Hoy
me desperté cantando “Mi novia se cayó en un pozo ciego”, de Los Fabulosos
Cadillacs. Es esa que empieza diciendo “Caminando por la calle con mi novia…”.
Novia no tengo, pero es domingo y no estaría mal que me relaje un poco y salga
a caminar.
La
ciudad de los domingos me reconforta. Mientras camino por las calles desiertas
me siento tan bien que creo ser otra persona. Me siento como se debe sentir
Ricardo Arjona cuando descubre que “manteca” rima con “biblioteca”, o como
Andrés Calamaro cuando encadena tres o cuatro ideas contrapuestas, o como
Michael Jackson cuando… En el caso de Michael, prefiero no aclarar el “cuando”.
Dentro del desierto porteño, los bosques de Palermo parecen un oasis. Entre la multitud destacan los grupos temáticos conocidos como “tribus”. De todas ellas me llama la atención aquella que reúne a los fanáticos de las novelas rusas del siglo XIX. A pleno rayo del sol y con 30 grados de temperatura, estos 15 lunáticos están vestidos como para sobrevivir al invierno ruso. Cerca de ellos, con la probable intención de estrechar relaciones con los ciudadanos de un país aliado, hay un joven disfrazado del Che Guevara. Viéndolo me doy cuenta de que tal vez mi proceso anti crisis sería más sencillo si tuviera un referente. Me acerco para interiorizarme un poco y, después de saludarlo, le pregunto qué es lo que admira del Che.
—Para
mí —me responde— el Che Guevara fue un revolucionario de la moda. Hasta su
aparición ningún guerrillero se había atrevido a usar estampado en la boina.
Como si eso fuera poco, en un mundo gobernado por las barbas abundantes, largas
y tupidas, él impuso la moda de la barba de 10 días, cuya vigencia podemos
comprobar en el provecho que de la misma han sacado galanes contemporáneos de
la talla de Nicolás Cabré y Mariano Martinez.
—Pero,
¿y la lucha contra el imperialismo, la guerra de guerrillas, la reforma
agraria? —le pregunto, pasmado.
—No,
todo eso no me importa. A mí nada más me gusta cómo se vestía.
—Bueno…
Hasta la victoria siempre —le digo, para despedirme.
—Moda
o muerte —me responde y me alejo de ahí confundido y mareado.
Tras
caminar unas cuadras veo a un hombre sentado sobre un cordón. Tiene la cabeza
rapada y, como toda vestimenta, está envuelto en una sábana blanca. Me acerco y
le pregunto qué es lo que admira de Gandhi.
—¿Que
qué? —me responde mirándome como si acabara de salir de un nirvana.
—Es
que estoy buscando un referente para afrontar con más fuerzas una etapa crucial
de mi vida. Te veo vestido como Mahatma Gandhi y me gustaría saber qué es lo
que admirás de él.
—Qué Gandhi ni Gandhi. Me caso en una semana y anoche mis amigos me hicieron la
despedida de soltero. Me emborracharon, me drogaron, me pelaron y me dejaron en
bolas, atado en la cama de un telo de cuarta con un traba, tres gallinas y un
enano. Por suerte me pude desatar, me afané una sábana y acá estoy. Los bondis
no me levantan, los tacheros no me quieren subir… así que estoy pensando en cómo
volver a mi casa. Vos ¿no tenés auto?
—No,
estuve a punto de comprar una furgonetita Volkswagen, pero al final desistí.
¿Cuántos años tenés? —le pregunto por pura curiosidad.
—En
unos días cumplo 30 —me responde.
¡La
pucha! Tal vez la del referente no era una buena idea. ¿Será que el casamiento
es el mejor antídoto para contrarrestar esta crisis? Si así fuera, tendría 359
días para conocer a la mujer adecuada y convencerla de que se case conmigo. Es
eso o convertirme en un personaje de una novela rusa del siglo XIX.
Personaje, sin duda, es la opción.
ResponderEliminar¿Qué? ¿No ea un multiple choice?...
Tal vez en invierno, Fernando. Esos disfraces no combinan muy bien con el calor del verano. Saludos!
EliminarHaha, pues creo que el cosplay es la mejor opción en este caso, para qué casarse? dioX no hecarás a perder tu vida xD
ResponderEliminarMuchas gracias, Mawar, por el consejo. Todo dependerá de si me cruzo con la mujer adecuada.
EliminarSaludos!