Hoy
me desperté cantando “Te extraño, te olvido, te amo”, de Ricky Martin. No registro
antecedentes de sonambulismo en mi vida, pero, por alguna extraña razón, en
algún momento de la noche debo haber caminado dormido hasta un viejo ropero que
hay en mi habitación de conventillo, porque desperté metido ahí dentro. Cuando
llegó la parte del estribillo, abrí la puerta de un empujón y, al grito de "¡te extraño!", salí del ropero. En la puerta de mi dormitorio se habían reunido
seis o siete compañeros de conventillo, mujeres en su mayoría, que con gestos
de asombro me oían cantar. Al concluir la canción me obsequiaron un aplauso
tímido y se dispersaron. Caminando en sentido contrario y abriéndose paso entre
el público en retirada, Héctor “Bicicleta” Perales, el encargado de la
vivienda, se acercó a mí.
—¡Qué
lindo cantás, Don Natalio! —me dijo.
—Gracias,
Bicicleta —respondí con verguenza—. En realidad no soy yo…
—¡Bah!,
no seas humilde. Algún día vamos a organizar un show acá en el convetillo —hizo
una pausa para cambiar de tema y continuó—. Oíme una cosa, ¿cómo venís con el
asunto del gimnasio? La gente está muy ansiosa. ¿Pudiste armar algo?
—Eh…
Sí. En realidad… eh… estuve analizando precios y viendo algunas cosas, porque
quiero darle un estilo muy particular —le expliqué rogando que mi rostro no
reflejara la mentira que estaba diciendo.
—Ah.
Entiendo. ¿Y ese aparato? —preguntó mientras señalaba la caja de la escaladora—
¿No lo podés armar así la gente se va entreteniendo con algo?
—Sí,
cómo no, Bicicleta —dije y posé mi mano sobre su hombro para transmitir
confianza—. Dalo por hecho.
¿Cómo
mierda voy a hacer para armar la escaladora? No lo sé, pero algo voy a tener
que inventar. Si mi primo Luján, de Luján, me hubiera explicado cómo hacerlo…
Pero bueno, Luján me abandonó (como me abandonan todos en la vida) para irse a
recorrer el mundo con la murga itinerante “Los Piantavotos de Ituzaingó”. Tengo
que ser un hombre y resolver mis problemas yo solo.
Anoche,
después de cenar un buen plato de arroz con aceite y queso y deleitarme luego
con una buena ración de arroz con leche, asistí a una nueva sesión del Grupo de
Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. He sido testigo de varios
acontecimientos extraños que me llevaron a concluir que el verdadero objetivo
de ese grupo consiste en minar la confianza y el autoestima de los asistentes
para volverlos sumamente dóciles y sumarlos a las filas de alguna secta. El
moderador es un tipo perverso y retorcido, que ya ha dado muestras de su
cinismo sin límites, por lo que si pretendo rescatar a Vicky y a los demás
Pelotudos del infierno que les espera, deberé comportarme como uno de ellos y
simular que mi Problema Pelotudo me está superando. Así, tarde o temprano,
tendré la oportunidad de infiltrarme y de saber qué esconde en realidad el
turro del moderador.
Llegué
sobre la hora y, como siempre, ya estaban todos ahí, ocupando cada uno su
respectiva silla sobre el escenario. Durante la sesión, Vicky, la loca de los
guantes de cocina con la que compartí una convivencia forzada que duró unos
pocos días, me miraba con ojos que se debatían entre la desazón y la esperanza.
Por su propio bien, yo me mostraba indiferente. Sabía que el moderador estaba
alerta y que el más mínimo contacto visual la pondría en peligro. Cuando llegó
mi turno de hablar, me mostré desanimado y dije que el primer nombre que había
elegido para solucionar mi Problema Pelotudo ya no me convencía, que ya no
estaba seguro de querer llamarme “Don Natalio Gris”.
—Mirá
vos, Natalio —dijo el moderador con un dejo de escepticismo—. Y yo que estaba a
punto de darte el alta.
Tratando
de evitar que mi lenguaje corporal reflejara la mentira, conté cómo mi Problema
Pelotudo estaba afectando mi vida social. Les dije que ya no hablaba con nadie,
que no salía de mi departamento y traté de mostrarme tan abatido como los demás
Pelotudos. No sería prudente al confiarme, pero estoy convencido de que el plan
está funcionando, porque al terminar la sesión el moderador se mostró muy
afectuoso conmigo y procuró alentarme para que continuara profundizando mi
crisis nominal.
—A
veces —me dijo— hay que llegar hasta el fondo para tomar impulso y salir a
flote.
Sentí
que estaba hablando con Ludovica Squirru. En la puerta Vicky se me acercó
dispuesta a consolarme, pero, con todo el dolor del mundo, giré y le di la
espalda. Menos mal, porque al girar descubrí que su padre, que había ido a buscarla,
nos observaba receloso desde el interior de su auto.
Volví
al conventillo caminando solo por las calles porteñas, dolido por haber sido el
causante del dolor de mi amada, pero convencido de haber actuado de la forma
correcta… Estaba triste, sí, pero no era nada grave; nada que un buen plato de
arroz no pudiera remediar.
Natalio, la falta de dinero es tremenda. Te sugiero que, si llegás a trabajar en la estación de GNC el próximo domingo, dediques unos pesos para ir a un cyber y buscar el itinerario de la murga Los Piantavotos de Ituzaingó.
ResponderEliminarAgradezco el consejo, Fernando, pero llega un momento en la vida de todo hombre en el que tiene que dejar de depender de su primo adolescente y debe empezar a hacerse cargo de sus problemas. Además, la denuncia por estupro que registró la dueña de mi departamento hace que no sea conveniente encontrarme con Luján. Sí, ya sé, me vas a decir que no "estupro" blema, pero bueno, necesitaba desahogarme.
EliminarSaludos!
Si, desde un punto de vista lingüístico, no es mi problema. Y si este espacio te sirve para el desahogo, genial. Por lo que veo, en el GAGPP la estás careteando para desenmascarar al falso sectario, y va a ser difícil en ese lugar.
EliminarPero intento ayudar. Acaso al difundirlo en G+ estuve más prudente, pidiendo ayuda a quien pueda animarse a armar la escaladora. Yo no me ofrezco porque soy nulo para esas cosas.
Muchas gracias, Fernando. Espero que no me echen del conventillo.
EliminarSaludos!
El arroz todo lo remedia y aquí en Valencia mucho más con una buena paella. Por cierto me cuesta mucho entender algunas expresiones de los argentinos...a veces no se que estais diciendo..
ResponderEliminarMuchas gracias, Cuchicuchi, por el comentario. Coincido con vos. A veces tengo la sensación de que un océano nos separa.
EliminarSaludos!
A Argentina y España nos separa el mismo idioma, también
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