jueves, 13 de junio de 2013

Día 164 - La zunga abultada

Hoy me desperté cantando “Más fuerte”, de Mentes a Mil. Anoche, después de dejar al mimo en el conventillo, volví al monoambiente y quise celebrar su partida dándome un baño de inmersión en la que había sido su cama durante nuestra convivencia. Sin embargo, cuando, vestido con la bata rosa de Vicky, quise entrar al baño, descubrí que la puerta estaba cerrada con llave. Golpeé, pero nadie respondió. Volví a golpear y pregunté si había alguien adentro.
—¡Habitado! —dijo una voz desde el otro lado.
No hacía falta ser un genio para saber que había sido Samuel el que había hablado. Fui y me senté en la cama a esperar que saliera, pero pasaron diez, veinte y hasta treinta minutos sin que hubiera novedades. Harto de esperar, me aproximé nuevamente a la puerta y golpeé.
—¡Ocupado! —dijo, desde el otro lado, una voz aguda.
¿“Ocupado”? ¿Había oído bien? Cabían tres posibilidades: que quien estaba en el baño no fuera Samuel; que fuera él y hubiera superado su Problema Pelotudo, o que estuviera acompañado. Pegué el oído a la puerta y oí risas y susurros. Temí que estuviera con Vicky, que estuvieran bañándose y haciendo vaya uno a saber qué cosas. No lo podía creer. El pobre mimo acababa de irse y ellos ya estaban profanando la que había sido su cama. Desbordado por la indignación, volví a golpear, pero esta vez con vehemencia.
—¡Está ocupado! —dijo una voz distinta a las dos anteriores.
El que había hablado había sido Luján. De inmediato recordé el episodio que desencadenó el fin de mi relación con mi ex acompañante terapéutica y temí que Vicky, Samuel y mi primo Luján, de Luján, estuvieran participando de un trío. Tomé carrera para embestir la puerta, pero en el camino pisé el cordón de la bata, que estaba desatado, trastabillé y terminé cayendo boca abajo. Frente a mí se abrió la puerta del baño y pude ver dos pies descalzos y mojados frente a mis ojos. Era Samuel, que sólo tenía puesta una malla floreada y estaba empapado de pies a cabeza. Detrás de él, salió mi primo Luján, de Luján, igualmente empapado y vestido con una malla verde. Luego de que pasaran por encima de mi cuerpo y me salpicaran con las gotas que se desprendían de sus cuerpos, me puse de pie y les pregunté:
—¿Qué hacían encerrados en el baño?
—Estábamos jugando —dijo Samuel.
—¿Jugando? —les pregunté
—Sí, al Marco Polo —dijo Luján.
—¿Y con quién más estaban? Yo escuché una voz femenina. ¿Está Vicky ahí adentro? Díganme la verdad.
Sin darles tiempo a que me respondieran, corrí hasta el baño. El piso estaba empapado, la bañera estaba llena de agua, pero iba vaciándose poco a poco, como si alguien hubiera quitado el tapón. La ducha estaba prendida y la cortina, extendida. Había alguien bañándose, pero no podía ver quién era. Me acerqué lentamente y corrí la cortina de un manotazo con la idea de decirle a Vicky lo que pensaba acerca de ella y su promiscuidad.
—¡Sos una atorranta! —dije y me quedé paralizado.
—Don Natalio, ¿cómo andás? —me dijo, con su voz finita, el híper musculoso Arnaldo Jorge Negri— Espero que no te moleste que me esté duchando. Estábamos jugando al Marco Polo con los chicos y, ya que estaba, quise aprovechar.
—Bañate tranquilo, Arnoldo —le dije.
Hoy, un día después, no puedo sacarme de la cabeza la imagen de su zunga abultada. Me pasé varias horas mirando fijamente el afiche de Daniel Amoroso, pero no hubo caso. Creo haber encontrado el antídoto para el lavado de cerebro, pero temo que la cura resulte más nociva que la enfermedad.

2 comentarios:

  1. No tengo idea de adónde puede desembocar esto, Don Natalio. ¡Qué terrible!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo tampoco, Fernando. La situación me preocupa cada día un poco más.
      Saludos!

      Eliminar