domingo, 10 de febrero de 2013

Día 41 - La llamada

Hoy me desperté cantando “Olvídala”, de Los Palmeras. No sé si el dj en mi cabeza está tratando de instalar en mi conciencia la idea de que voy a perder a Vicky o si se proponía recordarme que debía llamarla para coordinar su visita al gimnasio que todavía no tengo. Sin pretender determinar cuál era la opción correcta, le agradecí al dj por el recordatorio y marqué el número de Vicky en mi celular. No me atendió. Sonó y sonó hasta que saltó el contestador. Preferí no dejarle ningún mensaje e insistir más tarde. Todavía no eran las ocho de la mañana de un domingo previo a dos feriados. Lo más probable era que estuviera durmiendo. Ocho y cuarto insistí. Tampoco me atendió. Probé una vez más a las ocho y veintiocho, pero tuve la misma suerte. Llamé otras dieciséis veces antes de las nueve, pero nadie atendió. A esa altura, el celular de Vicky registraba diecinueve llamadas pérdidas. Decidí que lo mejor sería dejar pasar un buen rato y volver a intentar más tarde.

A las nueve y diez volví a llamar. Nueve y cuarto, nueve y veinte, nueve y veinticinco, nueve y media, nueve y treinta y cinco, y así, un llamado cada cinco minutos hasta que a las once y veinte una voz me saludó desde el otro lado.
—Hola… Hola… ¿Quién habla?
Era una voz masculina; me había atendido un hombre. Antes de cortar sin haber pronunciado palabra, oí que la voz masculina me mandaba a la puta que me pario. ¿Qué había pasado? ¿Vicky me había pasado un número que no era el suyo? ¿Por qué haría algo así si ella había sido quien se había acercado manifestando interés porque yo la entrenara? Como un zarpazo furtivo, recordé que tenía guardado en un cajón un papel en el que, con kétchup de Burger King, había anotado su teléfono. Lo busqué y comprobé que era el mismo número que ella me había pasado. ¿Cuál era, entonces, la explicación de que me hubiera atendido un hombre? ¿Estaría casada? ¿Me habría atendido su marido? ¡Basta de preguntas! No podía seguir quemándome la cabeza. Tenía que volver a llamar.
Eran las doce y treinta y siete cuando volví a marcar el número y las doce y treinta y ocho cuando la misma voz masculina volvió a saludar.
—Hola —le respondí, hablando con convicción—, permítame presentarme, mi nombre es Don Natalio Gris, primera princesa del concurso Miss Cola Reef 2013. Necesitaría comunicarme con Victoria. ¿Se encuentra ella?
—Ah —me dijo él—, vos debés ser uno de los Pelotudos del Grupo de Ayuda. ¡Vicky, hija, teléfono para vos!
Desbordado por la ansiedad, oí los pasos de Vicky mientras se acercaba al teléfono. ¿O serían los pasos de su padre mientras se lo llevaba? Después de saludarnos, Vicky, la loca de los guantes de cocina, me preguntó:
—¿Vos estuviste llamándome toda la mañana?
—¿Yo? —le pregunté haciéndome el desentendido— Una o dos veces nada más. Pero ¿por qué no atendías? ¿Por qué dejás que tu papá te atienda el celular?
—Por los guantes, Don Natalio —me respondió—. Los botones de los celulares son demasiado chicos y no puedo ni llamar ni atender. Por eso mi papá se encarga de atenderme el celular. Esta mañana no estaba, porque se había ido a misa, y yo estaba acá sola, escuchando cómo el teléfono sonaba y sonaba, cada cinco minutos, sin darme un respiro.
Hablamos un rato, me contó que hacía ocho meses que no se sacaba los guantes y me preguntó cuándo podría visitar mi gimnasio. La cité para el martes después del mediodía. Tengo menos de cuarenta y ocho horas para convertir mi departamento en un gimnasio. No es que me sobre el tiempo, pero mientras hablábamos se me ocurrió una idea en la que ya mismo me pongo a trabajar. ¡No lo puedo creer! ¡La loca de los guantes de cocina va a venir a mi casa! ¡Natalio viejo nomás! En una de esas, hasta le robás un segundo beso.

2 comentarios:

  1. Don Natalio, sugiero fervientemente la urgente adquisición de un protector como los que usan los boxeadores amateur en preparación para el segundo beso.

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  2. Muchas gracias, Fernando, por la sugerencia. Si bien es cierto que Vicky parece estar más tranquila, nunca es bueno confiarse. Saludos!

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