Hoy
me desperté cantando “En un hotel de mil estrellas”, de Los Rodriguez. ¡Me cago
en los poderes premonitorios del dj en mi cabeza! Ni bien me levanté, me di una
ducha con agua bien caliente. Hacía mucho que no trabajaba tantas horas
seguidas como ayer y me dolían las piernas por haber pasado tanto tiempo de
pie. Si bien mi situación económica no es la mejor, porque tengo lo justo y
necesario para pagar mañana el alquiler y algunos pesos más de las propinas que
me dieron en la estación de GNC, sentí que me había ganado un buen desayuno en
una confitería por la que siempre paso y a la que nunca me decido a entrar. Sí,
quería comenzar la semana de la mejor manera.
Una
hora más tarde volví a mi departamento con la panza llena y el corazón contento,
cargado de energías para ocuparme de mí, de Vicky y de todos los asuntos que
daban vueltas en mi cabeza. Para mi sorpresa, la que no daba vueltas era la
llave. La metí en la cerradura y quise abrir, pero no funcionaba. ¡La puta
madre! Lo único que me faltaba era tener que llamar a un cerrajero para poder
entrar a mi departamento. No estaba en condiciones de afrontar ese gasto. Me
iban a sacar hasta lo que no tenía. Como alguna vez había bajado del ascensor
en el piso equivocado y me había ganado la fama de degenerado entre las vecinas
del quinto, giré la cabeza para corroborar que aquel fuera mi piso.
Efectivamente, estaba en el séptimo. Insistí una vez más con la llave, al
derecho, al revés; intenté con otras llaves, pero no hubo caso. Desbordado por
la bronca, propiné a la puerta una patada que casi la saca de su eje. Desde el
interior de mi casa una voz firme me dijo:
—¿Qué
anda pasando? ¿Qué hace ahí? ¡Desfachatado!
—¿Delia?
—pregunté con incredulidad.
Delia
era la dueña del departamento. La nazi que no toleraba ni diez minutos de
retraso en el pago del alquiler.
—¡Sí,
ella misma —me dijo—, y lo estoy desalojando!
—Pero
¿por qué? —le pregunté— ¡Si mañana es cinco y el contrato es muy claro en ese
punto: tengo hasta el mediodía del día cinco para pagar el alquiler!
—¡Sí,
pero el contrato también dice que usted tiene que tener un trabajo digno y
estable, y sé de buena fuente que ya no está trabajando donde trabajaba y que
anda metido en cosas raras, visitando la morgue judicial, asistiendo a casas de
mala reputación y vistiéndose con ropa de mujer! ¡Hasta tuvo a un purrete
metido acá una semana! ¡No quiero a un drogadicto degenerado en mi
departamento!
Uffff.
A esta vieja le deben pagar la jubilación los de la SS. Lo de las calzas
entiendo que lo sepa, porque cualquier vecino pudo haberme visto cuando volví
del trabajo, pero ¿cómo hizo para enterarse de mi visita accidental a la casa clandestina
de la Sociedad Argentina de Swingers? ¿Y qué supone que hacía en mi casa el
Esclavito Contento?
—¡Dele,
Delia! —le dije en plan conciliatorio— ¡Dejemos de gritar a través de la
puerta! ¡Abra, por favor, así hablamos tranquilos!
—¡No!
¡Váyase, delincuente, o llamo a la policía!
Pensando
seriamente en la posibilidad de buscar un hacha y emular al ruso Raskólnikov, insistí
con la llave.
—¡No
se gaste! —me advirtió Delia— ¡Cambié la cerradura!
—¡Está
bien, Delia! ¡Al menos déjeme pasar para buscar unas cosas!
—¡Son
cien pesos! —me dijo— ¡Páseme el dinero por debajo de la puerta y lo dejo
pasar!
