miércoles, 23 de enero de 2013

Día 23 - Banana será otro día

Hoy me desperté cantando “Se estira y se encoge”, de The Sacados. O con mi ropa está pasando algo parecido o, finalmente, se me está desinflando el culo. Esta noche es La Noche. Me estuve probando ropa para el reencuentro con Vicky en mi tercera sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos y todos los pantalones me quedan grandes. No me atrevería a atribuirles poderes mágicos a las zapatillas de Jessica Cirio, pero creo que el caminar con ellas, sumado al tiempo que llevo sin probar la comida adulterada del trabajo, está corrigiendo mi deformidad. Ropa nueva no puedo comprar, porque hasta que no cobre a fin de mes no puedo gastar un peso de más, así que tendré que ajustarme el cinto para que no se me caigan los pantalones.
Estuve repasando los consejos que me dio mi grupo de asesores: “¡Volteatelá!”, “¡Comele la boca!”, “¡Pellizcale el culo!”, “¡Revolvele la natilla con limón rayado y todo!”. Salvo por la última, que todavía no la entiendo, creo que la intención detrás de las sugerencias de mis asesores fue infundirme valor para que tome la iniciativa. Sí, tengo que encararla a Vicky y dejarle en claro de una sola vez todo lo que me está pasando. Toda mi vida he sido tímido y un poco quedado con las mujeres, y siendo así no he cosechado más que indiferencias, rechazos, infidelidades y abandonos. Bueno, llegó el momento de hacer algunos cambios.
¿Tendré que comprar preservativos o será demasiado pronto? Para mí comprar preservativos es una cuestión de fe, porque la mayoría de las veces los pierdo o se me vencen antes de tener ocasión de usarlos. Recuerdo que el primero que tuve me lo regaló mi viejo la última vez que lo vi, justo antes de que se fuera a su “viaje de negocios”.
—Natalio —me dijo mientras me lo daba—, voy a ser sincero, te veo complicado, pero si por esas casualidades de la vida alguna vez tenés la oportunidad de estar con una mujer, usalo.
Me llevó mucho tiempo descubrir qué era lo que me había dado. En esa época no se podía googlear, así que estaba solo con mi duda. A mis hermanos mayores no les iba a preguntar, porque, aunque no sabía de qué se trataba, estaba seguro de que iba a darles un motivo más para burlarse de mí. A mi vieja, ni hablar. Teniendo en cuenta la forma en la que había querido enseñarme a afeitarme, no quería ni imaginarme lo que iba a hacer con el preservativo. No. Como siempre, tuve que descubrirlo de la forma más dura. Cuando me enteré de que mi viejo no iba a regresar de su “viaje de negocios” y que el “viaje de negocios” era un eufemismo para referirse al divorcio, fue tan grande la tristeza que me invadió que decidí hacerme un collar con el único recuerdo que me había dejado. Así fue que anduve durante varios meses con un preservativo vencido colgando del cuello. Durante el invierno y la primavera lo disimulaba la ropa, pero llegó el verano, época en la que mis hermanos y yo íbamos a la pileta de un club. El día de la inauguración de la temporada, con el club repleto de adolescentes ávidos por encontrar una excusa para canalizar la revolución que producía en sus hormonas el ver a tantas mujeres en bikini, no tuve mejor idea que quitarme la remera y exhibir, orgulloso, mi colgante. Un canguro atendiendo la caja de un supermercado con un parche en el ojo, una visera y un habano en la boca habría pasado más desapercibido. Todavía hay quienes, si me cruzan por la calle, me llaman “el forro colgante”. Ese fue mi apodo durante varios años. Después de burlarse un poco, el guardavidas la llamó a mi vieja, quien, después de burlarse de mí junto al guardavidas, me llevó de vuelta a casa, previo paso por una verdulería para comprar un kilo de bananas y por un kiosco para comprar una caja de “colgantes”. Esa tarde, mientras mis hermanos disfrutaban de la pileta, yo tuve mi primera y única clase de educación sexual.
¡Ufff! Por algún motivo, nunca pude volver a comer banana, ni con dulce de leche, ni en licuado, ni en una torta, ni siquiera en forma de helado o como Bananita Dolca. Cuando mis hermanos más chicos veían “Bananas en Pijamas” me daban ganas de vomitar. Lo mismo me sucedía cuando mi vieja se ponía a escuchar los discos de César “Banana” Pueyrredon. Lo único que le pido al dj de mi cabeza, si es que me está escuchando, es nunca despertarme cantando una canción de él… Pero bueno, eso es parte del pasado, etapa superada… Ahora me tengo que concentrar en pensar en cómo demostrarle a Vicky todo lo que siento. Esta noche es La Noche, y banana, banana será otro día.

2 comentarios:

  1. Banana, si es mencionado o traído a colación, es un problema para vos, Natalio. ¿Tal vez otro de tus problemas pelotudos? Pensalo.

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    1. Muchas gracias, Hugo, por la sugerencia, pero el moderador del grupo nos pide que nos enfoquemos en un problema a la vez.
      Saludos!

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