Hoy me desperté cantando “Stayin´ Alive”, de los Bee Gees. Me sorprendió gratamente mi capacidad para alcanzar ciertos agudos. Ayer no me aguanté y lo llamé a Julio, el Pelotudo que no sabe manejar los palitos chinos. Ya no estoy en condiciones de pagar más comidas, por lo que fui directo al grano.
—Julio —le dije después de saludarlo—, necesito que me pases el número de Vicky.
—Sí, ¿cómo no? ¿Dónde comemos? —me preguntó.
La pregunta fue la confirmación de que los miembros del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos me estaban pelotudeando y me iban pasando de uno a otro para que terminara pagándole una comida a cada uno.
—¿Cómo que dónde comemos? —le dije, algo alterado—. En ningún lado. Decime el número y listo.
—No. Disculpame, Natalio, pero por cuestiones de seguridad hay cosas que prefiero hablarlas personalmente.
Bueno, si quería comer, yo lo iba a invitar a comer, pero me iba a encargar de que no disfrutara la experiencia. Arreglamos para almorzar hoy. Le dije que lo iba a llevar a uno de los lugares más sofisticados de Buenos Aires y lo cité al mediodía en un restorán de Sushi fundamentalista en el que usar un tenedor conllevaría los mismos riesgos que cortar un tallarín en el sur de Italia.
—Vení solo. No traigas a nadie —le repetí dos o tres veces antes de colgar. No quería caer en la misma trampa del domingo al mediodía.
Llegamos prácticamente al mismo tiempo, entramos y pude ver cómo su rostro era ganado por la decepción a medida que iba descubriendo la naturaleza del lugar al que lo había llevado. Cerca de la puerta, un oriental nos pidió que nos quitáramos los zapatos y nos condujo hasta nuestra mesa, la que técnicamente no era una mesa, porque no tenía patas. Tuvimos que sentarnos en el piso y tuve la oportunidad de descubrir la mayor virtud de mi culo mullido, gordo y deformado: tenía almohadones incorporados. Pensé que si mis problemas de dinero se agravaban, podría vender todas mis sillas, e incluso los sillones, porque mi cuerpo se asentaba sobre dos pufs. Julio, en cambio, estaba sufriendo la dureza del piso y estiraba las piernas para evitar que se le durmieran y alternaba la inclinación del cuerpo, un rato hacia la derecha, un rato hacia la izquierda, para repartir el castigo entre las dos mitades de su culo desgarbado. Me causaba gracia verlo tan incómodo, tratando de atrapar las piezas de sushi como si estuviera pescando mojarritas con una lanza. Tras reprimir la risa durante varios minutos, no pude contenerme y largué una carcajada. Riendo así, sentado en esa posición, con mi culo deformado y mi calva brillante, me sentía una copia berreta del “Buda sonriente”.
Por alguna razón que hasta ese momento yo desconocía, Julio miraba con recelo a los orientales del local; a los que trabajaban ahí, a los que habían ido a comer… a todos. Sentí curiosidad y decidí aprovechar el almuerzo para conocerlo un poco más. Lo primero que hice fue preguntarle por el origen de su problema pelotudo.
