miércoles, 6 de marzo de 2013

Día 65 - Mis antepasados chinos


Hoy me desperté cantando la milonga “El conventillo”. Por la forma en la que fraseaba me di cuenta de que se trataba de la versión de Edmundo Rivero. Después de cantar, como si me hubiera convertido en el protagonista de un musical de bajo presupuesto, no podía pensar sino en versos rimados.

Yo vivo en la planta más alta de un conventillo,
en una habitación amplia que no comparto con nadie,
y aunque estoy bastante cómodo me cuesta mucho dormirme,
porque las ventanas rotas dejan que se cuele el aire.
Me cobran media pensión con la condición de que arme
un gimnasio y lo comparta con los demás atorrantes,
pero tengo un problemita que es difícil que resuelva:
debo armar la escaladora y no sé ensamblar sus partes.
El baño es de uso común, tuve que esperar bastante
para darme una ducha, no sin antes afeitarme.
Por suerte hoy hace calor, porque no hay agua caliente…
Si no dejo de cantar, estos tipos van a echarme. 

 
Ayer a la tarde me comuniqué con el taxista abogado, uno de mis cuatro socios en el proyecto turístico de “El Pasea Porros”, para pedirle que me indicara qué acciones legales debía iniciar para recuperar el departamento del que me desalojaron de manera injusta. Me dijo que pasaría a buscarme este mediodía, por lo que le di la dirección del conventillo y, diez minutos antes de la hora pautada, salí del caserón y lo esperé en la vereda. Cuando llegó, subí al asiento trasero de su taxi. Debe ser la costumbre.
Después de saludarnos me preguntó si quería que fuéramos a almorzar a la estación de GNC en la que solemos reunirnos cada viernes, pero, si bien el encargado se había comprometido a mantener en secreto el hecho de que yo hubiera empezado a trabajar allí como playero (un puesto reservado a mujeres de culo portentoso), preferí que fuéramos a otro sitio. Tras un corto recorrido, estacionamos en una estación de servicio similar a la habitual. En un gesto que me sorprendió, el taxista abogado sacó el taxímetro del auto y lo llevó consigo. Supuse que lo habría hecho para prevenir un robo, pero, si era así, ¿por qué razón no bajaba también el estéreo? Nos sentamos en una mesa apartada, colocó el taxímetro sobre la mesa, en un sitio en el que los dos pudiéramos ver la pantalla, y lo activó.
—Estos son mis honorarios —me indicó—. El almuerzo lo pagás vos y además tenés que darme lo que marque el taxímetro cuando hayamos terminado.
¡La puta madre! Este tipo es mi socio. Suponía que la primera entrevista iba a ser gratuita. ¿Encima tengo que pagarle el almuerzo? No me quedaba mucha plata… Solamente unos cuantos pesos de las propinas que me habían dado el domingo. El mozo se acercó y nos preguntó qué íbamos a ordenar. Aduciendo que había desayunado fuerte, pedí una botellita de agua mineral. El taxista abogado pidió una gaseosa y pensó unos segundos antes de decidirse por una milanesa napolitana con papas fritas. Yo miraba el taxímetro con impaciencia, tratando de calcular si el dinero que llevaba encima sería suficiente. Con la intención de abaratar costos, fui directo al grano y le pregunté si, tal como me había anticipado que haría, había podido averiguar algo.
—Mirá —me dijo—, estuve hablando con contactos que tengo en el juzgado y en la policía. Hay malas noticias: la dueña del departamento registró una denuncia en tu contra por trata de personas, estupro, tenencia y comercialización de narcóticos.
—¡La mayor parte de esas acusaciones es falsa! —dije, algo alterado.
—Está perfecto —me aconsejó—. Siempre tenés que declararte inocente, aunque no sea cierto.
—¡Es que es cierto! —le dije— ¡Soy inocente!
—Bueno, tampoco exageres, porque vas a levantar sospechas. Y quedate tranquilo, porque esta mujer no tiene pruebas que te comprometan. Eso sí, vas a tener que armarte de paciencia, porque va a pasar un tiempo largo hasta que consigamos que desestimen la denuncia.
Dicho esto, el taxista abogado detuvo el taxímetro, terminó la milanesa, pidió un flan con crema y dulce de leche, lo comió delante de mis ojos hambrientos, pagué y nos fuimos. En mi bolsillo tengo ciento treinta y cuatro pesos con setenta y cinco centavos. Es todo lo que me queda y con lo que tengo que subsistir hasta que vuelva a trabajar el domingo. Ver comer al taxista abogado acentuó el hambre que me agobia. Necesito alimentarme de manera urgente, pero debo pensar con detenimiento antes de gastar cada peso. Lo mejor será que, invocando a los antepasados chinos que no tengo, vaya y compre un paquete de arroz.

5 comentarios:

  1. Natalio, no gastes en los arroces que valen 9 o 10 pesos. Comprá el más barato, y antes de hervirlo, lo tirás en una sartén bien caliente con un poquito de aceite hasta que se tueste, y después lo pasás al agua hirviendo (3 tazas de agua por 1 taza de arroz). Te queda mejor que cualquiera de los caros.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Fernando, por el consejo. Yo había comprado el arroz barato, pero por pura intuición. Ya mismo me pongo en campaña para conseguir cuatro tazas.
      Saludos!

      Eliminar
  2. Que bueno que te sirva el consejo. Cuidado, porque el precio de las tazas subió últimamente. Creo que no entraron en el congelamiento de precios.

    ResponderEliminar
  3. Hy que ver como se aprovecha la gente de las necesidades y calamidades de otros, espero que se resuelva tu problema.Bss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, Isaboa. Espero tener novedades en la semana.
      Saludos!

      Eliminar