viernes, 21 de junio de 2013

Día 172 - Nos vemos en el pesaje

Hoy me desperté cantando “Hacer un puente”, de La Franela. Ni bien terminé de desayunar, me bañé, me vestí y fui a buscarla a Vicky. Como en esta primera etapa de la preparación para la revancha contra “La Mole Moni” está poniéndose a punto en el aspecto físico y todavía no nos metimos de lleno en la parte boxística, la dejé en el gimnasio con Arnoldo Jorge Negri y me fui a ocuparme de otro asunto.
Reconozco que me disgusta sobremanera la idea de que pase el día entero con el Gigante Musculoso, pero antes que mis celos está su salud, y decidí que tengo que reunirme con Héctor “Bicicleta” Perales para, si no consigo suspenderla, al menos lograr que las condiciones de la pelea sean más equitativas, porque, en la situación actual, mi amada corre el riesgo de resultar seriamente lastimada.

No eran más de las nueve de la mañana cuando estacioné en la puerta del conventillo. Iba a bajar, pero uno de los inquilinos, al que reconocí por haberlo visto cerca de Bicicleta en los tiempos en los que viví ahí, se acercó hasta mi ventanilla y me dijo que ese lugar estaba reservado para los moradores del lugar. Iba a decirle que no fuera turro, que, en primer lugar, la calle es un sitio de dominio público y que, por otro lado, ninguno de los inquilinos del conventillo tenía auto, pero preferí reservar mis energías para la charla con Bicicleta y estacioné unos metros más adelante, aprovechando que, debido al feriado, no había un solo auto en toda la cuadra.
Bajé de la furgonetita y quise ingresar, pero el mismo hombre me detuvo en la puerta y me comunicó que por expresas órdenes del encargado de la vivienda, nadie ajeno a la misma podría ingresar sin su autorización.
—¿Y eso desde cuándo? —le pregunté.
—Desde hoy —me dijo— y hasta el lunes ocho de julio.
Estaba claro que Bicicleta quería evitar que se filtrara información relativa a sus entrenamientos con La Mole. Lo que no podía saber era si ese repentino hermetismo respondía a una simple cuestión de celo profesional, o si era la realización de alguna práctica ilegal lo que los motivaba a mantener en el más absoluto de los secretos todo lo que tuviera que ver con sus entrenamientos.
—Decile que estoy acá, que necesito hablar con él de algo muy importante —le dije.
—Como no. Dígame, ¿cuál es su nombre?
—Dale, no me tomés el pelo ni me hagas perder el tiempo. Si me conocés —le dije.
El hombre se quedó mirándome sin inmutarse.
—¡Don Natalio Gris! —le dije— ¡Decile a tu jefe que Don Natalio Gris está acá y necesita verlo!
Para no dejar la puerta libre, no transmitió el mensaje personalmente, sino que le hizo el encargo a los dos purretes que me habían robado la escaladora. A los pocos segundos, bajaron y me dijeron que Bicicleta estaba ocupado, que podía esperarlo o regresar otro día. Tras permanecer durante más de una hora parado frente al hombre que se comportaba como un soldado de la guardia real inglesa, fui a sentarme a la furgonetita. En algún momento me quedé dormido y me invadieron las pesadillas de La Mole Moni lastimando a mi amada. El repiqueteo de una mano contra el vidrio de la puerta del conductor me despertó. Cuando entreabrí los ojos y vi el tamaño descomunal de esa mano, di un salto que hizo que me golpeara la cabeza contra el techo de la furgonetita. La Mole había sido quien me había despertado y ahora me pedía que la siguiera. Tuvo que encogerse para pasar por la puerta del conventillo y ponerse de costado para poder subir las escaleras. En la terraza, sentado ante la misma mesa sobre la que habíamos firmado el contrato de la pelea, Héctor “Bicicleta” Perales estaba esperándome.
—¿Qué lo trae por acá, Don Natalio? —me preguntó.
—Tengo que hablar con usted —le dije— acerca de algunos puntos que no contemplamos en la elaboración del contrato.
—¿Por ejemplo? —me preguntó.
—Por ejemplo —le respondí—, la implementación de controles anti dopaje antes y después de la pelea.
—Mire, Don Natalio —me dijo y se puso de pie—, el contrato fue aprobado por ambas partes y, hasta donde yo sé, no dice nada sobre controles anti dopaje. Si no le gusta, tráigame los veinte mil pesos que fijamos como requisito para rescindirlo. Si no tiene nada más para decirme, nos vemos el día del pesaje.

Regresé al monoambiente más preocupado de lo que me había ido. ¿Cómo voy a hacer para juntar los veinte mil pesos que este turro me pide para suspender la pelea? Lo mejor va a ser que consulte con un abogado. Tiene que existir alguna solución alternativa.

2 comentarios:

  1. Natalio, no olvides que te estás metiendo en el terreno de «las aves negras», cuidado con la naguna, saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Cuáles aves negras? ¿Qué es una naguna? No te entiendo, Anó.
      Saludos!

      Eliminar