Hoy
me desperté cantando “La soledad”, de Laura Pausini. Me duele comunicar que
Marco no es el único que se ha marchado. Anoche fuimos con Vicky, la loca de
los guantes de cocina, al Teatro San Martín a ver la obra para la cual el
moderador del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos nos había
regalado las entradas. Recién cuando vi el afiche en el frente del teatro supe
el nombre de la obra que habíamos ido a ver: “Se fue con su padre”. El título
me remitió, de inmediato, a los tiempos en los que mi padre aún vivía con mi
familia y me llevó a preguntarme qué habría sido de mi vida si, en lugar de
quedarme con mi madre, lo hubiera acompañado en el “viaje de negocios” del que
nunca regresó. ¿Dónde estaría si me hubiera fugado junto a él? Seguramente, no
en donde estoy ahora; probablemente, no en esta ciudad.
Entramos
a la sala y nos sentamos en la segunda fila. La sala estaba llena; la función
no había comenzado. Sobre el escenario había una pequeña jaula, y desde el
interior de la jaula, una cotorra hablaba en su propia lengua tratando de
llamar la atención de la actriz del afiche, quien a su vez comenzó a hablarnos
a nosotros, los integrantes del público, en un tono de voz muy particular. “Eso”
decía a cada rato, “eso”, “eso”, con la misma inocencia con la que lo diría “El
Chavo del Ocho”, pero dejándonos entrever un trasfondo mil veces más oscuro y
traumatizante.
Desde
chico siempre tuve problemas de atención. Ya en la escuela primaria las maestras
solían reprenderme porque, según decían, me valía de cualquier excusa para
distraerme. Imaginen lo que sucedió durante la función habiendo una cotorra
sobre el escenario. En lugar de seguir el hilo de la historia, me distraje pensando
en si la cotorra estaría amaestrada o simplemente hablaba cuando le venía en
gana y los actores debían adaptarse. Me pregunté, también, dónde la guardarían
entre función y función; si tenían una o tenían varias; si realmente hablaba
ella o se trataba de una grabación; qué comía; si era macho o hembra; si la
habrían comprado o la habrían capturado en alguna plaza, y una lista
interminable de etcéteras que no viene al caso detallar. Cuando, finalmente,
había satisfecho las ansias de mi curiosidad y había decidido concentrarme en
la obra para poder impresionar a Vicky mediante comentarios perspicaces, el
público se prodigó en un aplauso cerrado. La obra había terminado y, de pie
junto a mí, Vicky aplaudía enfáticamente. Estaba conmovida. Eso o el polvillo
que se desprendía de sus guantes le había producido una reacción alérgica.
Mientras
salíamos del teatro no hacía más que expresarme su admiración hacia las
actrices y su identificación con la protagonista. Yo asentía porque, a decir
verdad, no sabía de qué me estaba hablando. Llegamos a la vereda y un hombre
que sujetaba con ambas manos un fastuoso ramo de flores se detuvo delante de
nosotros. En un principio supuse que las flores serían para alguna de las actrices,
pero, contrario a lo que yo pensaba, el hombre le entregó el ramo a Vicky y la
besó en la frente. Ella lo abrazó con ganas. Después se acercó a mí, me regaló
una mirada repleta de gratitud, me besó en la mejilla y se fue… Se fue con su
padre.
De
repente comprendí todo. Lo sucedido no se debía a una casualidad. El moderador
del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos había ideado un plan perfecto
y lo había ejecutado con astucia: nos había regalado entradas para una obra
que, sin lugar a dudas, iba a sensibilizar a Vicky, y había hablado con su
padre para convencerlo de que la esperara en la puerta del teatro. Sí,
definitivamente, ese Grupo de Ayuda es la fachada de una secta y ese turro no
quiere que Vicky esté conmigo porque sabe que la hago sentir bien y que corre
el riesgo de perderla.
Ahora
estoy solo en mi departamento, un nido dos veces vacío, pero no voy a bajar los
brazos. No, Natalio. Subestimaste a tu adversario, es verdad, pero ya no. Llegó
la hora de enfrentarlo con las mismas armas. Pensá tranquilo, Natalio, que todavía hay tiempo y tarde
o temprano algo se te va a ocurrir.
A turro, turro y medio, duro Natalio, te tengo fe!
ResponderEliminarMuchas gracias, Anó.
EliminarSaludos!