Hoy me desperté cantando “Dos en la ciudad”, de Fito
Páez. Finalmente, anoche Vicky decidió quedarse a dormir para estar cerca de
Samuel por si sufría alguna crisis. Fue una noche larga y difícil, porque
Samuel se despertaba a cada rato y, exaltado, intentaba llegar hasta el afiche
para arrancar la persiana de la que nos habíamos valido para cubrirlo. Los
esfuerzos conjuntos de Luján, el mimo y yo apenas bastaban para contenerlo.
Después de cada uno de sus arrebatos, Vicky se sentaba junto a su cama y,
poniéndole una mano en la frente, lo consolaba hasta que se dormía. En más de
una ocasión, con Samuel dormido, Vicky y yo nos miramos largamente, como dos
enamorados.
A la mañana Vicky, Luján, el mimo y yo estábamos muy
cansados. Casi que no habíamos pegado un ojo en toda la noche. Samuel, en
cambio, estaba lleno de energías y nos alentaba a salir de paseo.
—¡Vamos! ¡Es 25 de Mayo! ¡Salgamos a celebrar el día
de la Nación! —nos dijo.
Después de desayunar los pastelitos que Luján había
preparado para la ocasión, fuimos hasta la furgonetita y partimos rumbo a Plaza
de Mayo. En seguida, ni bien estacionamos, Samuel salió disparado y se perdió entre
la multitud. Recién estaba comenzando su rehabilitación y no era conveniente
que estuviera solo, por lo que nos organizamos, nos separamos en dos grupos y
comenzamos a buscarlo. Vicky y yo íbamos por un lado, Luján y el mimo por el
otro. Tras varias horas de caminar y caminar volvimos a encontrarnos. Nada,
ninguno de los cuatro había visto nada. Los festejos habían terminado, la gente
había comenzado a desconcentrarse y no había rastros de Samuel. Con el sabor de
la resignación mezclándose en nuestros paladares con el almíbar de los
pastelitos, subimos a la furgonetita y volvimos al monoambiente con la
esperanza de que Samuel hubiera vuelto antes nada más que para recostarse a
contemplar el afiche de Daniel Amoroso, pero no había sido así. No había nadie
en el monoambiente y no había nada que pudiéramos hacer. Le dije a Vicky que la
llevaría a su departamento y volvimos a salir.
No sé si fue un pálpito o el instinto o una mera
casualidad, pero en lugar de tomar el camino más directo, me desvié y tomé la
Avenida Corrientes. En la esquina en la que habían colocado un afiche
gigantesco de Daniel Amoroso, un centenar de Pelotudos había cortado la calle y
lo contemplaban sin reparar en el peligro al que se estaban exponiendo.
Estacionamos y descubrimos que entre esos Pelotudos se encontraba Samuel. Vicky
se acerco a él caminando lentamente, lo tomó por el brazo y se sentó junto a él
en la parte trasera de la furgonetita. Cuando llegamos al monoambiente, Luján
preparó una sopa caliente para Samuel. Yo la llevé a Vicky a la casa. En el
camino decidimos que, hasta no estar seguros de que estuviera completamente
recuperado, Samuel no podría quedarse solo ni por un segundo.
Perdón Natalio, ayer pase por el cartel de corrientes, no pude más que reírme, saludos
ResponderEliminarCuidado, Anó, no vaya a ser cosa que tu risa sea producto del lavado de cerebro.
EliminarSaludos!
Se me ocurre que el problema pelotudo de Samuel tiene que tener una solución pelotuda.
ResponderEliminarSuena lógico, Fernando. Habría que analizarlo.
EliminarSaludos!