miércoles, 1 de mayo de 2013

Día 121 - Un afiche Amoroso

Hoy me desperté cantando “Puto”, de Molotov. Cada vez que la canción decía “puto”, Samuel se acercaba a mí y me gritaba el insulto en la cara. Lejos de interpretarlo como algo personal, imaginé que el ímpetu y la convicción con la que se pronunciaba se debían al tiempo que había pasado sin pronunciar ninguna palabra que contuviera la letra “p”. Al concluir la canción, nos sentamos a disfrutar del desayuno que había preparado Luján. Estábamos nerviosos y un tanto impacientes, porque en unas horas tendríamos que llevar a cabo la primera excursión oficial de nuestro proyecto turístico “El Pasea Porros”.
Unas horas más tarde, cuando preparábamos la mesa para el almuerzo, Vicky entró al monoambiente. Agregamos un plato y, mientras comíamos, delineamos el nuevo recorrido. Fue Luján quien, en uno de sus raptos de lucidez, propuso que hiciéramos un paseo por las pizzerías más tradicionales de la ciudad. Creía que sería la mejor manera de disimular el problema invertido de nuestro guía turístico. Además, permitiría que los turistas combatieran el hambre que los invadiría luego de probar cada varietal de cannabis. Como el tiempo no nos sobraba, cada uno de los cinco propuso una pizzería diferente. Nos llevó veinte minutos adivinar a cuál se refería el mimo con sus señas y diez minutos más el que Samuel consiguiera indicarnos cuál era la suya utilizando, únicamente, palabras que contuvieran la letra “p”. Entonces sí, guardé en mi bolsillo la servilleta en la que habíamos registrado el recorrido y salimos a toda velocidad, porque faltaban menos de diez minutos para que fuera la hora que habíamos pautado con los turistas.
Por fortuna el feriado hizo que no hubiera demasiado tránsito. En un primer hostel levantamos a dos canadienses, un holandés y un colombiano; en el segundo, a tres holandeses y a un español. Vicky había organizado el grupo de modo que hubiera cuatro sádicos y cuatro masoquistas, por lo que sólo tuvimos que ocuparnos de formar las parejas.
Arrancamos. Los pasajeros no demoraron demasiado en prenderse de las boquillas que les ofrecían el vapor de los distintos varietales de cannabis; Samuel les hablaba en inglés, sólo utilizando palabras con “p”, acerca de las distintas pizzerías de la ciudad, de los inmigrantes italianos, de la metamorfosis que, a lo largo de los años, había sufrido la pizza porteña; Luján traducía al idioma español lo que Samuel decía, y el mimo traducía lo que Luján decía al lenguaje de señas. Yo manejaba y Vicky iba sentada en el asiento del acompañante. Para preservarnos del humo, habíamos cerrado el vidrio aislante. De todos modos, el sistema de ventilación diseñado por Luján funcionaba a la perfección.
Tomo marchaba sobre ruedas hasta que, llegando a la intersección de las Avenidas Rivadavia y Castro Barros clavé los frenos. De milagro no nos chocaron de atrás. Los demás autos comenzaron a tocar bocina; Samuel, Luján y el mimo quedaron estampados contra el vidrio aislante; Vicky y yo teníamos puestos los cinturones de seguridad, pero de todos modos me golpeé la frente contra el volante; probablemente afectados por el Cafénnabis Colombiano, los turistas reían a carcajadas. Sin apartar la furgonetita del medio de la calle, bajé y me acerqué a la esquina de la pizzería Tuñín, sobre el techo de la cual había un afiche gigante que mostraba el rostro que invadía mis sueños y mis pensamientos, aquel que habían instalado en mi subconsciente gracias a los lavados de cerebro en el cuartito del Lugar Especial. Además del rostro, el afiche sólo mostraba un nombre: “Daniel Amoroso”. Samuel y Vicky bajaron de la furgonetita y caminaron hasta detenerse uno a cada lado de mí. Los tres miramos largamente el afiche, como hipnotizados por el rostro de Daniel Amoroso. Cansados de esperar, los turistas bajaron del vehículo y, llevando los sadistas a los masoquistas con correas atadas al cuello, recorrieron la zona. Alguno de los “perros” meó en una de las plantas de la confitería Las Violetas, uno de los “paseadores” robó una porción de pizza de una mesa ubicada en la vereda de Tuñín, los demás se metieron en una heladería y compraron varios kilos de helado para combatir el bajón.
La excursión había devenido en caos y habíamos perdido el control de la situación, pero no podíamos quitar los ojos del afiche. En esa imagen estaban todas las respuestas: la identidad del rostro que invadía mis sueños, el motivo del uso compulsivo del adjetivo “amoroso”… Sin embargo, surgía una nueva pregunta, más inquietante todavía: ¿quién carajo era ese tal Daniel Amoroso?

6 comentarios:

  1. debe ser bien complicado hablar solo usando palabras con "P". Seguro andará con un diccionario de sinónimos y antónimos.

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    1. Por ahora no anda con ningún diccionario, pero no parece una mala idea. Le voy a hacer la sugerencia.
      Saludos!

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  2. Jajaja! Me mueroooooo yo también sueñ con ese cartel, Jajaja, si te enteras quién es Amoroso, yo también me voy a sacar la Donda, Jajaja digo la duda Jajaja, de está propaganda unipersonal, saludos

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    1. Muchas gracias, Anó. Si soñás con ese cartel, deben estar lavándote el cerebro. Tené mucho cuidado, esto puede ser más grande de lo que sospechaba.
      Saludos!

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  3. Don Natalio, yo también me pregunto quién es Daniel Amoroso. La verdad no suelo andar por ahí, así que no he visto el cartel. Si puedo, voy a intentar pasar.

    Lo que sí noto es que Samuel ahora va a poder decir Pasea Porros sin problemas.

    ¡Salud!

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    1. Sí, Fernando, ese es el único aspecto positivo de la inversión del Problema Pelotudo de Samuel. Respecto a Amoroso, estoy investigando un poco. En un rato te cuento.
      Saludos!

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