lunes, 11 de febrero de 2013

Día 42 - Mi último boy scout


Hoy me desperté cantando “Bombtrack”, de Rage Against the Machine, y al ritmo de la música hacía movimientos dignos de una clase de gimnasia o aerobics. En su nueva modalidad de ayuda memoria, el dj en mi cabeza me recordaba que tenía que convertir mi casa en un gimnasio para mañana, martes, recibir a Vicky, la loca de los guantes de cocina. El éxito de mi misión dependía del armado de la escaladora que compré el 12 de enero y que recuperé de las garras del Gigante Musculoso el 15 del mismo mes. Ya había comprobado, y en más de una ocasión, que yo no estaba capacitado para ensamblar las piezas de ese aparato infernal. Necesitaba encontrar la manera de armarla sin perder mucho tiempo ni gastar demasiado dinero. Pensé en llamar a la falsa Lucrecia, la ucraniana que conocí aquel 15 de enero, para que viniera a limpiar y armara, de paso, la escaladora. Pero hoy es feriado y di por hecho que, en caso de acceder a venir, iba a cobrarme fortunas. Por suerte, se me ocurrió un plan alternativo.

Aprovechando que no había almorzado, fui caminando hasta un Burger King, pedí un combo cualquiera y le pregunté a la cajera si seguía vigente la promoción del “Esclavito Contento”.
—Sí —me dijo—, pagando diez pesos más usted podrá disponer de los servicios del Empleado del Mes de Enero 2013 durante una semana.
Pagué los diez pesos; sin siquiera leerlo, firmé la última página de un contrato interminable, y volví a mi departamento escoltado por un muchachito que no había superado la etapa del acné y, vestido como estaba, parecía un boy scout de la hamburguesa. ¿Quién más eficiente y servicial que un Empleado del Mes?
Llegamos a casa y le dije que, como primera tarea, debería armar la escaladora que encontraría guardada en una caja que encontraría guardara en el ropero de mi habitación. Acto seguido, fui al baño a lavarme las manos y los dientes. Cuando salí —no habían transcurrido más de cinco minutos— el Esclavito Contento, Empleado del Mes de Enero 2013, me esperaba con las manos enlazadas detrás de la espalda, de pie junto a la escaladora perfectamente ensamblada. Hice un esfuerzo por contener el impulso de romperle la boca de un beso. Unos días atrás me habían considerado un necrófilo y no quería sumar al menú de mis trastornos el plato recalentado de la pedofilia. Cómo ya había conseguido lo que necesitaba, lo autoricé a irse a su casa y a que ya no volviera.
—Tomate el resto de la semana como vacaciones —le dije.
—No —me respondió—. Vea el contrato. Página 15, artículo II, inciso XXIII.
¡La puta madre! El contrato que había firmado estipulaba que el beneficiario de la promoción debería encargarse de la alimentación y el alojamiento del “Esclavito Contento” y que este último no estaba autorizado a apartarse de su nuevo empleador, bajo ninguna circunstancia, por un lapso superior a los quince minutos. Esto significaba que el Esclavito Contento estaría presente cuando Vicky viniera a conocer mi “gimnasio”.
—Bueno —dije, en tono resignado—, por lo menos sacate el uniforme así te hago pasar por empleado del gimnasio.
—No —repitió él—. Vea el contrato. Página 18, artículo V, inciso XVI.
¡La puta madre! El contrato no admitía dudas ni dobles interpretaciones en lo que a la indumentaria del Esclavito Contento se refería. Siempre debía vestir el uniforme de trabajo de la cadena de comida rápida que ofrecía la promoción.
—Bueno —le dije, harto de tanta mierda—. En ese caso, andate a la re putísima madre que te re mil parió.
—No —me respondió—. Vea el contrato. Página 15, artículo II, inciso XXIII.
Indignado por las reiteradas negativas y por la semana de convivencia que nos esperaba, le tiré un colchón al lado de la escaladora, le alcancé sábanas y una almohada y le di dinero para que fuera a comprarse una Cajita Feliz. Por lo visto, ningún inciso de ningún artículo le impedía visitar un local de McDonald´s vestido con el uniforme de Burger King. Lo hubiera acompañado sólo para reírme de la situación, pero estaba demasiado ocupado pensando en cómo justificaría ante Vicky la presencia del Esclavito Contento. Además, si bien ya habíamos resuelto la parte más importante, debía terminar de acondicionar mi departamento para que luciera como un verdadero gimnasio. Estoy en eso ahora. Mientras tanto, el Esclavito Contento duerme plácidamente abrazado al hámster de peluche que le vino en su Cajita Feliz. Sí, lo mandé a dormir temprano. Mañana nos espera un largo día en el que voy a necesitar de toda su lucidez.

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