Hoy
me desperté cantando “El tractor amarillo”, de Zapato Veloz. Ojalá tuviera un
tractor, amarillo o de cualquier color, así podría venderlo y sanear mi
economía. Los pocos días que duró la convivencia forzada con Vicky, la loca de
los guantes de cocina, fueron una revolución en mi vida, pero, sobre todas las
cosas, un despilfarro de dinero que me deja, una vez más, al borde de la
bancarrota. Durante la semana tendré que ocuparme de impulsar definitivamente el
proyecto de El Pasea Porros. Debo encontrar la manera de que el Gobierno de la
Ciudad me extienda una habilitación para recorrer los barrios porteños junto a
un grupo de turistas holandeses, fumones y sadomasoquistas, y debo conseguir
una furgonetita Volkswagen a buen precio y en buen estado. Por otro lado,
tendría que ocuparme de idear un plan para desenmascarar al moderador del Grupo
de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos y liberar a Vicky, y a los demás
Pelotudos, de esa desgracia de secta encubierta.
Ahora,
no estaré en condiciones de sobrellevar esos asuntos si antes no resuelvo lo
esencial y adquiero el dinero necesario para mi subsistencia. Movido por el
hambre que me espera, llamé a mi representante, el tipo aquel que me salvó de
una golpiza en pleno barrio de Once y luego me llevó al Concurso de Colas Reef
en el cual me consagré como primera princesa.
—Mirá,
Natalio —me dijo—, los concursos de colas se hacen más cerca del comienzo del
año, pero dame unos días, que algo se me va a ocurrir.
“Unos
días…”, “unos días…” Sentí deseos de decirle que no tenía unos días, que tengo
que alimentarme y pagar las cuentas y el alquiler, pero no es propio de una
princesa el andar rebajándose, por lo que me limité a pedirle que me llamara
cuando tuviera novedades.
Desesperado,
decidí que había llegado el momento de acudir a los amigos y, con la esperanza
de encontrar a mis socios, caminé hasta la estación de GNC en la que solemos
reunirnos. “Son taxistas”, pensé. “Seguramente tienen ahorros a los que podrán
recurrir para hacerme un préstamo”.
Llegué
a la estación para descubrir que el autoservicio estaba cerrado. Me acerqué a
las playeras para preguntarles qué había sucedido, si había muerto alguien. En
una de esas conseguía un cliente para mi proyecto del salón de belleza en los
velorios y, además de ganar algo de dinero, tenía una excusa para llamarla a
Vicky, la manicura antropófaga, mi loca de los guantes de cocina.
—¡Nada
que ver, papi! —me dijo una de las playeras— Acá no se murió nadie. La mayoría
de los clientes fijos no trabaja los domingos. Por eso el dueño no abre la
cocina.
Supongo
que con el objetivo de atraer nuevos clientes, el uniforme de esas mujeres lo
componían una remera blanca muy ajustada y unas calzas azules ceñidas a las
nalgas. Sus culos prominentes me dieron una idea. Les pregunté si había alguien
con quien pudiera hablar para pedir trabajo.
—El
encargado —me dijo la otra, señalando una puerta ubicada en el fondo de la
estación.
Caminé
hasta donde estaba el encargado y tuvimos una conversación tras la cual fui
contratado como el primer playero masculino en la historia de la estación. El
puesto no me enorgullece, pero necesito el dinero. La vergüenza que me produce
la idea de que mis socios taxistas me vean en esa situación me hizo pedirle
trabajar solamente los domingos y los feriados.
—¿Cuándo
podés empezar? —me preguntó.
—Ahora
mismo —respondí fingiendo entusiasmo.
Trabajé
todo el día. Acabo de regresar a mi departamento. Lo primero que hice al llegar
fue sacarme las calzas. Mis dos compañeras se pasaron el día hablando en voz
baja. Hablaban mal de mí, lo sé. Están celosas porque los clientes me dieron
propinas mucho más cuantiosas. Debo haber juntado el triple que ellas dos
juntas. Me odian, sí, pero no voy a dejar que eso me afecte. Yo no tengo la
culpa de que las calzas luzcan mejor en mi culo de Jessica Cirio.
Natalio, tener cuidado con los pellizcadores de c...
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó Nimo, por recordarme una etapa oscura de mi pasado.
EliminarSaludos!
Y bueno, algunas veces hay que ponerle el pecho a las balas; otras, el culo.
ResponderEliminarSí, Fernando, pero tené en cuenta que, para proteger el pecho, existe el chaleco antibalas. Desconozco si ya inventaron algo similar para la zona de los glúteos.
EliminarSaludos!
Natalio, no puedo dar fe de la existencia, pero siempre escuché hablar del "Calzón de lata". Llegado el caso, hay que apoyar el culo en la pared y quedarse ahí hasta que el peligro pase.
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