viernes, 22 de febrero de 2013

Día 53 - Un tipo perverso y retorcido

Hoy me desperté cantando “Búsquenla”, de Los Tipitos. Ayer estuve llamando a Vicky, la loca de los guantes de cocina, hasta altas horas de la madrugada. Esta mañana insistí un poco más. Sé que si no está su padre no atiende el celular, porque se niega a quitarse los guantes, pero no puedo sacarme de la cabeza la imagen de ella deambulando sola por la ciudad. Ahora que, por mi culpa, se reactivó su apetito voraz por las uñas, temo que cometa alguna locura. Para colmo, hoy tengo la tercera asamblea con los taxistas con los que me asocié para el proyecto de “El Pasea Porros”. No sé si me habré levantado con el pie pesimista, pero cada vez le tengo menos fe a esta sociedad. Me da la impresión de que estos tipos se la pasan debatiendo acerca de la mejor manera de cambiar el mundo pero, cuando llega el momento de entrar en acción, se quedan en las palabras. De todos modos, no voy a dejar que un mal día condicione mi juicio. Son mis socios, son taxistas con matrícula de abogado, contador, escribano y chef internacional, confío ciegamente en ellos.
Salí temprano rumbo a la estación de GNC en la que solemos reunirnos; caminaba lento, porque Vicky me había comido las uñas de los pies de tal manera que no podía pisar sin retorcerme de dolor. Avanzando como un pingüino, sin apoyar más que las plantas de los pies, entré a la estación. Ahí estaban los cuatro, sentados a la mesa de siempre, planteando posibles defensas ante la probable caída de un meteorito, como el caído en Rusia, sobre las calles de Buenos Aires. El taxista freudiano, que además de taxista es escribano, recomendaba el desarrollo de una red de defensa antiaérea; el taxista contador consideraba más apropiado el recurrir a la energía eólica para desviar la trayectoria de las posibles amenazas; el taxista abogado propuso firmar un convenio con la NASA para, a cambio de determinada cantidad de toneladas de soja, tener acceso a tecnología de avanzada. Por último, el taxista culinario esbozó el diseño de un sistema de escudos de malvavisco y aprovechó la excusa para compartir la receta con sus colegas. Yo los escuchaba algo nervioso y estaba decidido a desterrar de una vez y para siembre la idea del papa móvil instalada el viernes pasado por mi primo Luján, de Luján.
—Sepan una cosa —les dije sin sentarme ni saludarlos—. Cuando soñé este proyecto, lo hice pensando en recobrar el espíritu hippie de los años sesenta. Como ya expuse alguna vez, las gloriosas furgonetitas Volkswagen fueron poco menos que la quintaesencia de aquel movimiento y estoy dispuesto a disolver la sociedad que nos une si no renuncian a la idea de reemplazarla por una copia berreta del papa móvil.
Un poco incómodos por mi atrevimiento al saltear las formalidades propias de una asamblea de socios, los cuatro acataron mi imposición. Como el diseño del papa móvil era el único punto a tratar, la asamblea concluyó sin haber sido inaugurada. Preocupado por mi estabilidad emocional, el taxista freudiano se acercó y me dijo:
—¿Qué te está pasando, Natalio? Vos no sos así. Estás muy nervioso.
Le conté lo que había sucedido con Vicky y mi preocupación al imaginarla deambulando por la calle, buscando las uñas largas de los vagabundos y haciendo vaya uno a saber cuántas locuras.
—Vení —me dijo luego de escucharme—, vamos a buscarla en mi auto.
Recorrimos todos y cada uno de los barrios porteños, pero a Vicky no la encontramos. Quizá exageré un poco. Debe estar en la casa. Tengo la impresión de que todo el asunto de la búsqueda fue una excusa del taxista freudiano para poder hablar conmigo y tranquilizarme. Entre muchas cosas, me dijo algo que me dejó pensando.
—¿No te parece raro lo que sucede en ese Grupo de Ayuda al que asistís? Se supone que tratan problemas pelotudos y sin embargo, por lo que me contás, esta chica te durmió para comerte las uñas, otro no pronuncia la “p”, otro se separó de la mujer por una infidelidad desencadenada por su incapacidad para comer con palitos chinos… Tené cuidado, Natalio. Yo te recomendaría que te alejes, que dejes de ir.
—¿Y con ella? ¿Qué hago? —le pregunté.
—Y, si realmente la amás más que a tus propias uñas, tendrías que buscar la manera de sacarla de ahí.
Sí, ahora que mi socio me lo hizo notar, el moderador del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos parece un tipo perverso y retorcido. Ahí pasa algo raro y, si quiero ayudar a Vicky, si realmente pretendo ayudarla, tendré que averiguar qué es lo que se esconde detrás de esa fachada de terapias inocuas y alternativas.

5 comentarios:

  1. Este texto es intrigante. ¿Qué altura tienen las altas horas de la madrugada? ¿Las altas horas de la madrugada son más altas que las altas horas de la noche? ¿Se debe concurrir a una casa de altos estudios para saberlo?

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    1. Muchas gracias, Fernando, por las preguntas. Las altas horas de la madrugada miden dos metros con veinte centímetros aproximadamente. Las altas horas de la noche no son tan altas como todos creen. Lamentablemente, no hay instituciones que provean este tipo de conocimientos. Son cosas que se aprenden en la universidad de la vida.
      Saludos!

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    2. No, gracias a vos, Natalio, por compartir tus saberes.

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  2. Natalio deberías usar franciscanas por un tiempo hasta que te crezcan un poco las uñas, que dolor!

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    1. Muchas gracias, Anó Nimo, por el consejo. Estaba pensando en atarme dos baldes con agua y hielo, pero tal vez las franciscanas sean más prácticas.
      Saludos!

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