Hoy me desperté cantando “Mi novia se me está poniendo vieja”, de Ricardo Arjona. No lo pude tolerar. Salí de la cama y, sin
golpear la puerta, entré al baño y vomité el choripán que había comido ayer en
un carrito de la costanera. Los sonidos guturales despertaron al mimo, que se
levantó de la bañera y salió del baño horrorizado. Horrorizado tendría que
estar yo, que el día anterior lo había visto entrar a la casa de mi vieja. Me
pregunto si no será él el tercer lado del triángulo que hizo que mi padre nos
abandonara y siento deseos de ir y acogotarlo, pero no es conveniente que lo
haga sin antes tener pruebas, porque me va a gesticular que él y mi madre son
nada más que muy buenos amigos y no voy a saber qué contestarle.
Cuatro veces al día, durante cinco minutos,
levantamos la persiana americana y permitimos que Samuel observe el afiche de
Daniel Amoroso. A veces me siento a su lado y lo observo junto a él. ¡Qué
amoroso que es Daniel Amoroso! Verlo me calma los nervios y me tranquiliza
respecto a mi caótica vida, que parece más organizada cuando la proyecto en el
reflejo de sus ojos de papel.
Anoche Vicky y yo hicimos la primera recorrida en
busca de los Pelotudos que deambulan por las calles de la ciudad. Fuimos a la
fuente: recorrimos las zonas aledañas a uno de los afiches de Daniel Amoroso.
En una esquina nos topamos con una mujer que, a pesar de que no estaba
lloviendo, llevaba un paraguas abierto en una de sus manos. Estacionamos cerca
de donde estaba y, sin necesidad de que la llamáramos, se acercó a la
furgonetita. Vicky bajó el vidrio.
—¿Por qué andás con un paraguas abierto? —le
preguntó Vicky luego de saludarla.
—Porque no puedo cerrarlo —le respondió la mujer—.
Desde la última tormenta no volví a entrar a mi casa, porque tengo un problema
que me impide cerrar los paraguas y todo el mundo sabe que tener uno abierto en
un lugar cerrado trae años y años de mala suerte.
—¿Y por qué no tirás el paraguas a la mierda? —le
pregunté.
La mujer me miró como si le hubiera planteado algo
absurdo o imposible. Evidentemente, el suyo era un Problema Pelotudo.
—Ahora ya no hay nadie que me ayude —dijo
lamentándose.
Vicky bajó de la furgonetita para consolarla y,
antes de volver a subir, le entregó un volante y la invitó a asistir a la
primera sesión del Grupo de Contención y Rehabilitación para Ex Asistentes a
Grupos de Ayuda para Gente con Problemas Pelotudos (GCREAGAGPP); una iniciativa
ideada por Vicky y por mí cuyo primer encuentro tendrá lugar el miércoles a las
diez de la noche.
Entretanto, tendré que organizar mis tiempos para,
además de ayudar a los Pelotudos, volver a ocuparme de mis asuntos personales:
el proyecto turístico “El Pasea Porros” y los entrenamientos de Vicky. Eso sin
mencionar que debo reunir pruebas acerca de la relación que mantienen, o alguna
vez mantuvieron, mi madre y el mimo de Plaza Francia. Sí, las obligaciones me
agobian… Necesito calmarme, sentarme junto a Samuel durante cinco minutos.
Don Natalio, dos cosas:
ResponderEliminarHay un artículo en mi blog acerca de la muerte súbia de los paraguas que recomiendo que leas.
Luego, para evitar estos exabruptos estomacales, recomiendo la bondiola antes que el choripan.
Lo leí. Muy bueno. Dejo el link. http://cosasquepasan-feber.blogspot.com.ar/2013/05/guarda-chuva.html#more
EliminarEn mi opinión ya es tiempo de que la humanidad supere algunos inventos, entre los que se destaca el paraguas.
En relación a mi malestar estomacal, pensé en elegir la bondiola, pero como el plan original consistía en comer en la casa de mi madre, andaba con poco dinero encima y, aunque más nocivo, el chori es más barato.
Saludos!