domingo, 3 de marzo de 2013

Día 62 - Mis calzas ceñidas


Hoy me desperté cantando “El tractor amarillo”, de Zapato Veloz. Ojalá tuviera un tractor, amarillo o de cualquier color, así podría venderlo y sanear mi economía. Los pocos días que duró la convivencia forzada con Vicky, la loca de los guantes de cocina, fueron una revolución en mi vida, pero, sobre todas las cosas, un despilfarro de dinero que me deja, una vez más, al borde de la bancarrota. Durante la semana tendré que ocuparme de impulsar definitivamente el proyecto de El Pasea Porros. Debo encontrar la manera de que el Gobierno de la Ciudad me extienda una habilitación para recorrer los barrios porteños junto a un grupo de turistas holandeses, fumones y sadomasoquistas, y debo conseguir una furgonetita Volkswagen a buen precio y en buen estado. Por otro lado, tendría que ocuparme de idear un plan para desenmascarar al moderador del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos y liberar a Vicky, y a los demás Pelotudos, de esa desgracia de secta encubierta.

Ahora, no estaré en condiciones de sobrellevar esos asuntos si antes no resuelvo lo esencial y adquiero el dinero necesario para mi subsistencia. Movido por el hambre que me espera, llamé a mi representante, el tipo aquel que me salvó de una golpiza en pleno barrio de Once y luego me llevó al Concurso de Colas Reef en el cual me consagré como primera princesa.
—Mirá, Natalio —me dijo—, los concursos de colas se hacen más cerca del comienzo del año, pero dame unos días, que algo se me va a ocurrir.
“Unos días…”, “unos días…” Sentí deseos de decirle que no tenía unos días, que tengo que alimentarme y pagar las cuentas y el alquiler, pero no es propio de una princesa el andar rebajándose, por lo que me limité a pedirle que me llamara cuando tuviera novedades.
Desesperado, decidí que había llegado el momento de acudir a los amigos y, con la esperanza de encontrar a mis socios, caminé hasta la estación de GNC en la que solemos reunirnos. “Son taxistas”, pensé. “Seguramente tienen ahorros a los que podrán recurrir para hacerme un préstamo”.
Llegué a la estación para descubrir que el autoservicio estaba cerrado. Me acerqué a las playeras para preguntarles qué había sucedido, si había muerto alguien. En una de esas conseguía un cliente para mi proyecto del salón de belleza en los velorios y, además de ganar algo de dinero, tenía una excusa para llamarla a Vicky, la manicura antropófaga, mi loca de los guantes de cocina.
—¡Nada que ver, papi! —me dijo una de las playeras— Acá no se murió nadie. La mayoría de los clientes fijos no trabaja los domingos. Por eso el dueño no abre la cocina.
Supongo que con el objetivo de atraer nuevos clientes, el uniforme de esas mujeres lo componían una remera blanca muy ajustada y unas calzas azules ceñidas a las nalgas. Sus culos prominentes me dieron una idea. Les pregunté si había alguien con quien pudiera hablar para pedir trabajo.
—El encargado —me dijo la otra, señalando una puerta ubicada en el fondo de la estación.
Caminé hasta donde estaba el encargado y tuvimos una conversación tras la cual fui contratado como el primer playero masculino en la historia de la estación. El puesto no me enorgullece, pero necesito el dinero. La vergüenza que me produce la idea de que mis socios taxistas me vean en esa situación me hizo pedirle trabajar solamente los domingos y los feriados.
—¿Cuándo podés empezar? —me preguntó.
—Ahora mismo —respondí fingiendo entusiasmo.
Trabajé todo el día. Acabo de regresar a mi departamento. Lo primero que hice al llegar fue sacarme las calzas. Mis dos compañeras se pasaron el día hablando en voz baja. Hablaban mal de mí, lo sé. Están celosas porque los clientes me dieron propinas mucho más cuantiosas. Debo haber juntado el triple que ellas dos juntas. Me odian, sí, pero no voy a dejar que eso me afecte. Yo no tengo la culpa de que las calzas luzcan mejor en mi culo de Jessica Cirio.

5 comentarios:

  1. Natalio, tener cuidado con los pellizcadores de c...

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    1. Muchas gracias, Anó Nimo, por recordarme una etapa oscura de mi pasado.
      Saludos!

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  2. Y bueno, algunas veces hay que ponerle el pecho a las balas; otras, el culo.

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    1. Sí, Fernando, pero tené en cuenta que, para proteger el pecho, existe el chaleco antibalas. Desconozco si ya inventaron algo similar para la zona de los glúteos.
      Saludos!

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    2. Natalio, no puedo dar fe de la existencia, pero siempre escuché hablar del "Calzón de lata". Llegado el caso, hay que apoyar el culo en la pared y quedarse ahí hasta que el peligro pase.

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