la impaciencia.
—¡Natalio! ¡Qué bueno que hayas llegado! ¡Apurate, por favor, que hay una fila de tres cuadras de clientes que solamente quieren que los atiendas vos!
Ufff… Estuve trabajando sin parar desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, momento en el que, si bien la fila seguía siendo extensa, decidí tomarme media hora para almorzar. Tal como había sucedido el domingo pasado, los clientes prefirieron aguardar a mi regreso antes que ser atendidos por mis compañeras. Con una cara de culo que ameritaba unas calzas, las dos turras me miraban desde una mesa apartada, se hacían algún comentario por lo bajo y reían a carcajadas. Para bien o para mal, había decidido ponerle fin a esa situación incómoda. Me puse de pie y, llevando conmigo mi sándwich de salchichón primavera, fui a sentarme a la mesa en la que ellas estaban.
―Creo que comenzamos nuestra relación con el pie izquierdo ―les dije―. Desconozco por qué se sienten amenazadas por mí. Créanme cuando les digo que sus colas me parecen hermosas y que yo estoy acá de paso, no pienso conservar este trabajo durante mucho tiempo. Solamente hasta que recupere mi departamento y consiga algo de dinero para comprar una furgonetita Volkswagen. Entonces me voy a dedicar de lleno a mis proyectos.
―¿Cómo querés que no nos sintamos amenazadas por tu llegada? ―me dijo una de ellas― Si todos los clientes quieren que los atiendas vos y, por culpa de eso, dejamos de recibir propinas. A mí esto me está arruinando la economía doméstica. Y a ella ni ten cuento… Tiene cuatro hijos en edad escolar y ahora, con el comienzo de clases, tuvo que gastar un dineral en útiles y mochilas.
―¡Ah! No sabía que las mujeres con calzas tenían sentimientos y problemas domésticos.
―Como cualquier otra.
―Bueno, les diré lo que haremos. A partir de ahora ustedes van a ayudarme a atender. Yo puedo convencer a los clientes, o ustedes pueden hacer el trabajo operativo y yo, las relaciones públicas. Al final del día, repartiremos las propinas en tres partes iguales.
Ambas estuvieron de acuerdo y eso fue lo que hicimos. Varias horas después regresé al conventillo, con una tercera parte del dinero que podría haber ganado, pero con la conciencia tranquila por haber ayudado a mis compañeras. Ahora estamos unidas. Quizá hasta podamos fundar el gremio de las calzas azules. Si bien el número de clientes aumentó de manera exponencial respecto al domingo pasado, esta vez no hubo ninguna furgonetita Volkswagen entre los clientes. Tendré que seguir buscando. Mañana será otro día.

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