lunes, 4 de febrero de 2013

Día 35 - El Pasea Porros (Reunión de socios)

Hoy me desperté cantando “Chiki Chika”, de Not Real Presence. Cerca del mediodía volví a la estación de GNC en la que se reúnen los cuatro taxistas que conforman mi grupo de asesores, pero esta vez no fui en condición de aconsejado, sino que lo hice en carácter de empresario. Ni bien entré, los cuatro se pusieron de pie y comenzaron a chiflar y a simular el ruido de las bocinas con sus bocas y a gritar frases ininteligibles. Cuando me senté me pidieron disculpas, aduciendo que la forma de mi culo y la costumbre los habían llevado a comportarse de un modo tan grosero.
—No se preocupen —les dije—. Estoy empezando a acostumbrarme.
Sin perder un segundo, les conté todo acerca de mi proyecto turístico: “El paseador de porros”. Les hablé sobre los varietales de marihuana, sobre los paquetes “Sádico” y “Masoquista”, sobre los holandeses fumones y vestidos con ropa de cuero, sobre la furgonetita Volkswagen, y les ofrecí asociarse conmigo.
—Todo me parece perfecto —me dijo uno—. No obstante, si tuviera que hacer una modificación, reemplazaría la “furgonetita” Volkswagen por una combi, porque además de ser un vehículo más moderno y confiable, permitiría llevar más turistas y acrecentar las ganancias.
¿Qué le pasaba a ese ganso? ¿Por qué se refería en un tono tan despectivo a las gloriosas Volkswagen? No lo pude tolerar. Me puse de pie y le dije que lo iba a matar a trompadas. Él también se paró y, agarrándose del colega que tenía más a mano, me dijo que si no fuera porque lo estaban sujetando, ya me habría bajado la mitad de los dientes. Me entusiasmé y redoblé la apuesta, pero él no se quedó atrás. Era mi primera pelea simulada y no quería quedar como un cobarde ante mis nuevos socios. Peligro no había, porque no existía ni la más remota chance de que nos fuéramos a las manos. Así da gusto ser hombre.
Luego de varios minutos de amenazas estrambóticas, el taxista freudiano nos pidió que nos calmáramos y le dijo a su colega que, si bien era cierto que la combi posibilitaría transportar una mayor cantidad de turistas y sin querer indagar en el episodio de mi infancia que motivara el amor incondicional que yo sentía por ese vehículo particular, el consideraba que las furgonetitas Volkswagen reflejaban de manera más cabal la identidad del proyecto, ya que habían acompañado, desde el mismísimo comienzo y jugando un papel emblemático, el afamado movimiento hippie.
—¡Podríamos ofrecerles brownies con marihuana a los turistas! —dijo el taxista culinario. Fue la primera buena idea que le escuché pronunciar desde que lo conozco.
—Perfecto —dije yo—. Estamos de acuerdo, entonces. Ahora, ustedes que recorren la ciudad, presten mucha atención y averigüen por todas las furgonetitas que vean. Yo me encargaré de reunirme con un abogado, un escribano y un contador para interiorizarme acerca de los requisitos necesarios para constituir la sociedad.
—Yo soy escribano —dijo el taxista freudiano.
—Yo soy abogado —agregó aquel con el que hacía unos minutos había discutido.
—Yo soy contador —dijo el otro.
El taxista culinario me observaba con la ilusión de que incluyera su profesión en el listado. Sintiendo que un buen gesto ayudaría a que comenzáramos la sociedad con el pie derecho, decidí darle el gusto.
—Bueno —dije, mirándolo de reojo—, en ese caso sólo me quedaría reunirme con un buen chef.
—Yo soy chef internacional —dijo él, y en su rostro se dibujo una sonrisa que iba de una ojera a la otra.
—¿Vos, Natalio? —me preguntó el taxista freudiano— ¿Tenés algún título?
—No —le respondí al borde de la carcajada—. ¡Por eso no soy taxista! Jajá.
A ellos la broma no les pareció graciosa y, ofendidos en el orgullo, se eyectaron de sus sillas y comenzaron a referirme todo tipo de amenazas y a sujetarse los unos a los otros para no “matarme a palos” o “molerme los huesos” o “juntarme la nariz con la boca” o “dejarme los ojos como una compota de ciruelas con crema, canela y una pizca de mermelada de arándanos”. Por más seductora que me resultara la idea de reafirmar mi hombría mediante otra pelea simulada, ya no me quedaban energías. Les dije que regresaría en la semana para una nueva reunión y volví a mi departamento.

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