jueves, 24 de enero de 2013

Día 24 - Nuestro primer beso

Hoy me desperté cantando “Eye of the tiger”, de Survivor. Por lo visto, el dj en mi cabeza no perdió el sentido del humor. Anoche fui a mi tercera sesión del Grupo de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos. Llegué y, al igual que el miércoles pasado, estaban todos sentados en sus respectivos lugares… todos menos Vicky. Su ausencia me fastidió profundamente. Mientras Hernán contaba su episodio con el control remoto de la estación de servicio a la que lo llevé a comer, me dispersé y comencé a hacerme preguntas: ¿otra vez iba a faltar?, ¿cómo iba a superar su Problema Pelotudo si nunca asistía a las sesiones?, ¿estaría yo en condiciones de aguantar una semana más sin verla? Lo dudaba. Me había pasado los últimos días pensando en la mejor manera de abordarla, obsesionado con la idea de verla, de decirle algo…
De repente, mientras Julio contaba su experiencia con los palitos chinos en el restorán al que lo llevé a comer, Vicky entró corriendo al lugar, se detuvo unos metros después de haber atravesado la puerta, se secó el sudor de la frente con los guantes de cocina y empezó a caminar en dirección a nosotros justificando, con algo de culpa, su impuntualidad:
—Les pido perdón —hablaba rapidito y entrecortado—, a mi papá se le pinchó una goma a seis o siete cuadras de acá. Intentó cambiarla pero no podía y, como se había ensuciado las manos, me pidió que llamara a la grúa desde su celular, pero con los guantes a mí se me complica para marcar los números, así que le dije que no, el me dijo que me sacara los guantes aunque sea un segundo para llamar y listo, me negué, discutimos y me vine corriendo. Ahora no tengo en qué volverme. Perdón…
¡Estaba tan hermosa! ¡Lucía tan desprotegida e indefensa! En milésimas de segundo los consejos de mis asesores me vinieron a la cabeza todos juntos (“Volteatelá”, “Comele la boca”, “Pellizcale el culo”). Me puse de pie, me acerqué a ella, posé mis manos sobre sus hombros y le comí la boca de un beso. ¡Qué hermosa sensación! Ni bien sintió el contacto de mis labios con los suyos, Vicky, que seguramente estaba esperando un abrazo contenedor, arqueó el cuerpo hacia atrás y me puso un cross de derecha en la mandíbula. Sacó la mano muy rápido. No me la esperaba y no la vi venir, por lo que no pude hacer nada para esquivarla. Por suerte tenía puestos los guantes de cocina, que amortiguaron un poco el golpe, pero de todos modos me desmayó. A partir de ahí, los recuerdos son un poco confusos. Diez minutos después me desperté acostado en el piso, con la cabeza apoyada en el primer escalón del escenario. El moderador me estaba humedeciendo la frente con un pañuelo y Pato, Julio y Hernán me observaban con un aire de preocupación en la mirada. Vicky ya no estaba ahí, Samuel tampoco. Seguramente le habría ofrecido llevarla en su auto hasta la casa. Situaciones como esa me hacen sentir que debería haber comprado la furgonetita Volkswagen.
Como el dolor no me dejaba dormir, en plena madrugada me fui a una guardia. Les conté a los residentes lo que había pasado y, luego de reírse y de hacerme un par de chistes, me recetaron unos analgésicos y me dijeron que me pusiera hielo. Ahora estoy en mi departamento. Tengo la cara hinchada, me duele, y mucho, la mandíbula, pero, si se me permite la cursilería, creo que lo que más me duele es el corazón.

2 comentarios:

  1. Hm, definitivamente es amor y no un infarto, porque han repetido hasta el hartazgo que el corazón no duele.
    Pero bien! Es mejor morir de amor que de un infarto, aunque ambas afecciones coincidan con el órgano.

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    1. Muchas gracias, Fernando, por el diagnóstico. El transcurrir de los días confirmó tu hipótesis. No hubo infarto. Saludos!

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