Hoy me desperté cantando el tango “Nada”, de Sanguinetti (letra) y Dames (música). Mientras cantaba, una lágrima de tristeza rodó por mi mejilla. Es evidente que el dj en mi cabeza eligió una canción triste porque no soporta verme feliz, pero si cree que con un tango va a conseguir desanimarme, se equivoca y feo. Después de lavarme la cara, salí a la calle y caminé rumbo a la estación de GNC para reunirme con los cuatro taxistas que antes conformaban mi grupo de asesores y ahora son mis flamantes socios en el proyecto de “El Pasea Porros”. El lunes me despedí diciéndoles que regresaría en la semana, por lo que esta era una visita que no podía postergar.
Llegué y ahí estaban, sentados a la mesa de siempre, revisando una cantidad descomunal de papeles, entre los que había modelos de contratos, folletos, planos y alguna que otra receta de cocina. Cualquier transeúnte que los hubiera visto, habría imaginado que estaban trabajando en el diseño de una bomba de papa nuclear. Me acerqué, los saludé uno por uno con un apretón de manos, me senté y, antes de que pudiera hablar, el taxista freudiano, que también era escribano, tomó la palabra.
—Transcurridos ocho días del mes de febrero del año 2013, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en presencia de la totalidad de los miembros de la sociedad a constituir, doy por inaugurada la primera asamblea.
Intenté decirle que estábamos entre amigos, que no hacía falta que fuéramos tan formales, pero no me dio oportunidad.
—El secretario de la Asamblea procederá a enumerar los puntos que serán puestos en consideración —dijo y cedió la palabra al taxista contador.
—Punto primero: nombre de la sociedad; punto segundo: firma del contrato; punto tercero: logotipo de la empresa; punto cuarto: asignación de tareas varias entre las que destacan la selección de proveedores de cannabis y la adquisición de un vehículo formato furgoneta, marca Volkswagen.
—Concluida la enumeración de los puntos a tratar —dijo el taxista freudiano—, con el común acuerdo de todos los presentes, procederemos a debatir el punto primero: nombre de la sociedad.
Me costó trabajo convencerlos, porque cada uno había pensado un nombre distinto, pero finalmente aceptaron que “El Pasea Porros” era el nombre más apropiado, porque era el único que sintetizaba de manera cabal los dos ingredientes esenciales de la empresa: la marihuana y el sadomasoquismo. El contrato, que había sido redactado por el taxista abogado, era conciso, por lo que no despertó objeciones de ningún tipo. A cada socio le corresponde un veinte por ciento de la sociedad; no se anticipa ningún capital, pero cuando surjan los gastos, todos aportaremos en partes iguales. Concluida la lectura del mismo, firmamos y nos estrechamos las manos.
Llegó el momento de debatir acerca del diseño del logotipo. Como si la firma del contrato hubiera promovido la comunión de nuestras ideas, todos estuvimos de acuerdo en que lo mejor sería recurrir a un profesional. Por esas casualidades de la vida, en una mesa cercana almorzaba un taxista que además de taxista era diseñador gráfico. Le hicimos una descripción sucinta del proyecto y, ya pasando al punto cuarto de la asamblea, le fue asignada al taxista abogado la tarea de contactarse con él para definir los términos de su contratación. El taxista freudiano y el taxista contador se encargarían de contactar a tres vendedores y presentarnos las distintas propuestas para la compra de la furgonetita Volkswagen.
Mis nuevos socios dieron por hecho que soy el más avezado en el asunto, por lo que me dejaron a cargo de la consecución de proveedores y de la cata de los distintos varietales de cannabis. Antes de despedirnos, fijamos el viernes 15 de febrero como la fecha en la que tendrá lugar nuestra próxima asamblea. Ese día tendré que presentar una preselección de varietales, por lo que en la semana tendré que recorrer la ciudad en busca de dealers especializados y, por motivos profesionales, me veré obligado a fumar marihuana. Respaldado por su título de chef internacional, será el taxista culinario quien me acompañe en la aventura.
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