Hoy
me desperté cantando “Boys don´t cry”, de The Cure. Me gusta esa canción. Sí,
definitivamente, febrero empezó bien. En el trabajo me dan el desayuno, por lo
que, sin necesidad de consumir las pocas porquerías que me quedan, me afeito,
me baño y salgo a la calle. De la oficina me separan diecisiete cuadras. A
pesar del calor (o a causa del calor) prefiero ir caminando antes que subirme a
un colectivo o a un subte. Si me lo hubieran dicho hace unos diez días, me
habría reído de la ocurrencia, pero debo reconocer que estoy entusiasmado con
mi regreso. Tras un mes sin ingerir los alimentos adulterados y tras haber
caminado kilómetros y kilómetros con las zapatillas de Jessica Cirio que me
vendió el encargado de mi edificio, mi culo recuperó las dimensiones humanas.
Eso me da una ventaja que los “pellizca culos” no deben ni imaginar. Sí, les
voy a demostrar lo que es capaz de hacer el primer bebé del año `84.
Caminando
por la calle, paso frente a un edificio en construcción, una de esas obras
eternas que parecen nunca avanzar pero en las que, para felicidad de los
vecinos, siempre hay ruido a gente trabajando. Delante de mí camina una morocha
que es linda, sí, pero no es nada del otro mundo. Quizá por el calor, quizá
porque lleva uno de esos vestidos que se vuelan con la brisa más leve, quizá
por puro aburrimiento, desde el segundo piso de la obra en construcción los
obreros empiezan a gritarle una serie de “piropos” dedicados a una parte
específica de su anatomía.
—¡Mamasa,
con ese culo te llevo a cagar a casa!
—¡Te
reviento la piñata sin pedirte la sorpresa!
—¡Vos
trae esa manzana, que yo consigo pochoclos y caramelo!
—¡Me
disfrazo de bidet y… y…!
¿Por
qué los hombres están tan obsesionados con el culo femenino? Hay días en los
que comparto la obsesión, pero incluso durante esos días me cuesta
comprenderla.
Sigo
caminando y llego a la esquina del trabajo. Respiro profundo para infundirme
ánimos, estoy preparado, estoy convencido, camino hasta la puerta y… ¡Está
cerrado! Las puertas están cerradas con cadenas y candados, la luz está
apagada, las paredes están pintadas con aerosol, adentro parece no haber nadie.
Me acerco al vidrio, golpeo, pero no obtengo respuesta. De repente, alguien me
toca el hombro. Me asusto, me doy vuelta. Es el dueño del kiosco de al lado.
—Acá
no hay nadie —me dice—. Se fueron a la mierda.
—¿Cómo
que se fueron? ¿Se mudaron? ¿A dónde? —le pregunto, en un estado de
desesperación creciente.
—No
—me dice—. Se fueron a la mierda. ¿Vos trabajabas acá?
—Sí.
¿No me reconocés? Te compraba todos los días. Estuve todo enero de licencia. ¡No
lo puedo creer! ¿Cómo que se fueron a la mierda?
—¡Ah!
—me dice—, ahora que me decís, me acuerdo de vos. Pero antes tenías el culo
mucho más gordo. Sí, ¿no mirás los noticieros? Acá hubo un quilombo terrible.
Hace como tres semanas, sin avisarle a nadie, cerraron todo. La gente cortó la
calle para protestar. Los periodistas lo llamaron “El piquete de las caderas
anchas”. Tres de tus compañeros, parados en la esquina uno al lado del otro,
bastaron para cortar la calle.
¡La
puta madre! Me despido del kiosquero y voy corriendo al cajero más cercano para
ver si por lo menos me habían acreditado el sueldo. Por suerte sí, una buena
dentro de tantas desgracias. Por inercia y porque estoy alterado, sigo
corriendo hasta casa. Necesito revisar los números y ver con cuánto dinero
cuento para enfrentar una crisis más urgente que la de los 30: la de la
subsistencia. En el camino vuelvo a pasar frente a la obra en construcción. No
hay ninguna mujer en varios metros a la redonda y, aun así, los obreros vuelven
a gritar los mismos “piropos”.
Ahora
entiendo. Los “piropos” no iban dirigidos a la morocha, sino a mí. Tras casi un
mes de ejercicios las zapatillas cumplieron con su función y convirtieron mi
culo en el de Jessica Cirio. Siento una sensación un tanto extraña que oscila entre
el orgullo por los elogios y la indignación por la vulgaridad de los mismos.
Ahora tengo un motivo más para correr a casa: quiero mirarme el culo en el
espejo. Sí, soy consciente de que tengo problemas serios de los que ocuparme,
pero me gana la vanidad. ¿Qué quieren que le haga? No lo puedo evitar.
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