Hoy
me desperté cantando “Olvídala”, de Los Palmeras. No sé si el dj en mi cabeza
está tratando de instalar en mi conciencia la idea de que voy a perder a Vicky
o si se proponía recordarme que debía llamarla para coordinar su visita al
gimnasio que todavía no tengo. Sin pretender determinar cuál era la opción
correcta, le agradecí al dj por el recordatorio y marqué el número de Vicky en
mi celular. No me atendió. Sonó y sonó hasta que saltó el contestador. Preferí
no dejarle ningún mensaje e insistir más tarde. Todavía no eran las ocho de la
mañana de un domingo previo a dos feriados. Lo más probable era que estuviera
durmiendo. Ocho y cuarto insistí. Tampoco me atendió. Probé una vez más a las
ocho y veintiocho, pero tuve la misma suerte. Llamé otras dieciséis veces antes
de las nueve, pero nadie atendió. A esa altura, el celular de Vicky registraba
diecinueve llamadas pérdidas. Decidí que lo mejor sería dejar pasar un buen
rato y volver a intentar más tarde.
A
las nueve y diez volví a llamar. Nueve y cuarto, nueve y veinte, nueve y
veinticinco, nueve y media, nueve y treinta y cinco, y así, un llamado cada
cinco minutos hasta que a las once y veinte una voz me saludó desde el otro
lado.
—Hola…
Hola… ¿Quién habla?
Era
una voz masculina; me había atendido un hombre. Antes de cortar sin haber
pronunciado palabra, oí que la voz masculina me mandaba a la puta que me pario.
¿Qué había pasado? ¿Vicky me había pasado un número que no era el suyo? ¿Por
qué haría algo así si ella había sido quien se había acercado manifestando
interés porque yo la entrenara? Como un zarpazo furtivo, recordé que tenía
guardado en un cajón un papel en el que, con kétchup de Burger King, había
anotado su teléfono. Lo busqué y comprobé que era el mismo número que ella me
había pasado. ¿Cuál era, entonces, la explicación de que me hubiera atendido un
hombre? ¿Estaría casada? ¿Me habría atendido su marido? ¡Basta de preguntas! No
podía seguir quemándome la cabeza. Tenía que volver a llamar.
Eran
las doce y treinta y siete cuando volví a marcar el número y las doce y treinta
y ocho cuando la misma voz masculina volvió a saludar.
—Hola
—le respondí, hablando con convicción—, permítame presentarme, mi nombre es Don
Natalio Gris, primera princesa del concurso Miss Cola Reef 2013. Necesitaría
comunicarme con Victoria. ¿Se encuentra ella?
—Ah
—me dijo él—, vos debés ser uno de los Pelotudos del Grupo de Ayuda. ¡Vicky,
hija, teléfono para vos!
Desbordado
por la ansiedad, oí los pasos de Vicky mientras se acercaba al teléfono. ¿O
serían los pasos de su padre mientras se lo llevaba? Después de saludarnos,
Vicky, la loca de los guantes de cocina, me preguntó:
—¿Vos
estuviste llamándome toda la mañana?
—¿Yo?
—le pregunté haciéndome el desentendido— Una o dos veces nada más. Pero ¿por
qué no atendías? ¿Por qué dejás que tu papá te atienda el celular?
—Por
los guantes, Don Natalio —me respondió—. Los botones de los celulares son
demasiado chicos y no puedo ni llamar ni atender. Por eso mi papá se encarga de
atenderme el celular. Esta mañana no estaba, porque se había ido a misa, y yo
estaba acá sola, escuchando cómo el teléfono sonaba y sonaba, cada cinco
minutos, sin darme un respiro.
Hablamos
un rato, me contó que hacía ocho meses que no se sacaba los guantes y me
preguntó cuándo podría visitar mi gimnasio. La cité para el martes después del
mediodía. Tengo menos de cuarenta y ocho horas para convertir mi departamento
en un gimnasio. No es que me sobre el tiempo, pero mientras hablábamos se me
ocurrió una idea en la que ya mismo me pongo a trabajar. ¡No lo puedo creer!
¡La loca de los guantes de cocina va a venir a mi casa! ¡Natalio viejo nomás!
En una de esas, hasta le robás un segundo beso.
Don Natalio, sugiero fervientemente la urgente adquisición de un protector como los que usan los boxeadores amateur en preparación para el segundo beso.
ResponderEliminarMuchas gracias, Fernando, por la sugerencia. Si bien es cierto que Vicky parece estar más tranquila, nunca es bueno confiarse. Saludos!
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