viernes, 1 de febrero de 2013

Día 32 – Se fueron a la mierda



Hoy me desperté cantando “Boys don´t cry”, de The Cure. Me gusta esa canción. Sí, definitivamente, febrero empezó bien. En el trabajo me dan el desayuno, por lo que, sin necesidad de consumir las pocas porquerías que me quedan, me afeito, me baño y salgo a la calle. De la oficina me separan diecisiete cuadras. A pesar del calor (o a causa del calor) prefiero ir caminando antes que subirme a un colectivo o a un subte. Si me lo hubieran dicho hace unos diez días, me habría reído de la ocurrencia, pero debo reconocer que estoy entusiasmado con mi regreso. Tras un mes sin ingerir los alimentos adulterados y tras haber caminado kilómetros y kilómetros con las zapatillas de Jessica Cirio que me vendió el encargado de mi edificio, mi culo recuperó las dimensiones humanas. Eso me da una ventaja que los “pellizca culos” no deben ni imaginar. Sí, les voy a demostrar lo que es capaz de hacer el primer bebé del año `84.

Caminando por la calle, paso frente a un edificio en construcción, una de esas obras eternas que parecen nunca avanzar pero en las que, para felicidad de los vecinos, siempre hay ruido a gente trabajando. Delante de mí camina una morocha que es linda, sí, pero no es nada del otro mundo. Quizá por el calor, quizá porque lleva uno de esos vestidos que se vuelan con la brisa más leve, quizá por puro aburrimiento, desde el segundo piso de la obra en construcción los obreros empiezan a gritarle una serie de “piropos” dedicados a una parte específica de su anatomía.
—¡Mamasa, con ese culo te llevo a cagar a casa!
—¡Te reviento la piñata sin pedirte la sorpresa!
—¡Vos trae esa manzana, que yo consigo pochoclos y caramelo!
—¡Me disfrazo de bidet y… y…!
¿Por qué los hombres están tan obsesionados con el culo femenino? Hay días en los que comparto la obsesión, pero incluso durante esos días me cuesta comprenderla.
Sigo caminando y llego a la esquina del trabajo. Respiro profundo para infundirme ánimos, estoy preparado, estoy convencido, camino hasta la puerta y… ¡Está cerrado! Las puertas están cerradas con cadenas y candados, la luz está apagada, las paredes están pintadas con aerosol, adentro parece no haber nadie. Me acerco al vidrio, golpeo, pero no obtengo respuesta. De repente, alguien me toca el hombro. Me asusto, me doy vuelta. Es el dueño del kiosco de al lado.
—Acá no hay nadie —me dice—. Se fueron a la mierda.
—¿Cómo que se fueron? ¿Se mudaron? ¿A dónde? —le pregunto, en un estado de desesperación creciente.
—No —me dice—. Se fueron a la mierda. ¿Vos trabajabas acá?
—Sí. ¿No me reconocés? Te compraba todos los días. Estuve todo enero de licencia. ¡No lo puedo creer! ¿Cómo que se fueron a la mierda?
—¡Ah! —me dice—, ahora que me decís, me acuerdo de vos. Pero antes tenías el culo mucho más gordo. Sí, ¿no mirás los noticieros? Acá hubo un quilombo terrible. Hace como tres semanas, sin avisarle a nadie, cerraron todo. La gente cortó la calle para protestar. Los periodistas lo llamaron “El piquete de las caderas anchas”. Tres de tus compañeros, parados en la esquina uno al lado del otro, bastaron para cortar la calle.
¡La puta madre! Me despido del kiosquero y voy corriendo al cajero más cercano para ver si por lo menos me habían acreditado el sueldo. Por suerte sí, una buena dentro de tantas desgracias. Por inercia y porque estoy alterado, sigo corriendo hasta casa. Necesito revisar los números y ver con cuánto dinero cuento para enfrentar una crisis más urgente que la de los 30: la de la subsistencia. En el camino vuelvo a pasar frente a la obra en construcción. No hay ninguna mujer en varios metros a la redonda y, aun así, los obreros vuelven a gritar los mismos “piropos”.
Ahora entiendo. Los “piropos” no iban dirigidos a la morocha, sino a mí. Tras casi un mes de ejercicios las zapatillas cumplieron con su función y convirtieron mi culo en el de Jessica Cirio. Siento una sensación un tanto extraña que oscila entre el orgullo por los elogios y la indignación por la vulgaridad de los mismos. Ahora tengo un motivo más para correr a casa: quiero mirarme el culo en el espejo. Sí, soy consciente de que tengo problemas serios de los que ocuparme, pero me gana la vanidad. ¿Qué quieren que le haga? No lo puedo evitar.

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