—Mirá —me dijo mientras intentaba, sin buenos resultados, levantar dos granos de arroz con uno de sus palitos—, nunca supe comer con estas mierdas. Pero hasta que me uní al grupo, nunca me pareció un problema. Lo elegí en mi primera sesión para salir del apuro y porque no se me ocurría nada. Ahora, una vez que lo asumí como un problema, por más pelotudo que parezca, el hecho de no poder manejar esos palitos del demonio empezó a molestarme y a frustrarme cada día un poquito más, hasta el punto de afectar la relación con mi mujer. Ella empezó a sentir vergüenza por mí y tenía terror de que sus amigas se enteraran de que yo no sabía comer con palitos chinos. En absoluto secreto, contrató a un chinito de no más de veinte años que trabajaba como embolsador en el supermercado chino que hay a la vuelta de mi casa. Lo presentó en sociedad como mi personal trainer y todos los días a las seis de la mañana Yi (el chinito) y yo nos encontrábamos en los bosques de Palermo para perfeccionarme en el refinado arte del manejo de los palitos chinos. Veníamos avanzando bien, yo estaba poniendo todo mi empeño, hasta que una tarde en la que volví temprano del trabajo la encontré a mi mujer recostada bocarriba y desnuda sobre la mesada de la cocina, gritando de placer mientras Yi, que manipulaba con gran pericia dos pares de palitos chinos, le comía el arroz que le cubría el cuerpo… Esa misma tarde mi mujer me abandonó y se fue a vivir a China con mi personal trainer.
La historia me conmovió. Julio y yo estábamos hermanados por el dolor de haber padecido infidelidades interraciales. Para que se sintiera acompañado en el sufrimiento, le conté la historia de mi acompañante terapéutica y lo invité a irnos de ahí y a comer un chebusan de bondiola en los puestitos de la costanera. A modo de agradecimiento, él me confesó que, efectivamente, se habían puesto de acuerdo entre los miembros del grupo para sacarme una comida cada uno.
—Es una costumbre que tenemos cada vez que llega alguien nuevo—me dijo.
—¿Hace cuánto que lo hacen? —le pregunté.
—No, esta es la primera vez —me respondió—, pero lo vamos a seguir haciendo, por eso es una costumbre.
Al principio me sentí traicionado, pero, pensándolo mejor, concluí que sólo me faltaba comer con Hernán y que después podría usar el hecho de haber comido con todos como una excusa para invitarla a cenar a Vicky. No hay un minuto en el que no piense en ella y en sus guantes de cocina chamuscados. ¿Será que me estaré enamorando?
Vamos Natalio!
ResponderEliminarSí, Juan Manuel. Vamos, aunque no dijiste adónde. Al fin alguien que me invita a algún lado. Estoy cansado de invitar siempre yo.
EliminarSaludos!
Well, you can tell by the way I use my walk,
ResponderEliminarI’m a woman’s man: no time to talk.
Music loud and women warm, I’ve been kicked around
since I was born.
And now it’s all right. It’s OK.
And you may look the other way.
We can try to understand
the New York Times’ effect on man.
Whether you’re a brother or whether you’re a mother,
you’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Feel the city breakin’ and everybody shakin’,
and we’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive.
Well now, I get low and I get high,
and if I can’t get either, I really try.
Got the wings of heaven on my shoes.
I’m a dancin’ man and I just can’t lose.
You know it’s all right. It’s OK.
I’ll live to see another day.
We can try to understand
the New York Times’ effect on man.
Whether you’re a brother or whether you’re a mother,
you’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Feel the city breakin’ and everybody shakin’,
and we’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive.
Life goin’ nowhere. Somebody help me.
Somebody help me, yeah.
Life goin’ nowhere. Somebody help me.
Somebody help me, yeah. Stayin’ alive.
Well, you can tell by the way I use my walk,
I’m a woman’s man: no time to talk.
Music loud and women warm,
I’ve been kicked around since I was born.
And now it’s all right. It’s OK.
And you may look the other way.
We can try to understand
the New York Times’ effect on man.
Whether you’re a brother or whether you’re a mother,
you’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Feel the city breakin’ and everybody shakin’,
and we’re stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive, stayin’ alive.
Ah, ha, ha, ha, stayin’ alive.
Life goin’ nowhere. Somebody help me.
Somebody help me, yeah.
Life goin’ nowhere. Somebody help me, yeah.
I’m stayin’ alive.
Costumbres del futuro, he ahí otra posible actividad lucrativa.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando. Me gusta tu forma de pensar. Si no te molesta, les voy a hablar a mis socios acerca de vos. Saludos!
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