Resignado
a la idea de maltratar a una anciana, pasé un billete de cien por debajo de la
puerta y esperé a que me abriera para darle unos cuantos sopapos y echarla del
departamento que por ley era mío hasta que se venciera el contrato. Para mi
sorpresa, la muy turra tenía una escopeta de doble caño y me apuntaba como si
fuéramos Elmer y Bugs Bunny.
No
deja de impresionarme la manera en la que la presión optimiza el rendimiento
humano. En menos de una hora, con Delia persiguiéndome a punta de escopeta por
el departamento, junté mi ropa, algunas otras cosas y me fui. Hasta pude
desarmar y volver a embalar la escaladora que tantos problemas me había dado.
Ahora estoy en la calle, deambulando con mi mochila de mochilero, la caja de mi
escaladora y el colchón sobre el que durmió mi primo Luján, de Luján, durante
su estadía en mi ex departamento; el mismo colchón sobre el que Vicky y yo dormimos
en cucharita invertida. Estoy buscando un lugar en el que pasar la noche, porque la noche está llena de
tristeza durmiendo en la calle, cerca de mi casa…
Que mala persona. ESCALOFRIANTE historia, aunque por desgracia algo que en mi país ya se está viviendo de manera asquerosamente cruel incluso con niños y ancianos o enfermos por delante. Me encanto leerte. Siento haber empezado por este capítulo, ya que no sé si es real, ficticia o simplemente algo que alguien que escribe relato muy bien, o sea una buena historia, pero creo que me tendrás por aquí de visita a menudo.
ResponderEliminarYo también escribo, espero que el fin porque no me gusta el span, si quieres encontrarme lo puedes hacer por google. Un saludo
Muchas gracias, Isaboa, por tu comentario. Salvo que un ser sádico haya escrito el libreto de mi vida sin que yo lo supiera, todo lo que me sucede es real. Agradezco tu visita, ya que necesito de la ayuda de todos para desactivar la crisis de los 30. Muy lindos tu blog y tus poemas.
EliminarSaludos!
Natalio, acá estoy para lo que necesites, podés contar conmigo en este momento aciago. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. No sé con exactitud qué significa aciago y no quiero gastar la poca batería que me queda en el teléfono buscando en el diccionario, porque estando en la calle no tengo dónde enchufarlo, pero entiendo que me estás ofreciendo tu ayuda. Esta noche me arreglo. Por suerte no está haciendo frío, pero si sigo en la mala voy a tener en cuenta tu ofrecimiento.
EliminarSaludos!
Natalio, no gastes en teléfono, para eso estamos acá (no sé si muy rápido, pero seguro que puedo responder tus consultas al diccionario)
Eliminaraciago, ga.
(Del lat. aegyptiācus [dies], día fatal).
1. adj. Infausto, infeliz, desgraciado, de mal agüero. (Respecto al mal agüero, no dice si habla del Kun en referencia al quilombete con su ex pareja).
Muchas gracias, Fernando, por el consejo. Así hago.
EliminarSaludos!
Buaaaaaaa!
ResponderEliminarNo te comprendo, Anó Nimo, cuando escribís en francés, pero gracias de todas formas.
EliminarSaludos!
Realmente impactante, creía que era ficticio pero me encanta las historias reales, suerte nada malo es para siempre, ya encontraras un lugar donde alojarte, yo sigo leyendo tu historia me parece muy interesante éxitos y ojalá puedas desactivar la crisis de los 30.
ResponderEliminarMuchas gracias, Catherine, por los buenos deseos.
EliminarSaludos!
Lo importante de las crisis es aprender a salir adelante con lo que se tiene a mano natalio , todavia recuerdo un cumpleanos en el que un amigo purgo el intestino en un vestuario y se limpio con los numeritos de chapa para cambiar loa jugadores , saludos y espero que de algo te sirva
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó Nimo. ¿Que de algo me sirvan los numeritos de chapa? Te agradezco, pero prefiero valerme de los elementos convencionales.
EliminarSaludos!