martes, 10 de septiembre de 2013

Día 253 - Piel de gallina

Hoy me desperté cantando “Zanguango”, de Leo Masliah. Mientras cantaba, no sé si para acompañar el ritmo o para reafirmar lo que dice la letra, Samuel asentía con la cabeza una y otra y otra vez. Sinceramente, no creo ser todo lo que dice la canción, aunque tantos insultos enunciados en primera persona terminaron por despertar mi autocrítica. Tres días habían transcurrido desde la última vez que había visto a mi amada y, a decir verdad, me sentía un poco culpable. Se había ido de su propio departamento sin que le diera la oportunidad de tener esa charla que tanto había reclamado. Hoy tenía otros asuntos de los que ocuparme, pero a partir de mañana me pondré en campaña para averiguar adónde fue y el primero de octubre, una vez concluido este mes maldito, iré a hablar con ella.

Después de desayunar les pedí a Samuel y a mi primo Luján, de Luján, que me acompañaran a hacer un trámite y los llevé conmigo a vigilar la casa en la que se supone que vive mi padre. Estacioné la furgonetita y Luis Miguel, que estaba cubriendo el primer turno, se acercó hasta la ventanilla del acompañante.
—Llegás tres horas tarde —me dijo.
—¿Pasó algo interesante acá? —le pregunté.
—No, nada, ningún movimiento.
—Bueno, nosotros seguimos… ¡Ah!, te presento, él es Luján, mi primo de Luján, y él es Samuel, que era un Pelotudo y ahora es un ratero.
—Encantado —dijo Luis Miguel, les estrechó la mano y se fue.
En pocos minutos, les conté la historia de mi viejo desde su partida hasta esta posibilidad de volver a encontrarlo y les propuse que me ayudaran con las tareas de vigilancia. Visiblemente conmovidos por la historia que acababan de oír, ambos estuvieron dispuestos a colaborar. Les indiqué, entonces, que bajaran de la furgonetita y se pararan cerca de la casa. Yo permanecería a distancia, escondido en la parte trasera del vehículo, porque temía que mi padre se asustara si me veía de manera repentina.
Así, mientras ellos vigilaban, yo recliné uno de los asientos del fondo y me eché a descansar y a pensar en Vicky, en lo mucho que la extraño y en lo difícil que me resultará aguantar todo lo que queda del mes sin volver a verla. De repente, Samuel abrió la puerta, subió a la furgonetita y, moviendo los brazos, la cabeza y los hombros al ritmo del rat, me dijo:
—Venite ahora mismo / seguime hasta la calle / Lo que ha sucedido / mejor que no lo calle / Un hombre conocido / un hombre que no habla / entró a lo de tu viejo / sin que nadie le abra / ¿Será que son amigos? / ¿Será que entró a matarlo? / Sea como haya sido / tenés que averiguarlo.
Como siempre cuando ratea, no entendí nada de lo que me dijo, pero parecía tan alarmado que decidí suspender mi descanso y bajé a preguntarle a Luján qué era lo que había sucedido. Ni bien comencé a hablar, me pidió, mediante señas, que bajara la voz.
—Vení —me dijo entre susurros desde detrás de un árbol—, escondete que ya va a salir.
La puerta de la casa fue abierta desde adentro, el mimo apareció en escena y, antes de salir y cerrar con llave, giró hacia dentro e hizo una serie de gestos que no pudimos ver con claridad.

Se me puso la piel de gallina. ¿Sería mi padre la persona a la que había dirigido esos gestos?

4 comentarios:

  1. Otra vez un momento culminante. ¡Qué intriga!

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    1. Efectivamente, Fernando. Parece que se aproximan momentos cruciales de mi vida.
      Saludos!

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  2. Es verdad! Te da piel de gallina Leerlo, me imagino vivirlo, fuerza Don Natalio

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